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PATRIK

No esperaba que Rochel se disculpara conmigo repentinamente, pues no recordaba que ella hubiese hecho nada malo.

-¿Por qué?

-Por arruinar el piso de tu garaje.

Debía admitir que ver aquellas manchas de pintura en el suelo me preocuparon, y no pude evitar llamarla Berit; pero no lo hice por enojo, sino por confusión. Al principio no lo comprendí, pero aquella mancha en el suelo le había dado vida a aquel garaje. Ella había transformado aquella parte abandonada de casa que antes papá utilizaba para guardar su lujoso coche azul.

Ahora Rochel habitaba ese lugar. Su arte invadía el garaje y cuando salí de casa y la vi cerca de mi bicicleta no pude evitar sonreír por lo que ella había hecho. Por dar brillo a un hogar que había quedado vacío hace años.

-Me alegra que lo hayas hecho.

-¿Qué?

No podría explicarle todo lo que me había hecho sentir, sería confuso para ella y tan solo la idea de mencionar a mi padre en una conversación me daba mal sabor de boca.

-Entremos antes de que se haga tarde.

Rochel finalmente accedió y nos metimos en su habitación para comenzar una nueva sesión. Se veía más entusiasmada, pero un semblante triste la acompañaba. Lo noté desde que la vi a través de la ventana cuando llegó a mi casa. Era una curva particular en sus labios que no formaban una sonrisa completa. Y durante toda la clase no dejé de pensar en qué podría hacer para que su felicidad fuera entera. Entonces, recordé mi conversación con Adalia, y pensé en que quizás...

-¿Cómo te va en las clases de arte? -pregunté.

-Después de lo que sucedió con mi cuadro, no muy bien. La maestra se decepcionará de mí.

-No creo que ella opine lo mismo.

Me miró confundida, como si estuviera loco.

-¿Sabes algo que yo no? -preguntó inocentemente.

-Probablemente.

Se alteró al verme guardar mis cosas en la maleta, cortando la conversación. Ya eran las siete y la clase había culminado, pero Rochel probablemente querría escuchar lo que tenía por decir.

-¿No me lo dirás?

-Por supuesto, pero hay algo que tienes que hacer.

-¿Hacer qué exactamente?

Me levanté y ella me siguió hasta la cocina. Para nuestra sorpresa, Kazy apareció y empezó a maullar a mi dirección. Dio vueltas por mis piernas y luego un salto para apoyarse contra mi rodilla.

-Quiere que la cargues.

Aquello me halagó, así que me incliné para atraparla con mis manos y luego la mecí en mis brazos. Usualmente estaba muy inquieta merodeando por todas partes, pero una vez la mimaba, se volvía serena. Era una gata muy caprichosa.

Rochel se acercó y acarició la cabeza de Kazy con sus dedos. De pronto centré toda mi atención en ella: contenta con cosas tan sencillas. Y una sonrisa completa decoraba su rostro. Debería enfocarse en mantener ese tipo de sonrisas, espontáneas y verdaderas.

-La maestra de arte cree que tienes mucho potencial. Eres la que más destaca en su clase.

Sus ojos se iluminaron. Dejó de acariciar a Kazy repentinamente y comenzó a jugar con su cabello, nerviosa.

-Debes estar bromeando.

-¿Por qué lo haría? Lo digo muy enserio, Rochel. Eres talentosa.

-¿Cómo te enteraste?

-La coordinadora me lo comentó. -Bajé a la gata de mis brazos para enfocarme en ella-. Y es lo que menos importa. Ni siquiera lo que piense la maestra importa. Deberías reconocer tu talento por ti misma.

-Sé que soy buena, pero debe de haber personas que son mejores que yo.

Para mí había dos tipos de personas en el mundo: las que brillaban, y los que trataban de acabar con las que brillaban. Todos deberían enfocarse en ser como las primeras. Y Rochel brillaba, mucho más que el sol o la luna; pero había algo que no le permitía notar toda la magia que esparcía. Puse una mano en su hombro para obligarla a mirarme.

-En este mundo todos tenemos algo bueno que aportar. Nadie es mejor o peor.

-De seguro eso mismo le repites a todos tus estudiantes.

-Sí, pero a ti te lo digo como un amigo.

Rochel me acompañó de nuevo hasta el final del recorrido por el bosque con una lampara en manos. Desde hacía tiempo que no era necesario, pues ya me había aprendido de memoria la rutina, pero era agradable sentir su compañía por más tiempo. Al final del camino me despedí de Rochel con un abrazo que ella lideró. No sabía en qué momento se había convertido en una persona con la que me sentía en casa. Y lo apreciaba más que nada. Era una cómplice y una buena amiga.

-Espera. -Posó su mano sobre mi brazo antes de que pudiera avanzar-. ¿Por qué me comentaste aquello de repente? Dijiste que...

-Ah, te lo dije porque hiciste lo que te iba a pedir.

-¿Y qué fue lo que hice?

-Sonreír.

Luego de despedirme me sentí tan contento, como cada vez que regresaba de aquel bosque. Y mientras manejaba por las calles heladas no pude evitar reparar en cada rosa que me topaba, como si de verdad me estuviesen guiando a casa.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora