Se que sufre.

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Miro a su esposa con tristeza.

— Sabes que odio que me mires de esa manera. — Sonrió un poco.

—¿Cómo?, ¿Con lujuria? — levantó una ceja.

— Con tristeza y lástima — se quedo callada viendo a la habitación
— sabes que odio que me vean de esa manera.

Xoan se quedó callado pensando cómo la vida daba altos y bajos.

Hace algunos años atrás era el hombre más feliz casado con una bella mujer a la cual amaba no era que ahora no la amaba pero sin duda el cáncer que está tenía hacia las cosas muy difíciles.

El doctor entró después de unos minutos de silencio.

— Buenos días — entró saludando.

El moreno le sonrió a su espesa antes de salir.

El doctor espero paciente viendo como éste salía no muy convencido de dejarlo sola aún cuando solo serían unos breves minutos.

Unos breves minutos que cambiarían su vida para siempre.

— Xoan — dijo el doctor.

Llaves mucho conociendo lo a él y a Mérida. Sus tratamientos y las vecinas constantes al hospital los hicieron volverse amigos no tan cercanos pero amigos a fin de cuentas.

— ¿Cuánto? — dijo por fin.

— Xoan — repitió su nombre.

— ¿Creés que no lo noto? Cada ves está más débil, come menos, se queja aún cuando no me lo dice, se que sufre.

Se quedó callado unos momentos.

— Se que sufre y no puedo hacer nada para evitarlo.

Ambos se quedaron en un silencio. La seriedad del doctor era evidente no podía mostrarse débil sin embargo le dolía. Siempre que tenía que decirle a los familiares cuánto tiempo tenía de vida su familar estos lloraban incluso gritaban pero el dolor era el mismo el sentía él dolor.

— Dos semanas máximo.

— ¿Por qué no me dijiste desde antes?
— preguntó con los ojos entre lágrimas.

— Sabías que esto iba a pasar.

— ¡Si carajo lo sabía! — intento bajar la voz — pero no por eso duele menos.

Paso por un lado del hombre de bata blanca para entrar de nuevo a la habitación con Mérida.

— ¿Qué dijo? — apenas lo vio preguntó.

Sabía la verdad pero no temía escuchar la respuesta.

Se sentía más débil, cansada, solo quería cerrar los ojos y dormir.

La cara de su esposo la desgarro por dentro, no la miraba con lástima, si no con dolor. Sabía que él la miraba para grabarse cada facción de sus rostro.

— ¿Quieres una foto? — sonrió divertida.

Pero en el fondo no se sentía así. No tenía miedo a morir, tenía miedo a dejarlo solo.

— Te amo — dejó por fin después de un rato de estar observándola.

Miro su sonrisa, sus ojos, su labios, sus mejillas, sus pecas, incluso miro sus imperfecciones que para el eran arte.

— Sabes que yo también te amo — sonrió con tristeza.

Se hizo a un lado de la camilla con un leve gemido de dolor. Lo invito a que se recostara con ella. 

La santa del profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora