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Hades

Era la primera vez en meses que la luz que inundaba cada mañana mi habitación no me molestaba en lo más mínimo. Es más, agradecía el leve calor de los contados rayos del sol que lograban colarse entre las rendijas que se formaban entre las opacas cortinas en cada movimiento debido a la brisa fresca del día.

Y sonreí.

Sonreí en mitad de mi despertar, manteniendo mis ojos cerrados recordando absolutamente todo lo ocurrido el día anterior.

     *—Te amo.*

Mi sonrisa se ensanchó ante el retumbar de esas hermosas dos palabras en mi cabeza, de las imágenes que se adueñaban de cada rincón de mi mente, de mis manos recorriendo su hermoso cuerpo. Sus excitantes gemidos llenando mis oídos, el placer reflejado en sus gestos pidiéndome más.

—Mi ratoncita... —Murmuré retozando en la cama, alargando mi mano por toda la superficie con la intención de sentir su cuerpo bajo mis dedos de nuevo y apretarla contra mí para absorber su dulce y adictivo aroma.

Pero no estaba.

¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡No estaba!

Me moví rápido y apoyé mis manos sobre el colchón, abrí mis ojos casi de golpe teniendo que entorpecer mi visión con el dorso de mi mano al ser atacado por uno de los rayos del sol. En cuanto pude ver de nuevo, parpadeé un par de veces recorriendo la estancia sintiendo mi pecho contraerse ante la horrible idea de que todo hubiese sido mentira, que mi pequeña se hubiese marchado al terminar el cuadro y que nada de lo que…

—Buenos días.

Paré mi búsqueda después de oír su suave voz. Clavé mi mirada al costado de la cama y ahí la encontré, sentada en uno de los sillones bebiendo un poco de agua, la jarra acababa de terminarse de nuevo.

—Debra…

Se puso en pie, dejó el vaso sobre la pequeña mesita y caminó en mi dirección portando esa sonrisa que tanto me hacía delirar. No, no había sido un sueño, ella estaba aquí, conmigo.

—No quiero volver a despertar y no encontrarte a mi lado. —Cogí su mano cuando estuvo lo suficientemente cerca y tiré de ella envolviendo su cuerpo, tumbándola junto a mí haciéndole reír. —No vuelvas a desaparecer mientras esté dormido, ratoncita.

—No era esa mi intención. —Seguía sonriendo. Sus dedos acariciaban mi espalda al tiempo que disfrutaba de mis besos en su cuello. —Es sólo que necesitaba tomarme la pastilla. Luego regresaría contigo.

Me aparté de ella viéndola confuso. ¿Pastilla? ¿Es que estaba enferma? Y de ser así, ¿por qué diablos no sabía nada?

—¿Te encuentras bien? —Acuné su mejilla en una de mis manos y la observé buscando algún indicio de malestar. —¿Estás enferma?

—Hades, espera, es sólo…

—Puedo llamar a un doctor si lo necesitas. —Me alejé de ella por completo y salí de la cama. Seguía desnudo después de lo de anoche, pero eso no era importante. —¿Por qué no me dijiste nada? —Busqué mi teléfono en la misma mesita junto a la cama.

Ritual II: La historia comienza... ¿de nuevo? © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora