Twenty One

670 62 11
                                        

Claro que después de esas palabras lloré durante días, semanas… incluso meses. Al principio el dolor era tan intenso que pensaba que jamás desaparecería, pero mamá siempre dice que el tiempo cura las heridas, y al final decidí confiar en sus palabras.
No puedo decir que haya superado por completo a Jake, claro que no, pero ya no siento ese nudo en el pecho cada vez que lo recuerdo. Ahora es más como una cicatriz: sigue ahí, pero ya no sangra.

Creo que todo pasó como debía. Jake me rechazó y, aunque en su momento dolió como una herida abierta, hoy entiendo que era lo mejor. Puedo cerrar esa página sin ilusiones, sin esperanzas que nunca iban a cumplirse.
Estos meses me dediqué a seguir con mi vida: salí varias veces con Su-jin, incluso pasaba las tardes estudiando matemáticas con Jungwon, quien terminó convirtiéndose en un buen amigo. Su-jin pronto viajará a Estados Unidos, y aunque la extrañaré, me alegra que siga sus propios sueños.

En casa también hubo cambios. Mamá finalmente se divorció de papá. Me dolió, sí, pero en el fondo supe que era lo correcto para todos. A veces lo veo, pero ya no es lo mismo. En diciembre me gradué del colegio; Jake había prometido ir, pero no apareció. Pasé las festividades junto a mamá y Tom, y a pesar de todo fueron momentos cálidos, llenos de risas y de pequeñas cosas que atesoro.

Ahora, a tan solo días de mudarme a la capital para comenzar la universidad, siento una mezcla de nervios y emoción. Elegí estudiar gastronomía; cada vez que imagino las cocinas, los aromas y las recetas, mi corazón late un poco más rápido.

—Mamá, ya me voy —anuncié, dándome el último retoque frente al espejo del pasillo.
—Que te diviertas. ¿A qué hora vuelves? —preguntó desde el sofá, donde veía su programa favorito. Me encanta verla descansar, con el rostro más tranquilo que antes.
—Volveré a las doce —le di un beso en la cabeza.
—Cuídate, te amo.
—Yo también te amo.

La noche era fresca cuando salí de casa. Los padres de Jungwon organizaban una fiesta por su cumpleaños, y estaba emocionada. Sería una celebración tranquila, sin alcohol ni cigarrillos, solo música, luces y la calidez de los amigos.

—¡Feliz cumpleaños número diecinueve! —exclamé al verlo, rodeándolo con mis brazos.
—Hola, Lily. Gracias por venir —me devolvió el abrazo.
—Espero que este regalo te guste —le sonreí al entregárselo.
—Con que hayas venido, ya es especial —respondió con amabilidad.

La casa estaba iluminada con luces cálidas que titilaban como pequeñas estrellas. Había música suave, risas, gente bailando y charlando. Después de un par de horas, decidí salir al patio trasero. Allí, un balcón de madera se abría hacia una vista espectacular: desde lo alto de la colina podía verse la ciudad entera, con sus edificios parpadeando como un mar de luciérnagas.

—Lo siento, pensé que estaría sola —dije al notar una silueta apoyada en la baranda.
La figura se giró.
—Vaya, pequeña Lee… qué gusto verte aquí —dijo Heeseung, esbozando una sonrisa que encendió algo en mi pecho.

Me sorprendió verlo después de tantos meses. Era una linda sorpresa… aunque una parte de mí temía que recordara mi confesión ebria aquella noche lejana.
—Lo mismo digo. ¿No estabas adentro? —pregunté, señalando la puerta.
—Necesitaba un poco de aire. Pero si hubiera sabido que estabas aquí, me habría quedado dentro —respondió con un tono coqueto.

Heeseung nunca cambia, pensé, sintiendo cómo una sonrisa escapaba de mis labios.

—¿Solo viniste a tomar aire? —me acerqué para quedar a su lado.
—Quería mirar el cielo nocturno de Corea una vez más —dijo, alzando la vista.
—¿A qué te refieres? —pregunté, intrigada.
—No te parece curioso que siempre nos encontremos de noche? —sus ojos se entrecerraron, su sonrisa era traviesa.
—Tienes razón —reí, sorprendida por la coincidencia.
—Parece un amor de fugitivos —comentó, bajando la mirada antes de volver a atraparme con la suya. Su mirada tenía esa chispa peligrosa que hacía que mi corazón se acelerara.
—Podría ser —respondí, jugando con la idea.

—Esta noche es mi última noche en Corea —confesó, volviendo a mirar el cielo.
—¿Te vas? —pregunté, sintiendo un nudo inesperado en el estómago.
—Sí. Mi padre quiere que atienda unos negocios en Londres.
—¿Y no tienes opción?
—Ya sabes cómo son los padres —rió, aunque en sus ojos vi una sombra de inconformidad—. ¿Cómo conoces a Jungwon?
—Estudiamos juntos. ¿Y tú?
—Su padre es socio de mi papá.
—Ah, eso explica su amistad. —Lo observé de reojo—. Debo decirte que las personas no saben describirte.
—¿Ah, no? ¿Y cómo me describen? —arqueó una ceja, curioso.
—Como un chico malo… pero en realidad no lo eres. Eres alguien profundo, un buen chico.
—Vaya, parece que descubriste mi verdadero yo —sonrió con un brillo divertido.

Nos quedamos en silencio, contemplando la ciudad que resplandecía bajo el cielo estrellado. El aire fresco traía el aroma de los pinos y el lejano murmullo de la música de la fiesta.

—Aún recuerdo la última noche que te vi —dijo de pronto, girándose hacia mí.
—¡No! Por favor, elimina eso de tu cabeza —me tapé el rostro, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas—. Me avergüenza solo pensarlo.
Él rió, con esa risa que hacía que todo pareciera más fácil.
—Siento haberte acosado aquella vez —dije en tono de broma.
—Literalmente —contestó, acercándose un poco más.

El espacio entre nosotros comenzó a reducirse. Podía sentir el calor de su cuerpo, el leve roce de su chaqueta de cuero contra mi brazo.

—Y tú me rechazaste —dije, negando mientras bajaba la mirada.
—Fue lo más difícil que he hecho en mi vida —susurró, acercándose aún más.
—No mientas, Heeseung.
—No miento. Fue difícil decirle no a algo que quería… y que deseaba mucho.
—Pero lo hiciste.
—Porque estabas ebria. No quería faltarte el respeto —tomó mi mano con suavidad. Su toque envió un escalofrío por todo mi cuerpo.
—Lo ves, eres un buen chico —sonreí, mirando a otro lado.
—Pocas personas lo han notado —sus dedos rozaron mi mejilla, girando mi rostro para que lo mirara.

Su mirada me atrapó, profunda y segura.
—Heeseung, ¿qué es lo que quieres? —pregunté, nerviosa pero expectante.
—Si te lo digo, tu hermano me degollará —rió, divertido.
—Eso es cierto —mordí mi labio inferior—. Pero él no está aquí.
—¿Qué estás insinuando, pequeña Lee? —preguntó fingiendo inocencia.
—No lo sé… ¿qué crees tú?

No sabía a dónde me llevaba este juego, pero tenía a un chico increíble a mi lado y, en el fondo, disfrutaba cada segundo.

—Me encantaría probar tus labios —dijo finalmente, pasando la lengua por su labio inferior. La visión me provocó un escalofrío que recorrió toda mi espalda.
—Solo te advierto que nunca he besado a nadie —confesé, señalándolo.
—No hay problema —susurró mientras se inclinaba hacia mí.

Su rostro se acercó lentamente, dándome tiempo para sentir cada segundo, cada latido. Finalmente, nuestros labios se encontraron. La sensación fue electrizante: suaves, cálidos, un dulce roce que me hizo perder la noción del mundo.

Se separó apenas, con la frente apoyada en la mía.
—No estuvo mal —dije, sonrojada, intentando bromear.
—No me basta —rió, antes de volver a besarme.

El segundo beso fue más profundo, más intenso. Su lengua rozó mi labio inferior antes de deslizarse suavemente, explorando. Sus manos se posaron en mi cintura y en mi nuca, acercándome más, mientras yo sentía cada fibra de mi cuerpo arder.

Nos separamos solo por falta de aire, respirando agitados.
—No estuvo nada mal para ser la primera vez —dijo con una sonrisa traviesa.
Reí, tratando de recuperar el aliento.
—¿Eso era todo lo que querías?
—Iría más lejos, pero no lo haré. Tu hermano me mataría… y porque mereces algo que dure.

Su mirada, cálida y decidida, me hizo sonreír.
—Definitivamente eres un buen chico —susurré.
—Pero eso no significa que no pueda seguir besándote esta noche —replicó, inclinándose una vez más.
Esta vez, lo recibí con una risa suave, mientras nuestros labios se encontraban de nuevo bajo el cielo estrellado.

La Excepción - Sim Jake Donde viven las historias. Descúbrelo ahora