Eleven

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Dos días después

Estaba sentada en el comedor, el cuaderno abierto frente a mí, intentando terminar una tarea de inglés. La luz de la mañana entraba por la ventana y dibujaba destellos sobre el vaso de jugo de naranja que reposaba a mi lado; cada sorbo dejaba en mi boca un toque ácido que me mantenía despierta.

—Hola, Lily —saludó mi hermano Tom, inclinándose para besarme la cabeza. Su perfume a jabón recién usado me rozó la mejilla.

—Hola, Tom —murmuré sin levantar la vista. La conjugación de los verbos seguía siendo más urgente que su llegada.

—Hola, Lee —la voz de Jake llenó la cocina como una corriente de aire fresco.

—Hola —respondí apenas, los ojos fijos en las líneas azules del cuaderno, fingiendo que no me temblaba la mano que sostenía el bolígrafo.

Decidí, en ese mismo instante, que era hora de arrancarlo de mi corazón. Lo repetí como un mantra: sacarlo, sacarlo antes de que duela más. Jake jamás me mirará de la forma en que yo lo miro. Antes de que otra persona ocupe su vida, debo dejarlo ir.

—Ya le llevé comida a mamá —comentó Tom, apoyando los antebrazos en el mesón de la cocina.

—¿Y comió? Sabes que a veces se salta las comidas —pregunté, levantando la vista apenas un segundo.

—Estuvimos con ella y se lo comió todo —respondió Jake, asintiendo con los ojos entrecerrados, como si esa certeza le diera paz.

—Gracias —dije, volviendo al papel, aunque la gratitud me ardía en la garganta.

Tom sirvió jugo para él y para Jake; el aroma dulce de la naranja se mezcló con el leve toque amaderado del perfume de Jake. Sentí sus miradas sobre mí, cálidas, curiosas, pesando más que el silencio.

—¿Estás muy ocupada, Lee? —preguntó Tom, sentándose a mi lado.

—No… solo termino esta tarea y ya —contesté sin apartar la vista del cuaderno.

—Qué bueno. Mmm… ¿qué tal si, cuando termines, vienes con nosotros al parque de diversiones? —dijo Jake, llevándose el vaso a los labios con una sonrisa que pretendía ser casual.

—¿En serio? —pregunté, alzando los ojos con sorpresa.

—¿Qué estás haciendo, Jake? —susurró Tom, apretando la mandíbula.

—Solo la invito, ¿por qué, Tom? —Jake frunció el ceño, genuinamente confundido.

—Tú sabes por qué —replicó mi hermano en el mismo tono bajo.

Los miré de uno a otro, desconcertada. Uno insistía en llevarme, el otro parecía querer protegerme de algo invisible.

—Está bien, no tienen que llevarme —dije, volviendo a mi tarea para escapar de la tensión.

—Sí es necesario, Lily —Jake apoyó los codos en la mesa, su mirada suave pero firme—. Ya faltan pocos días para que volvamos a Seúl y no volveremos hasta tu graduación. Debemos pasar tiempo juntos.

Mi corazón se detuvo un segundo. Graduación. ¿Planea venir? La idea me atravesó como una chispa. Aunque no sea el cariño que deseo, me basta con que piense en mí. Debo recordarlo: acepto su afecto como amigo, no su amor.

—Está bien —intervino Tom—. Termina la tarea, Lily, y luego ve a arreglarte. Hueles feo —añadió con una mueca burlona.

—¡Mentiroso! —exclamé, dándole un codazo.

—Más bien él es quien huele feo, ¿no crees, Lily? —Jake rió, mirándome de reojo.

—Yo sí creo —contesté, riendo también.

Terminé la tarea a toda prisa mientras ellos salían, seguramente a arreglarse. Subí a mi cuarto y me vestí con un suéter blanco suave, perfecto para el frío que empezaba a colarse por las ventanas. Me puse un jean no muy ajustado y mis converse de siempre. Apliqué un poco de maquillaje y dejé mi cabello negro suelto; rara vez lo llevaba así, pero hoy quería sentir el peso de cada hebra rozando mi espalda.

Cuando los vi, me sorprendió lo bien arreglados que estaban. Jake, con una chaqueta negra, jeans perfectamente ajustados y botas, parecía sacado de una revista. El auto olía a su perfume habitual, ese que nunca cambia, mezcla de madera y algo dulce que me hace querer cerrar los ojos y quedarme ahí.

—Tienes el cabello más largo —comentó Jake, abrochándose el cinturón mientras me miraba.

—Sí, ya está muy largo —respondí, sonriendo apenas. El cabello me llega más abajo de la cintura, aunque casi nadie lo nota porque siempre lo llevo recogido.

—Te ves mejor así, hermana —dijo Tom, mirando su celular.

—Ni siquiera me has volteado a ver —lo acusé, divertida.

—No necesito hacerlo, ya sé que te ves más bonita —giró hacia mí y me pellizcó una mejilla.

—Ya basta, Tom, no soy una niña —protesté, apartando su mano.

—Para mí siempre serás mi niña —replicó en tono meloso.

Jake rió, esa risa grave que siempre me desarma. Sentí el calor subir a mis mejillas.

Pusimos música en el camino. Ellos cantaban alto, desafinando a propósito, mientras yo solo tarareaba. No me atrevía a soltarme con Jake tan cerca; prefería escuchar su voz, profunda y sorprendentemente afinada. En otra vida, pensé, debió ser cantante.

Llegamos al parque cuando el sol comenzaba a esconderse. Las luces de las atracciones parpadeaban como luciérnagas gigantes, y el aire olía a algodón de azúcar y palomitas. Mientras caminábamos hacia la entrada, noté que dos chicas se acercaban, sus risas brillantes flotando en el aire frío.

La Excepción - Sim Jake Donde viven las historias. Descúbrelo ahora