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Hades

—Ya debería estar aquí.

Miré una y otra vez el reloj colgado en mi despacho, el reloj que llevaba en mi muñeca, incluso el reloj del ordenador.

—Se está atrasando adrede.

Resoplé como único medio de controlar mi molestia. Si había algo que odiara por sobre todas las cosas era la osadía de cualquiera al atreverse a contradecir de alguna forma mis órdenes. Por desgracia el imbécil de mi hermano seguía con su antiguo pasatiempo favorito: sacarme de quicio haciendo justo lo contrario a mis deseos.

Volví a echar un vistazo a la hora. Habían pasado ya casi quince minutos y ese idiota aún no traspasaba las puertas de la oficina, ni siquiera los hombres que vigilaban las entradas de la empresa habían alertado a Byron, situado a mi lado, de la llegada de esa escoria.

—Juro que si tarda dos minutos más estamparé su cara contra esa pared y le ahorraré a Debra hacer uno de los cuadros que pedí.

Oí una fugaz sonrisilla a mi costado. Al parecer mi comentario agradó a Sadler, aunque fuese producto de mi enfado.

—Señor, —en cuanto lo escuché, lo miré atento —ha llegado.

Al fin.

En cuanto avisaron a Sadler de la llegada de Eros, respiré hondo, necesitaba encontrar en cuestión de segundos la forma de controlar mi molestia antes de hablar con él. Necesitaba mantenerme firme ahora que, por primera vez desde nuestro reencuentro, estaríamos solos cara a cara para hablar sobre ella, sobre Debra.

Tras todo lo que sucedió con ella el día anterior, me urgía aclarar ciertas dudas y resolver algunas incógnitas acerca de Eros.

Desde el momento en que apareció en mi casa después de dos años fuera del país justo de la mano de mi ratoncita mis alarmas se dispararon. Y, a pesar de conocer su historia en aquella nefasta cena, aún había muchas cosas que escapaban de mi comprensión y aún más después de que Debra ayer me confesara la razón de por qué fingieron su relación.

[FLASHBACK]

—¿Por qué?

—Solo lo hice porque es mi amigo.

—Eso no es de ser un buen amigo. —Acaricié su mejilla con uno de mis dedos delineando su mentón con lentitud. —Meterte en mi familia construyendo la base sobre una mentira no es ser un buen amigo, ratoncita.

Después de confesarnos tanto, o al menos una gran parte de lo que ambos guardamos durante tanto tiempo, Debra y yo pasamos horas abrazados colmándonos de besos y caricias. Marcando cada rincón de nuestro cuerpo con nuestras huellas prometiéndonos nunca más mentirnos, nunca más dañarnos, nunca más separarnos… Prometimos hacer las cosas bien en esta nueva oportunidad que la vida nos estaba dando.

—Tú habrías hecho lo mismo. —Contestó suspirando pesado. —Seguro que si algún amigo te pidiese mentir frente a quien sea por su bienestar, tú habrías…

—Lo habría hecho sin dudar.

—¿Entonces por qué no entiendes que yo hiciera lo mismo con Eros?

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora