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PATRIK

Antes de asistir a mi último día de trabajo, visité la tumba de Jenell sin que Rochel se enterase. Planté y regué unas cuantas semillas de flores, ya que no pude hacerlo la primera vez. Con el tiempo crecerían y darían un poco de color.

Había estado toda la mañana en la escuela recogiendo mis portafolios y despidiéndome de mis colegas. Mi primer año escolar había acabado y podría tomarme unas vacaciones luego de mucho tiempo.

Era de noche cuando regresé de casa. Dejé mi bicicleta frente al garaje y saqué las llaves de mi bolsillo para entrar a casa, pero un maullido me detuvo. Me quedé quieto y observé a todas partes en busca del origen de aquel ruido. Pronto una pequeña gata de pelaje negro y blanco apareció bajo mis piernas. La había visto tantas veces antes, que la reconocí al instante.

—¿Kazy?

La alcé con mis manos para asegurarme de que era ella y no un gato callejero. Esa mancha negra sobre su nariz era única. Kazy estaba aquí, en mi casa. ¿Acaso...?

Entré rápidamente a casa. Si Kazy estaba aquí, significaba que Rochel también lo estaría. Al principio no encontré rastro de ella. Pensé en que estaría en el baño, o quizás en mi habitación.

—¡Rochel! —grité mientras subía las escaleras.

Jalé la manija de la puerta de mi habitación. También estaba vacía. Le di otra mirada y me percaté de la carta que yacía sobre mi escritorio, una que no había estado ahí antes.

—Patrik... —Mamá apareció por detrás de mí—. Tengo algo que decirte.

—Kazy está abajo. ¿Rochel la trajo consigo? ¿Dónde está?

Yo estaba muy entusiasmado que no podía dejar de hacer preguntas, pero mamá parecía devastada. Llevó una mano hacia mi hombro y me acarició la mejilla con la otra.

—Rochel vino y la dejó a mi cuidado. También dejó esa carta...

—Ya veo. —No entendía por qué mamá se veía tan decaída—. ¿Y ella dónde está? ¿Volverá por Kazy?

—Ella se fue, Patrik.

Una terrible sensación me invadió. Aflojé el cuello de mi camisa en lo que daba unos pasos atrás para alejarme de mi madre. El aire no parecía ser suficiente.

—¿Qué?

—Se fue a Francia. No va a volver.

Tomé la carta que estaba sobre mi escritorio y bajé por las escaleras para salir de casa. Me monté en mi bicicleta y manejé lo más rápido que pude hasta la casa de Rochel. Sabía que nadie respondería, pero no pensaba tocar esa puerta. Al llegar me estacioné frente a la vieja casa de madera en la que vivía su vecina. Elina. Ella debía saber algo. Toqué antes de que me quedase sin aliento. Necesitaba una respuesta inmediata. No. Necesitaba que alguien me dijera que Rochel no se había ido.

La mujer morena y de baja estatura me abrió la puerta, tal como la recordaba, a excepción de las ojeras.

—Buenas noches. Soy Patrik. Mi madre me dijo que Rochel se fue... A Francia. No sé si es cierto... Solo me dejó esta carta y...

—Joven Patrik, lo lamento.

—¿Qué quiere decir?

La mujer volvió a abrir su puerta y me invitó a pasar. Acepté respetuosamente, aunque me moría por una respuesta concreta. El lugar era pequeño y había muchos gatos merodeando. Me quedé sentado en el sofá mientras esperaba a la mujer, quien se había metido a una habitación. Al salir, trajo una taza de té y un collar en sus manos.

—Esto era de Rochel. —Me mostró la misma piedra que ella solía llevar colgada en su cuello—. Me dijo que te la diera si venías.

Agarré el collar sin poder quitarle mis ojos de encima.

—¿Y ella...?

—Se ha ido a París con su tía. Una vida mejor le espera allá.

Esas eran las palabras que no quería escuchar. Hubiese preferido recibir una bofetada a tener que asimilar que la persona que más amaba en el mundo se había ido. Casi arrugué el papel con mis manos. Estaba desesperado. Quería llorar y gritar sin que nadie me viera.

—Entiendo. Solo quería... asegurarme —dije, tratando de no perder el equilibrio.

—Patrik, mi pequeña le quiere mucho. No se olvide nunca de eso... Ella se habría quedado si mi querida Jenell no hubiera fallecido. Fue una tremenda injusticia lo que le tocó vivir.

—Lo entiendo, muchas gracias por decírmelo.

—Espero la siga queriendo.

Me dirigí hacia la puerta antes de que viera mi rostro enrojecido. Sintiendo el gélido aire a mi alrededor, expulsé la respiración que había estado conteniendo.

Di una vista a la vieja casa de Rochel antes de partir. Absorbí el olor de las rosas por última vez, porque volver a ese lugar no era opción. Tan solo pensarlo dolía.

Cuando pasé por la plaza decidí caminar. Dejé mi bicicleta al lado de una banca y me senté para tomar un respiro. La gente alrededor se veía tan feliz. Parejas se abrazaban, familias se tomaban fotos y amigos reían entre sí. Desearía que Rochel estuviera a mi lado en aquel momento.

Luego de varios minutos, abrí el sobre que me había dejado. Lo primero que vi dentro fueron pétalos de rosas. Estaban en buen estado, tenían un aspecto inusual y me recordaban a las que había visto en su habitación. Luego saqué la carta y me preparé para recibir sus últimas palabras.

No sé qué día es hoy.

Eso pensé una noche en la que no podía dormir. Mi abuela acababa de irse y la herida dolía cada vez que la rosaba. Todo lo que había planeado se desmoronó con su partida. Y de verdad lamento cargar conmigo tantos problemas que nos impidieron estar juntos, Patrik. No quería despedirme así, pero era la manera en la que menos nos dolería a ambos.

Por si no te has enterado, me iré a París. Erika se ofreció a pagarme el alquiler de un piso. Su esposo me dará trabajo en uno de sus locales y estudiaré alguna carrera relacionada al arte. La escuela de Bellas Artes en Paris es una buena opción y solo he escuchado maravillas de ese lugar. Todo suena bien, ¿verdad? ¿Debería estar feliz? Esto era lo que mi abuela quería para mí. Ya no tendré que dar caminatas largas para ir a estudiar o sobrevivir con un sueldo no tan decente, pero... Me harán falta Elina, Dagna, Dennis... tú.

No se me ocurrió a una mejor persona que se quede con Kazy. Cuídala por mí, por favor. Es muy caprichosa, pero merece ser feliz y consentida.

También te preguntarás ¿qué hacen aquí estas rosas? Es una anécdota que siempre recuerdo con cariño.

¿Recuerdas la primera vez que hablamos? Fueron culpa de las espinas del ramo de rosas que llevabas para Selina, las cuales se habían enredado en mi cabello. Te disculpaste por tu distracción y yo te respondí cortante porque no te conocía en lo absoluto. Recuerdo haber regresado de noche por ese mismo camino y encontrar el ramo en un tacho de basura. Seguían intactas cuando las saqué y se me ocurrió llevarlas a casa, porque eran mis favoritas y a sabía que a mi abuela le gustarían. No creí que durarían vivas por mucho tiempo, pero aquí están, con los pétalos igual de rojos y brillantes. No se han marchitado y espero que nunca lo hagan, porque significaría la muerte del amor.

No sé qué más decir para tratar de reparar tu corazón. No sé si volveré a Offenburg, o si iré de visita. Lo único que sé es que me dolería demasiado hacerlo y espero que lo comprendas. Mi corazón ya no aguanta más.

Sé que amas tu trabajo, pero a veces te veía muy estresado y luego te lamentabas por no pasar mucho tiempo con tu familia. Tienes que hacer lo que te haga feliz, ¿de acuerdo?

Yo también intentaré ser feliz, aunque ya no estés conmigo.

Hasta pronto, Patrik.

Atte. Rochel

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora