12.

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ROCHEL

Me había sorprendido demasiado al encontrarme con Patrik en plena calle durante la madrugada. Resultaba que la casa que poseía aquellas hermosas rosas era suya y yo estuve a punto de robarle un trozo de su jardín. Me aventé un manotazo cuando recordé todo aquello, y me avergoncé mucho más de mí misma al recordar todo lo que había pasado en las últimas horas. Debí haberme visto ridícula llorando en esa banca con un vestido ajeno y los pies desnudos, pero estuve tan cansada como para importarme mi aspecto. En realidad, ya nada me importaba.

Luego de asegurarme de que mi abuela estuviera dormida en su habitación, me sumergí en la mía. Me quité el vestido y me desaté las trenzas de mi peinado. Lo hice con tanta furia que incluso me arranqué algunos cabellos en el camino. Me puse el vestido viejo que usaba como pijama y salí al patio con las prendas de Dagna, que probablemente estarían sucias por todos los lugares en los que me había arrastrado. Metí el vestido en una tina con agua y comencé a fregar hasta el más mínimo pedazo de tela para dejarlo como nuevo. Cuando volviera a verla, se lo entregaría limpio y reluciente.

Al finalizar, lo colgué en una cuerda y aparté la mirada de aquella prenda. Me hacía sentir enferma. No volvería a usar ropa como esa en mi vida.

Me aterré un poco al percatarme de una luz a lo lejos. Por detrás del pasto alto, pude ver a Elina con una vela en manos, haciéndome señas. No podía escucharla, pero asumía que me estaba llamando, por lo que debía ser por algo importante. Me sequé las manos y abrí la cerca para cruzar por las plantas que separaban nuestros hogares. Ella me recibió en su patio trasero con una taza de té en manos, una bola de pelos en su regazo y una sonrisa.

-Hasta que llegas, Berit. Temía lo peor -dijo mientras dejaba la vela sobre un viejo candelabro-. Tu abuela se fue a dormir con el miedo en sus venas.

-Lo lamento.

No sabía que otra cosa decir. Yo también la había pasado mal.

-Ven siéntate.

Me acomodé a su lado en el mueble y su pequeña gata de pelaje gris se acercó a mí con ternura. Yo la arropé como si fuera un peluche. Kazy se pondría celosa si me viera.

-¿Quién era ese sujeto? -preguntó curiosa.

-Es Patrik, el docente que viene aquí a enseñarme francés.

-¿Él te trajo hasta aquí? Dios Santo, ¿cómo sucedió?

Le conté a detalle cómo fue que nos encontramos en la calle, pero no revelé nada sobre Dennis, porque no era relevante, o al menos eso quería creer. Hasta que comenzara el próximo semestre, quizá lo habríamos olvidado; de todos modos, él había estado un poco borracho. Cuando el sol saliera, no se acordaría de nada. Él seguiría con su vida normal y yo igual.

-Qué buen joven. Si no se hubieran topado...

-No piense usted en eso. Ya estoy aquí, sana y salva. Y créame que no volverá a ocurrir.

Elina se quedó en silencio, uno muy característico de ella. Por momentos podía hablar sin freno alguno, pero repentinamente podía quedarse callada adrede solo para sentir el aroma de las flores. Yo seguía acariciando a Nelly bajo las orejas mientras ambas solo existíamos.

-¿No piensas mudarte? Podrías alquilar un departamento cerca de la preparatoria. Sería más seguro que estar viniendo tarde todos los días.

Me pareció casi una indignación su propuesta, pero no la culpaba por pensar así. Vivir en el bosque traía muchas desventajas. Ella no tenía problema porque se la pasaba trabajando en una granja cercana y aquí sus mascotas tenían toda libertad de divertirse, pero yo era una estudiante, tenía amigos, responsabilidades y mientras más pensaba, más desventajas aparecían. A pesar de todo, no quería irme de mi hogar.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora