XXXVI

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Son las seis y media de la mañana del día en que nos vamos de viaje de esquí. Papá me acompaña al colegio. Todavía no salió el sol. Parece que cada día tarda más y más en salir.

—Prometeme que vas a ir a las pistas al menos una vez.

—Te lo prometo.

—Me alegro un montón de que vayas. Es bueno que hagas cosas nuevas.

Le ofrezco una sonrisa poco convincente. Si supiera las cosas que
pasan durante el viaje de esquí, no se alegraría tanto. Entonces veo a Pablo y a sus amigos charlando en la entrada.
—Gracias por traerme, pa. Nos vemos mañana a la noche.

Me bajo y observo cómo se aleja en auto. Al otro lado del estacionamiento, Pablo está hablando con Marizza. Dice algo que le provoca una carcajada. Entonces me ve y hace ademán de que
me acerque. Ella se va, y cuando llego, él agarra mi bolso y se lo pone en el hombro.
—Hace mucho frío —comento temblando y abrazándome a mi misma.
Pablo se pone delante de mí y me abraza.

Le lanzo una mirada que quiere decir «Qué tierno», pero tiene su atención en otra parte. Está observando a Marizza. Él se acurruca en mi cuello, pero yo me escapo de entre sus brazos.
—¿Qué te pasa? —pregunta.

—Nada.

Gloria y el profesor de educación física están revisando nuestras cosas.
—¿Qué buscan? —pregunto.

—Alcohol.

Sacó el celular y le mando un mensaje a Vico.
No traigas alcohol. Están mirando las bolsas.

No hay respuesta.

¿Estás despierta?

Pero entonces el auto de su mamá llega y ella baja. Parece que se acaba de despertar. Qué alivio. Pablo va a poder hablar con Marizza todo lo que quiera, yo voy a compartir asiento con Vico.
—¿Ella también viene? —Gruñe Pablo.

No le hago ni caso, y saludo a mi amiga con la mano.
Marizza está parada junto al micro con la carpeta en la mano cuando ve a Vico. Tiene el ceño completamente fruncido. Se encamina derecha hacia ella y dice:
—No estás anotada.

Me uno a ellas y susurro:
—La semana pasada dijeron que había plazas libres.

—Sí, para las que tenías que anotarte. Perdón, Vicky no puede venir si no se anotó y no pagó el depósito —alega la colorada, y sacude la cabeza.

Hago una mueca de fastidio. Vico no soporta que le digan Vicky. No le gustó nunca. Empezó a hacerse llamar Vico cuando entró en el colegio, y las únicas personas que la llaman así son Marizza y su abuela.

Pablo aparece a mi lado como salido de la nada.
—¿Qué pasa? —pregunta.

Cruzándose de brazos, Marizza dice:
—Vicky no se anotó al viaje de esquí, así que lo siento, pero no puede
venir.

Me está invadiendo el pánico, pero mientras tanto Vico mantiene una
sonrisa de suficiencia y no dice nada.
Pablo pone los ojos en blanco.
—Marizza, deja que venga. ¿A quién le importa que no se haya anotado?

Ella se ruboriza de la rabia.
—¡Yo no hago las reglas, Pablo! ¿Debería venir gratis? ¿Te parece justo
para los demás?

Vico se decide a hablar por fin.
—Ya hablé con Dunoff y dice que le parece bien. —Victoria le manda un beso a su prima y añade—: Mala suerte, Mar.

—Bueno, me da igual. —Marizza se da la vuelta y se va. Vico la observa con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Por qué no lo dijiste desde el principio? —susurro.

—Así es más divertido. El fin de semana va a ser muy interesante, Colucci.

Y me pasa el brazo por encima del hombro.
—No trajiste alcohol, ¿no? Están revisando las cosas.

—No te preocupes. Está todo controlado.

Cuando le lanzo una mirada escéptica, dice:
—Botella de shampoo con vodka en el fondo de mi bolso.

—¡Espero que la hayas lavado bien!

Me imagino a Vico y compañía intentando tomar shots de vodka con espuma y yendo al hospital a que les hagan un lavado de estómago.

—Ay, Mía...—suspira, y me revuelve el pelo.

Cuando subimos, Pablo se desliza en un asiento en el centro, pero yo sigo adelante.
—Eh. ¿No te vas a sentar conmigo? —dice, sorprendido.

—Me voy a sentar con Vico.

Intento seguir adelante, pero él me agarra del brazo.
—¡Mía! ¿Me estas jodiendo? Tenes que sentarte conmigo. —Echa un vistazo alrededor para comprobar si nos escuchan y añade—: Sos mi novia.

Me lo saco de encima.
—Vamos a cortar dentro de poco, ¿no? Así va a ser más realista.

Cuando me siento junto a ella, Vico está sacudiendo la cabeza.
—¿Qué pasa? No iba a dejar que te sientes sola.

Dejo de sonreír cuando veo a Marizza subiendo y sentándose junto a Pablo.

—Vos tenes la culpa —dice ella.

—¡Pero si lo hice por vos! —Cosa que no es cierta. Creo que empiezo a estar cansada de todo esto. Esa zona difusa que separa el ser la novia de alguien del no serlo.

Un par de horas después, llegamos. El hotel es exactamente tal como lo describió Pablo. Fuera está nevando, unos copos diminutos como susurros.
Vico está de buen humor, despertó a mitad de trayecto y empezó a coquetear con Rocco. Va a llevarla a las pistas negras. Incluso tuvimos suerte
con la habitación, porque nos tocó una doble en vez de una triple.

Vico se fue a practicar snowboard con Rocco. Me invitó a acompañarlos, pero dije que no, gracias.
Si Pablo me invitara a acompañarlo a practicar snowboard, creo que iría. Pero no lo hace y tengo hambre, así que voy a almorzar.

Gloria está mirando su teléfono mientras come, y cuando me ve sentada a solas, comiéndome un sándwich, hace ademán de que me acerque. Preferiría comer sola y leer,
pero no tengo mucha elección.

—¿Tiene que quedarse en el hotel todo el fin de semana o también puede salir a esquiar? —le pregunto.

—Soy el punto de encuentro oficial —responde, y se limpia las comisuras de los labios—. El entrenador se ocupa de las pistas.

—No parece justo.

—No me importa. El hotel es tranquilo. Además, alguien tiene que estar acá por si hay una emergencia. ¿Y vos qué, Mía? ¿Por qué no estás en las pistas
con los demás? —me pregunta.

—No soy buena esquiadora —respondo, sintiéndome incómoda.

—¿Ah, no? Tengo entendido que a Bustamante se le da muy bien el
snowboard. Deberías pedirle que te enseñe. ¿No están saliendo?

Me viene a la mente la imagen de Marizza y Pablo sentados en el micro con las cabezas juntas y me da un vuelco el corazón. Nuestro contrato todavía no expiró. ¿Por qué iba a dejarla recuperar a Pablo un minuto antes de tiempo?

—Sí, estamos juntos —le respondo, y me pongo de pie—. ¿Sabe qué? Creo que voy a ir a las pistas.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora