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ROCHEL

Me senté en la enorme cama de dos plazas que acaparaba la habitación de Erika y comencé a ordenar su ropa en las maletas. Tenía tanta que decidió llevar tres. Abigayhil y Karin nos hacían compañía desde su cuna mientras se distraían mirando los videos musicales de varias canciones infantiles en el televisor, muy concentradas mientras una gallina del vídeo cantaba y hacia movimientos extraños. Ambas llevaban prendas del mismo color y solo podía distinguirlas por sus lunares.

-¿Debería viajar con este? -Cogió un gancho de ropa, el cual sostenía un saco de color verde limón-. ¿O este? -Otro saco de color rosa pastel contrastaba con el otro. Eran del mismo diseño y de la misma marca.

-Con el color que te guste más.

-Eso no me ayuda, Berit.

Opté porque escogiera el de color rosa. Aunque yo no tenía un color favorito en particular, siempre me inclinaba por los tonos rosáceos, pues mi madre Solís vestir prendas de esos colores.

La casa en la que Erika ha vivido por más de tres años quedaría a cargo de la hermana de su marido. Fue una decisión de última hora, así que no tendría que preocuparse por vender aquella hermosa morada. Ya estaba casi todo listo y mañana ella partiría.

Por otro lado, la incógnita que me ha perseguido en los últimos días no se iba y mientras Erika cargaba a Karin entre brazos, porque había empezado a llorar, decidí interrogarle.

-Creí que te mudarías a Marsella. ¿Por qué irás a Paris ahora?

Erika evitó mi mirada, como si luchase entre decirme la verdad o inventar alguna excusa, como siempre lo hacía para no lastimarme.

Yo tenía una teoría. Solo necesitaba que ella me la confirmase. Por dentro, tenía el presentimiento de que convenció a Gunter de vivir en Paris para hacerme cambiar de opinión sobre quedarme a estudiar en Offenburg. Quería manipularme.

-Berit, yo...

-Pensabas que así me iría contigo.

Para poder irme y no tener que rememorar los recuerdos de mi familia en esa ciudad.

Ella se sentó a mi lado en la cama mientras le daba el biberón a Karin.

-Creí que dolería menos.

Erika sabía que una parte de mí se negaba a vivir a Francia por los recuerdos que me traería de mi padre.

-Eso... da igual. Ya lo superé -mentí-. Yo me quiero quedar por otras razones, Erika. ¿No puedes entenderlo?

Tendió una mano sobre mi hombro. Su expresión era seria, impasible.

-Berit, escúchame. Ni tú ni yo sabemos si cambiarás de opinión en el futuro. Y si te vas, no quería que tuvieras que afrontar a la fuerza esos recuerdos, así que no me arrepiento de mi decisión.

Pero yo no cambiaría de opinión.

No.

No.

Y no.

-¿Sabías que el sueño de tu madre siempre fue visitar Paris?

Mi impresión fue evidente. No he hablado mucho con Erika sobre mi madre, porque me resultaba doloroso. Solo sabía que ambas estudiaron juntas en la secundaria y que fueron grandes amigas. Mejores amigas. Tanto que sus compañeros les recalcaban que se parecían mucho, a excepción del color de cabello.

-Creía que era conocer Madrid.

-Esa ciudad estaba en segundo lugar, pero ella siempre ha estado obsesionada con tomarse una foto frente la Torre Eiffel con el amor de su vida vistiendo el mismo atuendo. Era uno de sus sueños.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora