Twenty Two

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El día al fin había llegado, ese que tanto había esperado. La emoción se mezclaba con un nudo en el estómago. Despedirme de mamá fue más difícil de lo que imaginaba; lloré con cierta nostalgia, sintiendo que dejaba no solo mi ciudad, sino una parte de mí. Su abrazo olía a suavizante de ropa y a hogar, ese aroma que me acompañó toda la infancia.

Me repetí sus palabras como un mantra mientras me subía al bus que me llevaría al aeropuerto: “Las heridas las cura el tiempo, Lily”. Pero lo que más me tenía los nervios de punta no era la mudanza ni la universidad, sino saber que viviría con Jake y mi hermano. Le había dicho a Tom que prefería trabajar y vivir sola, pero él se negó; insistió en que era mejor que estuviéramos juntos para poder cuidarme. Y aunque fingí indiferencia, el solo hecho de pensar en reencontrarme con Jake, después de su rechazo, me helaba la sangre. En el fondo, temía confirmar algo que ya sospechaba: que no lo había superado del todo.

El viaje fue un desfile de pensamientos confusos. Afuera, el paisaje cambiaba de los verdes tranquilos de mi ciudad a los tonos grises y vibrantes de la capital. Las luces de Seúl brillaban como si cada una quisiera contarme una historia nueva. Al llegar, me recibió únicamente Tom, apoyado en el auto de Jake, pero él no estaba por ningún lado.

Durante el trayecto, Tom hablaba animadamente sobre la vida universitaria mientras yo miraba por la ventana, fascinada por los rascacielos que se alzaban hacia un cielo azul frío.
—Como ves, no es como en las películas —dijo mientras esperábamos el cambio de un semáforo.
—Creí que sería más… divertido —admití, un poco decepcionada.
—No lo será. Con todos los trabajos y exámenes, querrás morir —rió con su humor característico.

Cuando llegamos al edificio, me quedé sin palabras. Era elegante, con una fachada moderna de vidrio que reflejaba el cielo. Al entrar, el olor a madera nueva y a detergente caro impregnaba el aire.
—Queda cerca de la universidad —comentó Tom mientras tecleaba la clave de acceso—. Después te la damos.
—Eso es bueno —respondí, intentando sonar tranquila.
—Aunque igual vamos en auto —añadió con una risa perezosa.
—Qué perezoso eres —negué divertida.

El apartamento era enorme y luminoso, decorado con muebles de líneas rectas y tonos neutros. La sala tenía un sofá gris claro frente a una pantalla gigantesca, y una alfombra suave que hundía los pies como una nube. La cocina, impecable, parecía salida de una revista: un refrigerador plateado brillaba bajo la luz cálida.

—Bueno, Lily, hay tres habitaciones —me explicó Tom, señalando el pasillo—. Esa del fondo es la mía, esta es de Jake y esta de aquí es la tuya.
Me quedé mirando la puerta junto a la de Jake. El corazón me dio un pequeño vuelco.
—¿Por qué esa? —pregunté, intentando sonar casual.
—Porque ya tengo la otra, no voy a cambiarla —respondió encogiéndose de hombros.

Más allá estaba el baño, espacioso y reluciente. Me imaginé saliendo de mi cuarto y cruzándome con Jake a diario, y el pensamiento me hizo tragar saliva.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó Tom cuando entramos a la cocina. Sobre la encimera había un plato de rollitos de primavera.
—Está bien —tomé uno, mientras él revisaba su teléfono.

—¿Y cuándo conoceré a tu novia? —pregunté, rompiendo el silencio.
Él apagó la pantalla de inmediato.
—Pronto, supongo. Aunque espero que no la espantes.
—Le contaré tus secretos más vergonzosos —bromeé con una sonrisa maliciosa.
—Te mataré —me señaló con fingida amenaza.
—Entonces no me provoques —reí—. Puedo jugar a tu favor… o en tu contra.
—¿Me vas a chantajear? —preguntó incrédulo.
—Puede ser —canturreé divertida.

Después de unos minutos, no pude evitar preguntar:
—¿Dónde está Jake?
—Está jugando sus videojuegos —respondió sin levantar la vista.
—Ah —intenté que sonara indiferente, aunque mi pecho se apretó.

Hablamos un poco más de las clases, hasta que mi ansiedad por la convivencia me hizo soltar:
—Tom, de verdad puedo conseguir empleo y mudarme sola.
—No lo harás —replicó de inmediato, serio—. Le prometí a mamá que te cuidaría. Ella puede estar tranquila, y yo también.
—Pero… no sé si sea buena idea. Me siento incómoda. Y si a Jake no le parece…

No alcancé a terminar porque en ese momento Jake entró a la cocina. El simple sonido de sus pasos me erizó la piel. Cuando lo vi, mi corazón se aceleró sin permiso.
—Ya estás aquí, Lily —dijo sorprendido.
—Llegó hace un rato —intervino Tom.
—Hola —murmuré, evitando mirarlo.
—Hola —respondió él, acercándose sin levantar la mirada de su teléfono.

—Jake y yo ya hablamos de esto —anunció Tom.
—¿Qué pasa? —preguntó Jake, frunciendo el ceño.
—Lily cree que debería vivir aparte.
—¿Te molesta quedarte aquí? —Jake me miró por primera vez, sus ojos oscuros clavándose en los míos.

Sentí un cosquilleo en el estómago y bajé la vista.
—No es eso… es que ustedes están acostumbrados a vivir solos y no quiero ser una molestia.
—Descuida, no nos molesta —respondió Jake mientras abría el refrigerador para sacar una botella de agua—. Le prometimos a tu mamá que te quedarías con nosotros.
—Pero… —intenté insistir.
—No se discute más —cortó Tom en tono autoritario—. Puedes buscar un trabajo de medio tiempo, pero te quedas aquí.
—Como sea —cedí, fingiendo fastidio para ocultar el nerviosismo.

Jake se sentó en uno de los taburetes de la barra, el móvil aún en la mano.
—¿Hay alguna regla que deba conocer? —pregunté, dirigiéndome a Tom.
—Los sábados hacemos aseo, pero preferiría que tú te encargues de la comida —dijo con una sonrisa de dientes perfectos.
—Ajá —negué divertida.
—Eres cocinera y estamos cansados de comida a domicilio. Considera esto un entrenamiento para tu carrera.
—Tienes suerte de que me guste cocinar —murmuré, mirando mi plato vacío.
—Yo me encargo de la lavandería —dijo Jake sin levantar la vista del teléfono.

Lo miré con un poco de fastidio.
—Puedo encargarme de mi ropa.
—Prefiero hacerlo yo. Tu hermano arruinó la lavadora la última vez —comentó, aún enfocado en la pantalla.
—No soy mi hermano —protesté, cruzándome de brazos.
—Prefiero hacerlo yo —repitió, levantándose para salir de la cocina.

Lo seguí con la mirada, conteniendo un suspiro. Ni siquiera me mira para hablarme. Bien. Entonces yo también puedo encargarme de no dirigirle la palabra.

La Excepción - Sim Jake Donde viven las historias. Descúbrelo ahora