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Debra


Apenas recordaba el clima cálido de Phoenix, me acostumbré tanto a Londres y su frío que aún seguía sintiéndose un sueño el estar de regreso en casa.

—Estrellita…

Mi mirada estaba perdida en el té que tenía delante de mí, jugaba con la cuchara a remover el líquido en la taza distrayéndome por completo de todo cuanto me rodeaba que cuando escuché su voz alcé la cabeza casi de inmediato.

—¿Sí?

Sus brazos se encontraban cruzados, su cuerpo echado sobre la silla y sus ojos entrecerrados sin desviarse de mí.

—Estoy hablándote, ¿no me estás escuchando?

Arqueó hacia abajo las comisuras de sus labios haciendo aparecer un tierno pucherito en ellos que me hizo sonreír inevitablemente por lo adorable que se veía al hacerme berrinches.

—Lo siento, me quedé pensando en otra cosa. —Retomé el movimiento del cubierto dentro de la taza.

—¿Y puedo saber qué es eso que distrae tanto a mi estrellita?

Mi mirada seguía en él y mi sonrisa no se marchaba, al igual que la suya tampoco.

Solté la cuchara sobre el pequeño platillo donde se encontraba la taza, dejé las manos caer en mi regazo e incliné mi cuerpo un poco hacia delante para quedar más cerca de él.

—El pensamiento de que tengo al mejor amigo del mundo. —Respondí logrando arrebatarle una tímida risita.

—No digas esas cosas, estrellita, —zarandeaba levemente su mano frente a mi rostro mientras que el suyo se ruborizaba un poco —o harás que me lo crea de verdad.

Reí junto a él por su reacción y en una fracción de segundo mi felicidad se vio interrumpida.

     “—¡Voy a alejarte de ese desgraciado! ¿¡Me oyes!? ¡No dejaré que juegue contigo!”

Su voz retumbó con fuerza pronunciando aquellas palabras. Cerré los ojos y agaché mi cabeza con la intención de calmar el sentimiento extraño que bloqueó mi cuerpo por un momento.

—Estrellita, —sentí una leve caricia en mi brazo —¿estás bien?

No supe el por qué, pero en cuanto sus dedos rozaron mi cuerpo me aparté de inmediato. No entendía el por qué de aquella actitud, pero un horrible escalofrío me recorrió por completo cuando la advertencia de Hades se repitió una y otra vez en mi cabeza.

—Debra…

Abrí los ojos enseguida y lo miré. Su gesto mostraba desconcierto, su ceño se encontraba fruncido dejándome claro su escepticismo ante mi reacción. ¡Joder! ¡Había evitado su tacto sin ningún motivo por culpa de las estúpidas amenazas de su estúpido hermano!

Su hermano…

¿Por qué demonios debían conocerse?

—Lo siento. —Traté de rebajar la incomodidad instalada en el ambiente volviendo a sonreír. —Me sobresalté un poco.

Su semblante seguía igual, pero aún así hizo el intento de pasar por alto lo que hice.

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora