Afrontando el destino

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Adán soltó un suspiro. Algo en él le decía que aquel castigo colectivo estaba siendo demasiado y el límite había sido rebasado cuando hubo consecuencias físicas en el cuerpo de su primer hijo, Leónidas.

Amaba a sus hijos, eran la razón por la cual siempre buscaba darse un tiempo del trabajo agobiante para volver a casa temprano y ver su motivación más grande revoloteando cerca de su amada esposa.

Sin embargo, al igual que el paso de las estaciones, sus dulces retoños comenzaron a crecer, algo que aunque sabía que sucedería algún día...

Su cerebro no podía asimilarlo con naturalidad, sacando a flote ese instinto por sobreproteger y vigilar de forma extrema a cada uno. Tenía un miedo irracional de que alguien llegara y le quitara a alguno de sus hijos cuando eso formaba parte del ciclo de la vida.


“No si puedo evitarlo. Nadie va a amarles ni cuidarlos como yo…”


Las discusiones con Eva comenzaron a ser constantes a raíz de aquel toque de queda excesivo y por ello ahora estaban viendo a una terapeuta en Suiza.

Eva deseaba dejar que sus hijos vivieran al límite, como ella lo hizo cuando conoció a Adán y si bien estaba decepcionada de que les desobedecieran en primer lugar, no estaba de acuerdo con nada de lo que su amado esposo estaba haciendo.


Lejos de protegerlos, estás ahogando a nuestros bebés…”


—Quizás yo... Debo disculparme con ellos —El comentario hizo que la rubia mirara en su dirección. Habían pasado unos días fuera, a la distancia adecuada para que ambas partes pudieran reconciliarse pero lejos de sus hijos.

Una familia fuerte comenzaba con un buen matrimonio sabiendo resolver sus diferencias y eso era exactamente el por qué estaban a miles de kilómetros. Rara vez peleaban de tal modo que terminaran involucrados terceras personas.

Sin embargo, los dos tenían perspectivas muy diferentes de lo que deseaban para sus hijos.

Eva quería lanzarlos del nido. Fue la más entusiasmada cuando cada uno les contó sobre lo que querían estudiar e incluso les buscó universidades fuera del país.


Algo que enfureció en sobremanera a Adán.


El alfa seguía viendo pequeños cachorros que aún le buscaban cuando tenían miedo sin saber que ahora el único miedo vigente en ellos en realidad era él.

—Eso suena maravilloso Addie… Sabía que entenderías que nuestros bebés crecieron y…

—Voy a disculparme, pero no me arrepiento Eva —Ambos rubios se observaron. La omega parecía confundida pero poco importó —Aún seguirán confinados a casa y en cuanto regresemos iremos por Kōjiro para ver si podemos mandarla a Suiza.

—No. Mi bebé no va a servir de conejillo de indias para esa cirugía experimental Adán —Eva se llevó las manos al pecho, estaba indignada de sólo pensar en lo doloroso que era el remover una marca de emparejamiento y lo que era peor, su esposo y ella presenciaron una operación de aquel calibre.

La rubia cerró los ojos al recordar no sólo los gritos de aquel omega, sino esa mirada vacía que tuvo después de salir del quirófano.


Parecía un cascarón vacío… No quiero eso para mis bebés…”


—No está sujeto a discusión Eva. Busco lo mejor para mis hijos

—¡TAMBIÉN SON LOS MÍOS ADÁN! —El alfa se quedó en su sitio. Desde que se conocieron, Eva jamás le había llamado Adán. Para ella siempre fue “Addie” y ser nombrado de aquel modo junto a esa mirada de enojo significaba que su esposa estaba furiosa.

𝑪𝒂𝒖𝒔𝒊𝒏𝒈 𝒂 𝑪𝒐𝒎𝒎𝒐𝒕𝒊𝒐𝒏Donde viven las historias. Descúbrelo ahora