XXV

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Después de clase, me llega un mensaje de Manuel.

Vos, yo y la cafetería como en los viejos tiempos.

Excepto por el hecho de que los viejos tiempos incluían a Luna. Supongo que éstos son los nuevos tiempos.
Trato hecho.

Un par de horas después nos encontramos allí y me pregunto qué estará haciendo Luna ahora mismo. En Escocia es de noche.

Levanto el menú y lo leo como si no lo hubiese visto mil veces. Manuel
sigue sonriendo.
—¿Por qué te molestas en leerlo cuando ya sabes lo que vas a
pedir?

—Podría cambiar de opinión en el último segundo. —Digo. Y entonces se hace el silencio y los dos hablamos a la vez:

—¿Hablaste con Luna últimamente? —pregunto.

Y él dice:
—¿Cómo van las cosas con Pablo?

La sonrisa relajada de Manuel desaparece y corre la mirada.
—Sí, a veces chateamos. Y bien, ¿cómo van las cosas con Bustamante?

Antes de que pueda responder, llega nuestra comida. Cuando nos quedamos solos otra vez, vuelve a hablar.

—¿Decías? —insiste. Cuando lo miro con cara de no saber de qué
me habla, se explica—: Estabas hablando de Pablo.

Esperaba que el tema no surgiera. No estoy de humor para mentirle a Manuel.
—Todo bien. —Y, como él sigue a la expectativa, añado—: Es
muy lindo.

Manuel lanza un bufido.

—No es como vos crees. La gente lo juzga enseguida, pero es diferente.—
Me sorprendo al darme cuenta de que estoy diciendo la verdad. Pablo no
es lo que parece. Es arrogante y a veces puede ser insoportable y
siempre llega tarde, cierto, pero también tiene sus cosas buenas.
—Es… No es como vos crees.

Él tiene un gesto escéptico.

—Eso ya lo dijiste.

—Porque es verdad.

Manuel se encoge de hombros como si no me creyera, así que añado:
—Tendrías que ver cómo se comporta Taly cuando está Pablo. Está loca por
él.

No me doy cuenta hasta que las palabras escapan de mis labios, pero lo dije para lastimarlo.

—Bueno, espero que no se encariñe demasiado.

A pesar de que yo tuve la misma idea por razones distintas, me duele
escucharlo.
De repente, la típica sensación de comodidad entre él y yo se desvanece. Manuel se mantiene distante, y a mí todavía me molestan sus comentarios sobre Pablo, y me siento como si estuviera en una función, fingiendo que las cosas son como antes.

¿Cómo pueden serlo si Luna no está acá? Ella es el vértice de
nuestro triángulo.

—Eh. No lo decía en serio. —dice de
repente, y agacha la cabeza—. Supongo… No sé, capaz esté celoso. No estoy acostumbrado a compartirlas.

Me derrito por dentro. Ahora que dijo algo tan bonito, me siento
generosa de nuevo. No digo lo que pienso, que es: «Quizá no estés
acostumbrado a compartirnos, pero nosotras estamos más que
acostumbradas a compartirte».

—Sabes que seguis siendo el favorito de Taly —lo animo, y con eso le saco una sonrisa.

— Eh, hay una maratón de El Señor de los Anillos en el Bess este fin de
semana. ¿Vamos?

—¡Son como… nueve horas!

—Sí, nueve horas buenísimas.

—Quiero ir, pero tengo que hablarlo con Pablo primero. Dijo algo de ir a ver una peli el fin de semana…

Él me interrumpe antes de que pueda terminar la frase:
—No pasa nada. Puedo ir con Joaquin. O puede que la lleve a Taly.

Me quedo en silencio. ¿Nos considera intercambiables a Nati y a mí? ¿Y
a Luna y a mí?

Estamos hablando cuando Marizza entra en la cafetería acompañada de un nene que supongo que debe de ser su hermano chiquito. No me refiero a su auténtico hermano pequeño: Marizza es hija única, pero es la directora del programa Hermano Mayor, que consiste en emparejar a un estudiante del colegio con otro de la escuela
elemental para que le haga de tutor y lo saque a divertirse de vez en cuando.
Me hundo en mi asiento, pero ella me ve de todos modos. Su mirada
pasa de mí a Manuel y me ofrece un pequeño saludo con la mano. No sé
qué hacer, de modo que le devuelvo el saludo. Su sonrisa resulta
inquietante. Creo que se debe a lo genuinamente contenta que parece
estar.
Y si ella está contenta, significa que me metí en un lío.

Durante la cena, cuando ya estoy en casa, me llega un mensaje de Pablo que dice:
Si te vas a ver con Manuel, ¿podría no ser en público?

Lo leo y lo releo por debajo de la mesa. ¿Es posible que Pablo esté un
poquito celoso? ¿O le preocupa lo que piense Marizza?

—¿Qué estás mirando? —pregunta Taly.

—Nada —respondo, y pongo el celular boca abajo.

—Seguro que es un mensaje de Pablo —le dice ella a papá.

—Pablo me gusta —comenta papá mientras unta un pedazo de pan con
manteca.

—¿Ah, sí?

Papá asiente.
—Es un buen chico. Lo tenes embelesado.

—¿Embelesado? —repito yo.

— ¿Qué significa? ¿Embelesado?— pregunta Nati.

—Significa que lo tiene embrujado. Cautivado.

—¿Y qué significa cautivado? —Vuelve a preguntar

Papá ríe entre dientes y mete el trozo de pan en la boca abierta y
perpleja de Taly.
—Quiere decir que le gusta.

—Es obvio que le gusta —asiente ella con la boca llena—. Te mira
mucho, Mía. Cuando no prestas atención. Te mira para ver que la estés pasando bien.

—¿Ah, sí? —Siento una especie de resplandor cálido en el pecho y noto
el principio de una sonrisa.

—Me alegro de verte feliz. Viéndote ahora, saliendo y conociendo gente nueva… Eso me hace muy feliz. Muy muy feliz — confiesa.

Siento un nudo en la garganta. Si al menos no fuera todo mentira…

—No llores, papá —ordena mi hermana, y papá asiente y le da un abrazo.

—¿Me haces un favor, Taly? —dice papá.

—¿Qué?

—¿Puedes tener esta edad para siempre?

Automáticamente, ella responde:
—Si me regalas un perrito.

Papá ríe, y ella también comienza a hacerlo.
A veces admiro a Taly. Sabe exactamente lo que quiere
y está dispuesta a hacer todo lo necesario para conseguirlo.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora