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ROCHEL

Varios pensamientos me invadieron al llegar a casa. Ni siquiera tenía fuerza para poner los cubiertos en la mesa y un plato se me resbaló de las manos por lo débil que me sentía. Había sido una noche agotadora, llena de lágrimas y sonrisas al mismo tiempo.

Le había pedido espacio a Patrik en el cementerio luego de que les diera a mis padres aquellas rosas blancas. Dejé el dibujo a lápiz de ellos y les conté a detalle sobre mi noche en el museo. Y lo extraño fue que no lloré mientras lo hacía. Todos los años solía destrozarme estar sentada frente a sus lápidas y la gente me veía alrededor con pena, pero esta vez no fue así. Y en parte se debía gracias a él.

-Lo siento, abuela. Yo limpiaré esto.

-Berit, tranquila. -Me cogió de ambas manos y me obligó a mirarla-. Dime que sucede. Te siento inquieta.

Ella desconocía mis sentimientos, lo que solo aumentaba mi deseo de confesarlos en voz alta. ¿Cómo podría actuar discreta?

-Patrik estuvo conmigo hoy. Me llevó al cementerio luego de nuestra clase.

Jenell no lo consideró extraño, ni siquiera se sorprendió. No percibía el trasfondo oculto en mis palabras, ni las emociones que se desbordaban de mis ojos.

-¿Por qué tiemblas, Berit?

Me llevó a tomar asiento en una de las sillas.

-Me acompañó a ver a mis padres, porque se lo conté todo. Con él es sencillo hablar y siempre me siento cómoda. - Sostuve el collar con mis dedos. Lo acerqué hacia ella para que lo viera con más claridad-. ¿Has visto esto? Él lo compró para mí la noche de Navidad.

Me acarició el cabello mientras me miraba a los ojos, tratando de descifrarme.

-Creí que lo compraste en alguna tienda, Berit.

-Ese día lo abracé. Estaba muy agradecida. También leímos cuentos en el sofá. Hoy también lo abracé y...

-Berit, sé que sueles ser muy reservada, pero en realidad tienes mucho cariño por dar.

-Pero él...

Me llevé ambas manos al rostro para que no me viera estallar. Estaba a punto de decirle lo que sentía. Debía hacerlo.

-¿Acaso tuviste algún problema con tu maestro?

Maestro.

Me levanté de la silla y comencé a dar vueltas por la cocina para aclarar mis pensamientos.

-Ese es el problema. Él es mi maestro. Yo no puedo estar sintiendo esto por...

-Berit, estás algo pálida.

No quería admitirlo. Yo debía de estar confundida. Patrik solo era amable conmigo y probablemente solo me estaba dejando llevar por esa cortesía. Él nunca podría sentir algo por mí. Y yo no debía sentir algo por él.

-No cenaré, abuela. Quiero descansar.

Me metí a mi habitación sin dar más explicación.

Di un fuerte portazo y me quedé apoyada contra la pared. Para mi desgracia, lo primero que vi fueron las rosas sobre mi escritorio, las cuales no se dignaban en marchitarse.

Por primera vez en mi vida, deseaba que unas flores lo hicieran para así poder olvidar mi primer encuentro con Patrik, que sirviera como una señal para que deje de pensar en él, pero por más frustrada que yo estuviera, no lo merecían. Y tampoco parecían querer marchitarse aún.

Mi hogar era un jardín entero lleno de enredaderas, rosas al borde de mis ventanas y flores que parecían manchas de colores en un lienzo; solo Patrik había tenido la oportunidad de explorar ese lugar tan mío, que de alguna manera también le logró pertenecer. Lo dejé entrar a pesar del polvo y las espinas, eso que siempre me alarmó que alguna persona conociera. Y no podía estar más agradecida. Me di cuenta tarde, pero luego de una noche entre lágrimas y observando aquellas rosas que nunca se marchitaban, asimilé la verdad.

Me había enamorado de Patrik Roth.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora