XLV

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Unos amigos de Luna hacen una fiesta en la montaña y Taly y yo la obligamos a asistir. Espero que Manuel también vaya, y que hablen, y que pase lo que
tenga que pasar.

—¿Por qué seguis triste? —me pregunta Taly mientras sirvo los pochoclos en un bol. Estamos en la cocina. Ella se sienta en un banco a la barra del desayuno con las piernas colgando. —Ya te reconciliaste con Luna, ¿Por qué estás triste?

Estoy a punto de negar que estoy triste, pero al final me limito a suspirar y reconozco:
—No sé.

Ella toma un puñado y suelta unas cuantas en el suelo. Jamie las devora.
—¿Cómo que no sabes?

— A veces estás triste y no sabes por qué.

Natalia ladea la cabeza.
—¿Síndrome premenstrual?

—No. No es síndrome premenstrual. El que una chica esté triste no significa que le esté por venir.

—Entonces ¿por qué? —Insiste.

—¡No sé! Capaz extraño a alguien.

—¿Extrañas a Pablo? ¿O a Manuel?

—A Pablo —concluyo, después de dudar un poco. A pesar de todo, a
Pablo.

—Llamalo.

—No puedo.

—¿Por qué no?

No sé cómo responder. Todo esto es muy vergonzoso, y quiero ser alguien a quien pueda admirar. Pero está esperando, con el ceño fruncido, y sé que tengo que contarle la verdad.

—Taly, todo fue de mentira. Nunca estuvimos juntos. Nunca le gusté.

—¿Qué queres decir con que fue de mentira?

—Empezó con las cartas. ¿Te acordas de la caja que desapareció? Dentro tenía cartas, cartas que les escribí a los chicos que me gustaban. Se suponía que eran privadas, no pensaba enviarlas, pero alguien lo hizo y se armó un lío. Manuel recibió una, y Pablo recibió otra, y me sentía tan humillada... Pablo y yo decidimos fingir que salíamos juntos para que yo pudiera ignorar a Manuel y él
pudiese poner celosa a su exnovia, y al final todo terminó mal.

Ella se está mordisqueando el labio, nerviosa.
—Mía ... Si te digo algo, ¿me prometes que no te vas a enojar?

—¿Qué es? Decimelo y ya está.

—Promételo primero.

—Bueno, te prometo que no me voy a enojar. —Siento un cosquilleo por la
columna.

—Las cartas las mandé yo —dice ella rápidamente.

—¡¿Qué?! —grito.

—¡Me prometiste que no te ibas a enojar!

—¡¿Qué?! —exclamo otra vez, pero no tan alto—. Taly, ¿por qué me hiciste esto?

Ella deja caer la cabeza.
—Porque estaba enojada con vos. Te estabas burlando de mí porque me
gustaba Manuel; dijiste que iba a bautizar a mi perro con su nombre.
Estaba muy enojada con vos. Así que mientras dormías... me metí en tu
habitación y leí todas las cartas y las mandé. Me arrepentí enseguida, pero ya era demasiado tarde.

—¿Cómo sabías lo de las cartas?

Ella entorna los ojos.
—Porque a veces reviso entre tus cosas cuando no estás en casa.

Estoy a punto de gritarle un poco más, pero entonces me acuerdo de que leí la carta de Manuel a Luna y me muerdo la lengua. Con toda la calma de la que soy capaz, digo:
—¿Sos consciente de los problemas que causaste? ¿Cómo podes ser tan rencorosa?

—Perdón —musita Taly. Las comisuras de los ojos se le llenan lágrimas, y una de ellas cae como si fuera una gota de lluvia.

Quiero abrazarla y consolarla, pero sigo enojada.
—Está bien —digo, con un tono de voz que suena a exactamente lo
contrario. Nada de esto hubiera ocurrido si no hubiera enviado esas
cartas.

Ella se levanta de un salto y corre escalera arriba. Lo más seguro es
que haya subido a su habitación, a llorar en privado. Sé lo que tendría que
hacer. Debería ir a consolarla, perdonarla de verdad. Ahora me toca a
mí dar buen ejemplo. La buena hermana mayor.

Estoy a punto de subir cuando vuelve corriendo a la cocina. Con la caja en las manos.
— Perdoname, Mía.

Cuando la veo, con la barbilla temblando, ya no puedo seguir enojada. No puedo, ni siquiera un poco. Así que me acerco a ella y la abrazo con fuerza.
—No pasa nada —la disculpo, y ella se hunde en mis brazos del alivio.— Podes quedarte con la caja. Guarda todos tus secretos dentro.

Taly niega con un gesto.
—No, es tuya. No la quiero. Guardé algo adentro para vos —dice, y me entrega la caja.

La abro y está llena de notas. Notas y más notas. Las notas de Pablo.
Las notas de Pablo que tiré a la basura.

—Las encontré mientras vaciaba el tacho. Sólo leí un par. Y las
guardé porque sabía que eran importantes.

Acaricio una que Pablo dobló en forma de avión.
—Taly... Sabes que él y yo no vamos a volver a estar juntos, ¿no?

Ella agarra el bol de pochoclos y me pide:
—Leelas.

Entonces se va al salón y prende la tele.
Cierro la caja y me la llevo arriba. En mi habitación, me siento en el suelo y las extiendo en torno a mí.

Muchas de las notas dicen cosas como "Nos vemos en el pasillo después
de clase" y "¿Me prestas tus apuntes de química de ayer?" Encuentro la de
la telaraña de Halloween y me arranca una sonrisa.
Otra dice "¿Hoy podes volver sola? Quiero sorprender a Taly yendo a buscarla al colegio para que pueda presumir del auto y de mí delante de sus amigos."

"Gracias por acompañarme a la venta este fin de semana. Conseguiste que el día fuese divertido. Te debo una."

"¡No te olvides de traerme un yogur!"

"Si preparas las estúpidas galletitas de chocolate blanco y arándanos de Manuel y no las mías de fruta, terminamos." Me río en voz alta. Y entonces, la que leo y releo una y otra
vez. "Hoy estás hermosa. Me gustas vestida de azul."

Nunca había recibido una carta de amor. Pero al leer sus notas de esta
manera, una después de otra, siento que recibí una. Es como... Es como si sólo hubiese existido Pablo. Como si todos los que vinieron antes que él me hubiesen preparado para esto. Creo que ahora entiendo la diferencia entre querer a alguien de lejos y querer a alguien de cerca.
Cuando los ves de cerca, ves su verdadero yo, pero también conseguis
ver tu verdadero vos. Y Pablo lo ve. Me ve y yo le veo a él.

El amor da miedo: cambia; puede desaparecer. Eso es parte del riesgo.
No quiero seguir estando asustada. Quiero ser valiente, como Luna.
Al fin y al cabo, casi es Año Nuevo.

Miro por mi ventana y me encuentro con Manuel, que también está en su habitación. Él sonríe y compartimos un momento perfecto. De un modo u otro, Manu va a seguir en nuestras vidas. Y estoy segura, de repente estoy tan segura de que todo es como debería ser, de que no debo temer el adiós, porque el adiós no tiene que ser para siempre.

Saco el papel de carta grueso y empiezo a escribir. Esta vez no es una carta de despedida. Es una simple carta de amor.

Querido Pablo...

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⏰ Última actualización: May 01 ⏰

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