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PATRIK

La última hora de nuestra sesión del viernes ayudé a Rochel a practicar el discurso que daría en la exhibición de arte. La veía tan concentrada y sumergida en las palabras que acaparaban cada borde de la hoja de su libreta, que me preocupaba que se fuera a estresar demasiado. Para mí era fácil explayarme ante el público porque llevaba años de experiencia en ello, pero Rochel nunca ha tenido la oportunidad de hacerlo. Y teniendo el peso de haber sido la única estudiante escogida de su clase, debía de sentir mucha presión. Su preocupación eran tan grande que terminé sintiéndome igual o aún más nervioso que ella.

Tomé su libreta entre manos y le pedí que me explicara la obra que hizo con sus propias palabras.

Ella se quedó inmóvil. Ni siquiera las velas aromáticas que encendí sobre el escritorio la tranquilizaban.

-La maestra me dio un ejemplo sobre cómo debía hacerlo. No quisiera modificarlo.

-No tienes que modificarlo, solo hazlo a tu estilo. No te rijas a las normas.

Ella río ante mis palabras. A veces sus reacciones eran tan impredecibles.

-Y lo dice un maestro.

-Sabes a lo que me refiero. Además, que sea un maestro no significa que no sea rebelde.

-Oh no... ¿Has llevado la camisa arrugada todo el día?

-¿Qué? Pero la coordinadora no me mencionó nada. -Alisé las mangas de mi camisa-. ¿Crees que me califique mal por ello...?

Ella se rio de mí al ver mi preocupación.

-Ya entendí... -dije rendido.

Rochel continuó practicando a solas mientras yo le preparaba una taza de té caliente en la cocina para su garganta. No podía dejar de observarla. Cuando se concentraba jugueteaba demasiado con sus dedos, los cuales los entrelazaba en su cabello. Debía de ser un tic nervioso.

Al volver al escritorio ella seguía tan concentrada que no quise interrumpirla, así que decidí darle un vistazo a lo que llevaba escrito en aquellas hojas algo amarillentas, pero a penas mis dedos rosaron su libreta, ella la apartó de mi alcance.

-Lo siento. Es privado.

Quedé un poco dolido por habérmela arrebatado. Ya había visto con regularidad aquella libreta que usaba para sus dibujos y no pensé que le molestaría, pero era su mundo, así que solo ella decidiría a quien dejaría entrar.

-De acuerdo. Continúa.

-Patrik... -susurró, como si llevara una gran carga en sus palabras-. Voy a quedar en ridículo.

-Eso no pasará.

-Claro que sí... y no solo por lo que diré. -Sus palabras adoptaron un tono melancólico que me rompía por dentro-. Mi apariencia no es la mejor. Me refiero a que no tengo maquillaje ni nada adecuado en mi armario que ponerme. ¿Quién usa faldas a cuadros en pleno 2018? Exacto, yo.

-¿Por qué te preocupa eso? Yo te aplaudiría, aunque fueras vestida con un disfraz de payaso.

-No es tan fácil... Y nunca iría vestida así.

Era irónico cómo la persona que me había ayudado a no avergonzarme de comportarme como yo mismo, fuera la que más necesitase aquel consejo. Ella debía ser capaz de correr por la nieve, manchar sus dedos de pintura o cantar en voz alta sin miedo. Porque todo eso la haría feliz. Solo tenía que dejarse llevar.

-Mira. -Cogí una de esas pegatinas que venían en las agendas de cada año y me la pegué en la frente. Era de color naranja y tenía la figura de un signo de exclamación en medio-. Si saliera a la calle así, la gente lo vería, se extrañaría y a los cinco minutos se olvidaría de mí, porque tienen asuntos más importantes de los que ocuparse.

Yo la miraba seriamente, pero ella soltó una carcajada. Y no me importó. No me importaba mi aspecto frente a ella.

-Pero al día siguiente podrían recordar a aquel hombre con la pegatina en la frente -respondió.

-¿Y en qué me afectaría eso? ¿Los conozco?

-No...

-Y les habría sacado una sonrisa, ¿no es mejor eso? Además, tus faldas a cuadros podrían gustarle a mucho.

Ella lo pensó por una eternidad y me devolvió la mirada.

-Quizás la vida mejora cuando deja de importarte lo que piensan los demás.

-No es un Quizás, Rochel. Y te lo voy a demostrar.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora