4. La Muerte

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El tiempo seguía su rumbo, sin embargo comprendía que corría de forma distinta al terrenal. Hecate y Asclepios eran buenos compañeros, gracias a estos podía decir que estaba habiendo un buen trabajo, pues casi el 80% del inframundo había sido restaurado.

Aun así, había algo que inquietaba al otrora caballero y era esa resonancia qué lo atraía a cruzar los lamentos y llegar a los Eliceos. Ya había expresado aquella incomodidad con sus acompañantes, pero estos no resultaron de mucha ayuda, pues no comprendian del todo a que se refería Shun, intuyendo que aquello hacia parte de la restauración del Averno.

Había otro tema en ese sentido que lo tenía en duda, y era la vida de los guerreros de esta era, Hecate le expreso y dejo entre ver que si quería darles una segunda oportunidad no solo se tomaría en cuenta a los santos de Atena, sino que debía considerar a los Generales Marinos, los Dioses Guerreros y los Espectros, pues todos habían seguido las órdenes y el juego de sus Dioses. Ante aquello Asclepios le dio la razón a la semi diosa y Shun solo pudo aguardar las dudas silenciosas en su corazón sobre que debía hacer.

Más no fue hasta una tarde, luego de almorzar con los semidioses que decidió partir hacia donde lo llamaba aquella presencia. Armandose de valor, vistió una de las túnicas de Hades, de color negra con adornos en oro blanco y sandalias, ato la espada en su cintura y se dirigió hacia los Eliceos cruzando aquel muro que tantos recuerdos portaba.

Al llegar quedo enceguesido por el brillo y resplandor del impoluto lugar, el aroma a flores frescas y cálida brisa, dejaba un sentimiento indudable de paz. Observó el lugar dándose cuenta que estaba perfecto, pero silencioso, contrario a su primera visita al lugar donde los cánticos de las ninfas y la música de los gemelos resonaba. Shun observó a lo lejos aquella estructura donde el cuerpo mitológico de Hades había reposado y sin dudarlo dirigió su andar hacia allí dejándose guiar por aquella sensación.

No sabía la razón pero se sentía contrariado, como si fuera incorrecto pero a la vez estuviera bien su estadía en aquel lugar. En su mente pudo achacar aquello al pasado, pues la última vez que estuvo en los Eliceos fue uno de los causantes de la destrucción no solo del lugar sino también de aquel quien daba vida al mismo.

Poco y nada tardó en llegar a aquella estructura y aún dudoso terminó entrando y observando aquella estancia, tan fría pero ricamente adornada, con el ataud en el centro y diferentes estatuillas alrededor. Dio un paso más y observó el ataud de cerca conteniendo el aliento - pero nosotros - salió como un susurro de sus labios mientras negaba incrédulo con la cabeza - ¿porque? - se preguntó agobiado.

En aquel ataud como si el tiempo no pasara se hallaba el cuerpo de Hades, hermoso y perfecto, sin ni un rasguño como si aquella guerra nunca hubiera sucedido o no hubiera sufrido daño alguno, aquel cuerpo estaba en óptimas condiciones y el Dios del Averno lucia tranquilo como si en un plácido sueño se encontrará. - No lo entiendo - un sin fin de emociones inundaban al otrora caballero quien se dejó caer de rodillas, sosteniendose con una mano para no caer por completo.

En otro lugar, una diosa se preparaba, portando su majestuosa armadura y presencia, al pie de aquella estatua erguida en su honor, a sus espaldas dos de sus más fieles amigos y caballeros la escoltaban.

- Ya casi es hora - les advirtió con la vista fija en el manto nocturno. Ambos hombres se tensaron sintiendo la ansiedad ante lo desconocido.

- Atena - llamo uno de ellos con expresión impasible.

- Es algo que no esperaba, el llamado de mi padre me hace dar cuenta que cruce líneas en esta era - les dijo girandose hacia ellos con una expresión de disculpa - Hyoga, Shiriu, espero que ustedes y sus hermanos puedan algún día perdonarme.

En esos momentos y antes de que éstos pudieran contestar, bajando del manto nocturno el mensajero de los Dioses apareció ante ellos con una expresión fresca. - Atena - saludo centrandose solo en la joven diosa - tu juicio fue aplazado, se te avisara cuando deberás de subir, estate atenta - le indico antes de partir.

La diosa no pudo más que respirar aliviada, sin embargo aquello no dejaba de lado su preocupación acerca de que sucede en el territorio de los dioses.

- Pueden ir a sus aposentos y muchas gracias - los despidió la mujer quedándose un rato más allí, observando las estrellas y tratando de buscar alguna respuesta a lo que estaban viviendo.

En cuanto a Shun, no supo que tanto estuvo en aquella posición, meditando las angustias de su corazón, cuando sintió una presencia junto a él, al alzar la vista poso sus ojos en Hecate y frunció el ceño dispuesto a decir todo y nada sin embargo ella hablo primero.

- El alma de Hades fue destruida y enviada al tártaro - le explico - el no sacrifico su cuerpo sino que lucho con su alma - shun volteo a ver el cuerpo confundido.

- ¿cómo es eso posible?

- Oh, querido! Estamos hablando de uno de los tres grandes - expresó con diversión la semi diosa - Hades siempre fue receloso de su cuerpo.

- ¿Se lo puede traer de vuelta? - pregunto ante el silencio prolongado de la mujer y ella asintió dudosa. - Por favor dime cómo.

- El Inframundo debe ser restaurado por completo - interrumpió otra voz entrando al recinto - cuando hayas tomado tu decisión y no haya dudas en tu corazón es que podrás ir a buscar lo que queda del alma de mi señor.

Shun hizo una mueca ante aquella afirmación sin entender plenamente a que se referían, sin embargo de algo estaba claro, Hades debía regresar.

Esmeralda del AvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora