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Debra

Me sentía extrañamente mareada. Mi ceño se arrugó al recibir la claridad de una luz impactando contra mis párpados aún cerrados, de modo que moví mi mano para pasarla por mis ojos con la esperanza de paliar esa molestia. No fue el mejor de los remedios, pero al menos un poco funcionó.

Sentía una ligera pesadez  en mi cuerpo, como si hubiese pasado horas haciendo ejercicio y las agujetas me estuviesen matando y me quejé un poco al intentar moverme con la intención de ponerme al fin en pie y tomar quizás una ducha de agua caliente que calmase la molestia de mis músculos al parecer tensos.

—¿Qué? —farfullé confundida al darme cuenta que apenas podía moverme, pues algo aprisionaba mi cuerpo.

Abrí lentamente los ojos, con la poca fuerza que tenía debido aún por mi reciente despertar, encontrándome en cuestión de segundos con el causante de mi inmovilidad frente a mis narices.

—Hades…

Sonreí con torpeza y sentí mi cuerpo hundirse una vez más en aquel colchón, notando los dedos de ese hombre recorriendo mi cintura hasta alcanzar mi espalda y tirar inconscientemente de mí para acercarme un poco más a él.

Bufó en mitad de su sueño mientras se acurrucaba cada vez más entre mis brazos conllevando eso a que yo accediese a su deseo. Lo rodeé con mis brazos extendiendo mi mano por sobre su hombro, pasando por su cuello hasta culminar en su suave cabello.

     *—Pequeña ratoncita insolente.*

Fruncí el ceño al rememorar inconscientemente aquellas palabras en mi cabeza.

     *—Voy a demostrarte que no debes ponerte celosa de ninguna otra mujer.*

Al parecer mi mente traía de vuelta flashes de lo que ocurrió el día anterior.

     *—Voy a dejarte claro que sólo tú eres dueña y Ama de mi corazón, maldita sea.*

Y una nueva sonrisa se dibujó en mis labios.

—¿Tu dueña? —Susurré al tiempo que mis dedos abandonaban su cabello para recorrer ahora su perfecta barba. —¿Tu… Ama?

Paré el paseo de mis dedos momentáneamente al darme cuenta de cómo Hades comenzaba a moverse de nuevo. Nuestros rostros estaban tan cerca que sentía nuestras narices acariciarse en la punta por la falta de espacio que él mismo se había encargado de eliminar.

Y gruñó. Al parecer estaba a punto de despertar, pues Hades solía hacer ese ruido cuando estaba a escasos segundos de abrir sus ojos ante el nuevo día.

—Buenos días. —Susurré dando inicio nuevamente a las caricias sobre su vello facial.

Las comisuras de sus labios se alzaron torpemente hacia arriba formando una fugaz y hermosa sonrisa conforme sus ojos se abrían mostrando el adictivo color de la miel en ellos atrapándome una vez más.

Se removió de nuevo atrayéndome un poco más y yo me dejé hacer.

—Buenos días, —sus labios rozaban los míos y yo me mantenía a la espera de recibir su beso —ratonc…

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora