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Debra





Una vuelta más. Y otra. Y otra más.

Cada noche era igual. La oscuridad se cernía sobre los árboles que rodeaban la casa y sólo el destello de la luna en lo alto del cielo regalaba un poco de claridad, esa que lograba traspasar las cortinas de la habitación.

Me había acostumbrado a pasar las noches en vela desde que Hades me confesó la verdad. Aquello me dolió más de lo que imaginé. Yo, enamorada de un hombre tan peligroso como él, aún me costaba creerlo.

Una vuelta más. Quedé de espaldas a la ventana y me acurruqué entre las sábanas, las mismas que, a pesar del trascurso de los días, aún mantenían el olor de Hades. Le extrañaba, una gran parte de mí ansiaba atravesar la puerta y correr hacia la habitación contigua, donde él decidió ir para darme espacio y tirarme en sus brazos. Pero no podía, él me había ocultado tantos secretos importantes que no me atrevía a pasarlos por alto sin más.

Pero aún tenía una duda. ¿Por qué? ¿Por qué esa bruja me lo envió a él? ¿Por qué creyó que Hades Rydenhat era el hombre que yo necesitaba? Era un criminal, una persona a la que la gente que de verdad lo conocía le temía, un asesino… él lo confesó.

     *—Durante toda su vida ha llevado consigo el reflejo de una nube negra que lo persigue allá donde él va.*

Las palabras de esa bruja…

     *—No lo tuvo fácil, querida. El camino que recorre desde su infancia está marcado por algo que no le deja deshacerse de las cadenas que le atan a la persona que es a día de hoy.*

El Amo. La tradición.

     *—Su vida no fue un camino de rosas… Él se merecía un rayo de luz entre tanta oscuridad en la que estaba sumergido.*

Yo era su rayo de luz…

Cerré los ojos con fuerza queriendo apartar aquel recuerdo. No, esto no estaba bien. Él me había mentido. Él no era un buen hombre. Nuestros caminos se cruzaron por una estúpida bruja. No, él no se…

Él no era un monstruo…

Aparté las sábanas y me levanté de la cama. Pensar demasiado me provocaría un horrible dolor de cabeza si seguía así.

Pasaban las dos de la madrugada, di por hecho que todo el mundo estaría dormido a estas horas, quizás exceptuando a los guardias de seguridad que aún merodeaban alrededor de la propiedad. Salí de la habitación y caminé escaleras abajo hasta llegar a la cocina. Quizás un vaso de leche caliente me hiciera olvidar mis pesadillas y recuperar un poco el sueño.

Tomé asiento en uno de los taburetes junto a la isla central y di un sorbo a la bebida.

—¿Te encuentras bien?

Paré de beber, retiré el vaso y giré la cabeza hacia el umbral de la entrada de la cocina. En el mismo momento en que lo vi recostado contra uno de los pilares con sus brazos cruzados observándome con preocupación, devolví la mirada a mi vaso y me mantuve callada.

—Puedo soportar tu silencio, tu indiferencia, tus evasivas, —sus pasos se acercaban a mí ya que su voz se oía cada vez más alta —pero al menos permíteme saber que no te encuentras mal por algún malestar, por favor.

El taburete al otro lado de la isla se oyó, él lo estaba retirando y tomó asiento frente a mí. Sus manos entraron en mi campo de visión, estaban en mitad de la encimera, a pocos centímetros de las mías que aún sujetaban el vaso.

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora