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PATRIK

Me había comportado como un idiota.

Fue repentino y confuso. Me sentí irritable por varias razones, algunas que no podía descifrar por completo. Solo sabía que comenzó al ver a aquel muchacho abrazando a Rochel. Luego cuando vi a Leo tomarle fotos a Rochel en el garaje o cuando los vi divertirse tanto en el Rosengarten. Sentí que me había distanciado de ella y no quería que eso volviese a ocurrir. El estrés que tenía por culpa del trabajo no ayudaba mucho a equilibrar mi estado de ánimo.

Nuestra clase comenzó con diez minutos de retraso, pero nos pusimos al día sin problema. Mamá nos hizo compañía durante toda la clase. Estaba preparando algo en la cocina y no podía esperar a probar su comida después de varios meses en los que le costaba incluso cocinar.

-Huele muy bien -se deleitó Rochel.

Aún no le había pedido que cenase con nosotros. Lo olvidé por haberme distraído pensando en mi mal comportamiento con ella. Rochel no mereció ese trato de mi parte y no dejaba de mortificarme por ello. Que de pronto ella se sujetase el cabello no ayudó. Era tan largo que no podía dejar de admirarlo. Tampoco dejaba de preguntarme qué otros dibujos ella había creado o con qué otras flores habrían decorado su habitación en la última semana.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que visité su hogar. Me era más fácil dar las clases en mi casa, pero añoraba ver a Kazy, sentarme con Rochel sobre el pasto y observar su mural de dibujos.

-¿Quieres quedarte a cenar? -pregunté finalmente.

Me ilusioné al notar su sonrisa, pero al instante la borró y dejó de mirarme a los ojos. Esos cambios drásticos de ánimo me desconcertaban.

-No debe de haber mucha comida. Disfruten ustedes.

No supe qué decirle. Realmente quería que se quedase con nosotros, pero parecía mortificarle el que le invitáramos algo. Me había dado cuenta de ello desde nuestra primera clase cuando quiso darme dinero de más por la sesión. Rochel detestaba recibir algo de otras personas. No comprendía el por qué.

Por fortuna, la voz de mamá se hizo presente y nos interrumpió.

-Berit, sería un placer para todos si te quedaras. Me gusta que haya más personas en esta casa.

Rochel se sonrojó al darse cuenta de que mi madre la había escuchado. Me miró directamente a los ojos mientras pensaba su respuesta.

-Está bien.

Esas dos palabras me alegraron la noche.

Nos fuimos al comedor apenas terminó la clase. Ambos decidimos ayudar a mamá a poner los platos y cubiertos en la mesa. Rochel, por su parte, colocó unas flores que estaban algo marchitas en un jarrón con agua y lo dejó en el centro de la mesa. Fue un detalle simple que supuse que mi madre apreció mucho por la forma en que la miró. Últimamente la atrapaba observando a Rochel con minuciosidad.

Vi cómo los ojos de Rochel se iluminaron cuando mamá puso los platos de Spätzle frente a ella; incluso había agregado champiñones, esos que Rochel tanto amaba.

-¡Fideos! -exclamó repentinamente-. Amo esta comida y huele tan bien... Muchas gracias.

-Hanna. Así me gusta que me llamen -dijo mamá con una sonrisa.

En ese momento Leo abrió la puerta. Habíamos estado tan distraídos que no nos percatamos de su llegada. Él se sentó junto a mamá. Yo y Rochel estábamos sentados uno al lado del otro. La música que salía del tocadiscos nos acompañaba durante la cena.

-¡Me fue de maravilla en mi clase! Y todo gracias a ti, Berit.

-¿A mí? -cuestionó.

-¿De qué están hablando? -indagó mamá.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora