VIII

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Siento vibrar mi teléfono. Es Vico.

—¿Es verdad? —Escucho cómo le da una calada a su cigarrillo.

—¿Si es verdad el qué?
Estoy tirada boca abajo en mi cama. Mi madre me contó que si me
dolía el estómago, tenia que acostarme así y entraría en calor y me
sentiría mejor. Pero no creo que esté funcionando. Llevo todo el día con
un nudo en el estómago.

—¿Te lanzaste sobre Pablo y te pusiste a besarlo como una loca?

Cierro los ojos y se me escapa un quejido. Ojalá pudiese contestar que
no, porque no soy el tipo de persona que hace ese tipo de cosas. Pero lo
hice. ¡Aunque tenía buenas razones!
Quiero explicarle la verdad, pero todo esto es demasiado
vergonzoso.

—Sí, me lancé sobre Pablo Bustamante y me puse a besarlo como una loca.

—¡Dios! —Exhala ella.

—Lo sé.

—¿En qué pensabas?

—¿Quieres que te sea sincera? No tengo ni idea… Sólo… lo hice.

— No pensaba que fueras capaz. Estoy un poco impresionada.

—Gracias.

—Sos consciente de que Marizza va a ir por vos, ¿no? Puede que hayan terminado, pero todavía lo considera suyo.

Me da un giro el estómago.
—Sí, lo sé. Tengo miedo, Vico.

—Voy a hacer lo que pueda para protegerte de ella, pero ya sabes cómo es. Lo mejor es que tengas cuidado.

Dice y cuelga el teléfono. Ahora me siento peor que antes. Si Luna estuviera acá, seguro que
diría que escribir esas cartas fue una pérdida de tiempo desde el
principio y me retaria por ser una mentirosa compulsiva. Después me
ayudaría a encontrar una solución. Pero ella no está acá, está en Escocia y, lo que es peor, es justo la persona con quien no puedo hablar.

Nunca, nunca, nunca debe saber lo que sentía por Manuel.

Al cabo de un rato, me levanto de la cama y deambulo hasta la
habitación de Nati. Está sentada en el suelo, y rebusca en un cajón. Sin levantar la vista, me pregunta:
—¿Viste mi pijama de corazones?

—Lo lavé ayer, así que debe estar en la secadora. ¿Esta noche queres ver
pelis y jugar al Uno?

Me vendría bien animarme un poco.

Ella se levanta de un salto.
—No puedo. Voy al cumpleaños de María. Está anotado en el
horario del cuaderno.

—¿Quién es María? —Me dejo caer en la cama todavía sin hacer de Taly.

—Es la chica nueva. Nos invitó a todas las chicas de la clase. —Se marcha a toda prisa, supongo que en busca de su pijama.
Agarro el peluche de Taly y lo abrazo. Incluso mi hermana de nueve años tiene planes para el viernes en la noche. Si Luna estuviese aquí, iríamos al cine con Manu o nos pasaríamos por Belleview.

Cuando Taly se va, vuelvo a mi habitación y me siento a escribir una carta para Luna. Le hablo de las clases y de la nueva maestra de Taly, pero no le cuento las cosas importantes. La echo mucho de menos. Nada es lo mismo sin ella.
Me doy cuenta de que este año será solitario porque no tengo a Luna, ni tampoco a Manu, y estoy sola. Tengo a Vico, pero ella no cuenta. Desearía tener más amigos. Si los tuviera, quizá no habría hecho la estupidez de besar a  Pablo en el pasillo y decirle a Manuel que era mi novio.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora