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Hades




—¡Amo!

De nuevo estaba en el coche. Miré a todos lados confirmando que ya no me encontraba con esa pequeña descarada.

—¡Amo! ¿Está bien?

Clavé mis ojos en Sadler, él seguía fuera del coche con la puerta trasera abierta. Me miraba completamente asustado y lo entendía, yo acababa de desaparecer delante de sus ojos y él no tenía conocimiento acerca de la existencia del ritual.

—¿Señor, me oye? —Insistía, pero yo apenas podía pensar en nada más que en ella.

Mi cabeza daba vueltas por el descomunal enfado que había en mí por atreverse a hacerme desaparecer como si nada, así que tan sólo lo miré.

—Sigue conduciendo. —Le ordené con un tono pesado. —¡Ahora!

Sin esperas, Sadler cerró la puerta y se dirigió al asiento del conductor.

Vanners no se imaginaba que mi intención al salir del Larson’s era ir a su apartamento, y en ello estaba antes de que me atrajera con el ritual. Me costó un poco quitarme de encima a Rachel mientras que ella se marchaba con Missy, pero apenas me quedaban minutos para llegar a su edificio.

¿Llamarme con el ritual para montarme una escena de celos? Sinceramente me pareció adorable, si pasara por alto el hecho de que el ritual volvía a funcionar y ella se lo había callado.

—Ya estamos aquí, señ…

Dejé a Sadler con la palabra en la boca tras salir del coche a prisas. Entré en el edificio, llamé al ascensor y crucé el pasillo que daba a su apartamento.

—Ahora aprenderás, Vanners.

Llamé a la puerta y mientras ella abría, descansé mi cuerpo apoyando mis manos contra el marco de la entrada a la espera de cobrarme su insolencia.

Y al fin abrió.

Ni siquiera le di tiempo a sorprenderse por mi presencia, apenas nos habíamos visto minutos atrás, de modo que di pie a su castigo. La tomé de las mejillas y estampé mis labios contra los suyos atrapando en mi boca un leve grito que intentó esbozar sin éxito.

—¡S-Suélt…!

Callé su intento de hablar con más besos. Ignoré los golpes que propinaba en mi pecho y en mis brazos, los arañazos en mis manos con el propósito de huir de mí, pero no, no tenía escapatoria alguna.

—Pequeña ratoncita insolente. —La volví a besar. —Voy a demostrarte que no debes ponerte celosa de ninguna otra mujer. —Un beso más. —Voy a dejarte claro que sólo tú eres dueña y Ama de mi corazón, maldita sea.

—H-Hades…

Atrapé de nuevo sus labios.

—Y de paso voy a enseñarte que a mí nadie me deja con la palabra en la boca, pequeña descarada.

La sorpresa y la confusión se reflejaron de inmediato en su enrojecido rostro en cuanto la tomé en brazos e inicié un paso ligero hacia el salón.

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora