V

43 5 0
                                    

Las clases ya empezaron oficialmente y voy encontrando mi ritmo.
Los primeros dos días los perdimos repartiendo libros, y decidiendo dónde se sienta cada uno y con quién. Ahora es cuando las clases comienzan en serio.

Durante educación física, el profesor nos deja salir para
que disfrutemos del sol mientras podamos. Vico y yo estamos paseando
por la pista de atletismo mientras me cuenta sobre la fiesta a la que
asistió el fin de semana.

—Casi me peleo con una chica que no paraba de repetir que llevaba
extensiones. Yo no tengo la culpa de que mi pelo sea tan hermoso.

Al girar la curva de la tercera vuelta, veo a Pablo mirándome.
Al principio creí que eran imaginaciones mías, pero ya van tres veces.

Está jugando al fútbol con otros chicos. Cuando pasamos por delante, corre a nuestro encuentro y dice:
—¿Podemos hablar un segundo?

Vico y yo intercambiamos miradas.
—¿Ella o yo?

—Mía.

Mi amiga me rodea los hombros con el brazo en un gesto protector.
—Adelante. Te escuchamos.

Pablo pone los ojos en blanco.
— Quiero hablar con ella en privado.

—Bueno.. —suspira Vico y se va, pero mira hacia atrás con los ojos como platos, como si me preguntara: «¿Qué?» y me encojo de hombros, como si le respondiera: «No tengo ni idea».

En voz baja, Pablo dice:
—Que quede claro que no tengo ninguna enfermedad de transmisión
sexual.

«Pero... ¿qué?». Me lo quedo mirando con la boca abierta.

—Nunca dije que la tuvieras.

Sigue hablando en voz baja, pero muy enojado.
—Ni tampoco me quedo siempre con la última porción de pizza.

—¿De qué hablas?

—De lo que dijiste. En tu carta. Que soy un egoísta que se dedica a
contagiar enfermedades de transmisión sexual. ¿Te acordas?

—¿Qué carta? ¡Yo no escribí ninguna carta!

Un momento. Sí que lo hice. Le escribí una carta hace como un millón
de años. Pero no es la carta a la que se refiere. No puede serlo.

—Sí que lo hiciste. Era para mí, de tu parte.

Dios mío. No. No. No puede estar pasando. No puede ser verdad. Estoy
soñando. Estoy en mi habitación y estoy soñando, y Pablo Bustamante
aparece en mi sueño y me está atravesando con la mirada. Cierro los
ojos. ¿Estoy soñando? ¿Esto está pasando de verdad?

—¿Mía?

Abro los ojos. No estoy soñando y esto es real. Es una pesadilla. Pablo tiene mi carta en la mano. Es mi letra, mi sobre, mi todo.

—¿Cómo… cómo la conseguiste?

—Llegó hoy por correo —murmura Peter—. Mira, no pasa nada; pero
espero que no vayas diciendo por ahí que…

—¿Te llegó por correo? ¿A tu casa?

—Sí.

Siento que empiezo a sudar.
—Escribí la carta hace muchísimo tiempo —Aclaro. —Ya ni me acuerdo de lo que decía. En serio, la carta es de cuando íbamos a primaria. No sé quién la habrá enviado. ¿Me la dejas ver? —Alcanzo la carta con la mano,
mientras intento permanecer tranquila y no sonar desesperada. Sólo
casual y relajada.

Duda un momento y luego sonríe con su sonrisa perfecta de Pablo.
—No, quiero quedármela. Nunca había recibido ninguna carta como
ésta.

Doy un salto y, rápidamente se la saco de las manos. Él se ríe y levanta las manos en señal de derrota.
—Muy bien, quedatela.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora