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Debra

—¡Ey, Vanners!

Paré mi paso al oír a alguien llamándome. Iba rumbo a mi residencia después del fin de las clases.

Me giré en mi lugar para ver quién era la persona que me llamaba.

—V-Vanners. —Balbuceó con dificultad, pues trataba de equilibrar su respiración. Al parecer venía corriendo.

—Hola, Barry.

Barry Cowell, era compañero mío en las clases de escultura. Uno de los mejores, a veces el señor Wilson le pedía ayuda para dar alguna de las clases, pues, según nuestro profesor, Cowell tenía una técnica impecable.

—O-Olvidaste esto....

—¿Uh?

Vi cómo apoyaba una de sus manos sobre su rodilla, manteniendo todo su peso en ella debido a la falta de aire. La otra la alargó dejándome ver unos palillos para modelar nuestras esculturas. Me fijé en una pequeña marca negra en la base de los palillos dándome cuenta enseguida de que se trataban de los míos.

—¡Oh, vaya! —Tomé los utensilios de madera. —Pensé que había guardado todo el material.

Sonrió y aquel pequeño gesto hizo que yo lo replicase.

—Gracias, no debiste salir corriendo. —Añadí un poco apenada por la carrera que se dio para devolvérmelos. —Podría haberlos recogido mañana.

Negó casi de inmediato, aunque de manera suave.

—Conozco perfectamente tu obsesión por el orden y algo en mi cabeza decía que entrarías en un bucle de desesperación al ver que te faltaba alguno de tus materiales.

Y no perdía razón. Aunque podría reemplazar cualquiera de mis materiales en caso de perderlos, esa no era una opción para mí. No podía permitirme extraviar los utensilios que mi madre usó para recrear cada una de sus obras. Cada palillo de escultura, cada pincel, cada paleta… todo le perteneció a ella, era el único recuerdo que me quedaba de ella.

—De nuevo, muchas gracias por traerlos Barry.

Le sonreí y él hizo lo mismo.

—Pues… —metió sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón —nos vemos mañana, Vanners.

Asentí de momento y vi cómo se giraba lentamente para alejarse. Yo retomé de nuevo mi camino a la residencia, pero antes de dar un cuarto paso mi móvil sonó.


Eros:

-Veintitrés minutos.


Esbocé una pequeña carcajada al ver ese mensaje.

—Loco. —Solté entre risas.

Cuando llegué a la residencia, saludé a la señora Maxwell de recepción y me encaminé hacia mi habitación. Tenía exactamente veintitrés minutos para estar lista y en la puerta de la residencia. Eros me esperaría.

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora