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PATRIK

Me sentí tan ridículo al ni siquiera poder forzar una sonrisa frente a los alumnos y colegas. Pareció ser evidente para todos que mi carisma en los últimos días no era el mismo. Hacía lo posible por actuar como un profesional, pero mi esfuerzo no era suficiente.

Revisé las notificaciones de mi teléfono como un desesperado. Selina no me había vuelto a escribir desde nuestra ruptura, pero no dejaba de subir fotos en sus redes sociales. Se veía contenta, renovada y libre. Libre de mí.

Ya era hora de que lo aceptara. Ella no merecía andar con alguien que no respetaba su espacio. El problema fue que yo siempre interrumpía sus planes. Yo ponía la música mientras ella estudiaba para que se relajase, pero terminaba enfadándose conmigo por no guardar silencio. Yo la invitaba a salir para que dejase de estresarse tanto con sus estudios, pero me regañaba cada vez que se lo proponía. Yo la iba a recoger de su universidad para ahorrarle el pasaje del metro cuando lo que ella quería era caminar a solas.

Quizá no debí interferir en su carrera. Quizá fui demasiado egoísta. O quizá simplemente no conectábamos.

-Suplente Patrik, qué agradable sonrisa -dijo una de las coordinadoras de la escuela al pasar junto a mí, con las manos llenas de formularios de estudiantes nuevos para el próximo año escolar-. Está radiante hoy -continuó con sarcasmo.

-Siempre tan amable, Adalia.

-No hay de qué.

Adalia era la única persona que me agradaba de la escuela. Sabía sobre mi relación con Selina e incluso que solía darle clases particulares de inglés a Juliette, su hermana menor. Debía de creer que era un tonto adultolescente que apenas había madurado. Y decía adultolescente porque mentalmente no sabía en qué estado me encontraba.

-Ayúdame a dejar estos portafolios en la sala de profesores. -Me tendió unos cuantos sin darme la oportunidad de negarme. Además, ayudarla era un manera de aprender a adaptarme al trabajo escolar-. Toma un poco de sol, o sal y refréscate con el viento. Me deprime verte así.

Caminé junto a Adalia por los pasillos de la escuela. Ella no dejaba de hablar sobre las nuevas novedades, el molesto director o incluso del clima. De alguna forma siempre tenía algo que decir, pero en aquel momento no tenía muchas ganas de seguirle el juego.

-¿Aún la extrañas? -Se detuvo frente a la sala de profesores que se encontraba al fondo del pasillo. Estaba seria-. Patrik, eres un joven increíble. No deberías deprimirte por eso. Te espera una larga vida por delante.

-Eso es lo peor.

No era solo Selina la causa de mi tristeza. Ella no sabía del estado de salud de mi madre, o sobre que había decidido dejar de vivir en mi departamento de alquiler. Habían sido demasiados cambios en la última semana y no podía manejarlo todo. Era aquello lo que me frustraba, la sensación de que había hecho todo mal.

Como cualquier chico a sus casi veintitrés años, creí que todo en mi vida ya estaba arreglado: puesto de trabajo asegurado, un propio piso y una pareja; pero de pronto volví a sentirme como un niño que vivía en casa de sus padres y no sabía qué hacer con su vida. A pesar de haber pasado gran parte de mi adolescencia siendo padre de mi hermano menor, no maduré por completo. Tenía veintidós años y no podía esperar mucho de mí mismo.

Estaba a punto de responder cuando escuchamos un fuerte ruido por el pasillo, como el sonido de la madera al raspar alguna superficie.

-¿Será el maestro de educación física? Le dije a ese hombre que no podía almorzar en el almacén.

Seguimos nuestro camino hasta el final del pasillo. Adalia diciendo cualquier ocurrencia y yo pensando en Selina, quien partiría algún día del país sin siquiera despedirse. Y me vería forzado a olvidarla.



Montaba mi bicicleta por el mercado de la ciudad en busca algunas frutas y verduras para llenar el vacío refrigerador de casa. Desde que decidí independizarme en la ciudad hace tan solo seis meses, ni siquiera me había tomado la molestia de preguntar a mi familia sobre sus carencias, pues nosotros vivíamos solos desde que mi padre había decidido mudarse a Francia por cuestiones de trabajo.

Era desolador reconocer que uno se podía olvidar de los demás debido a la lejanía. Y luego nos solemos sorprender tanto por el cambio de actitud de un hermano, el cansancio de una madre o la tristeza de un amigo. Mi padre se olvidó de su familia, y yo había estado siguiendo el mismo camino. Si él tuviera la oportunidad de vernos ahora mismo, a penas reconocería nuestros rostros. 《¿A dónde se fue mi familia?》 Se preguntaría. La pregunta que debería hacerse sería: ¿Adónde me fui yo?

Las luces iluminaban mi recorrido. Pronto se haría de noche y tenía que apresurarme para no dejar a mi hermano y a mi madre con hambre, pero tomé un atajo hacia una pequeña tienda donde vendían pastel de Selva Negra, el favorito de mamá.

Había terminado mi compra cuando topé con mi bicicleta por accidente a una mujer anciana de espalda jorobada que había estado apoyada contra un poste. Cuando me volteé a pedirle disculpas, la reconocí al instante. No solo por la apariencia, sino por el olor a rosas. Era aquella misma mujer canosa que me había vendido las rosas. Estaba a punto de cerrar su puesto.

Aquella floristería era acogedora. La madera estaba pintada de verde jade y un toldo de tela sobresalía en lo alto. La primera vez que fui, las flores estaban dentro de cestos de paja y recordé haber visto una mariposa posarse sobre las rosas que aquella vez compré. Fue puro instinto lo que me llevó a escogerlas.

Decidí saludar amablemente a la mujer para luego seguir con mi camino, pero ella me detuvo.

-Lamento la imprudencia, pero ¿es usted maestro?

Me tomó por sorpresa que supiera aquel dato sobre mí, pero le respondí con cordialidad.

-Sí -dije confuso-. Así es. Hace poco empecé a ejercer como maestro suplente de idiomas. Estoy en la escuela Grimm. ¿Puedo saber por qué lo pregunta?

-Ah, tenía razón cuando lo vi -dijo con una sonrisa que le hacían ocultar los ojos-. De casualidad, ¿usted enseña a mi pequeña Berit?

¿Berit? Berit... Berit. No había tenido varias sesiones con su salón, pero tenía buena memoria cuando se trataba de reconocer rostros. Alta, cabello rubio y ojos castaños. Incluso me había topado con ella hace poco más de una semana, el mismo día que terminé con Selina.

-Por supuesto. ¿Ocurre algo?

Me explicó detalladamente las dificultades que su nieta tenía con el idioma. Yo estaba al tanto de aquello. Me pasaron las notas de todos los estudiantes para tener una noción general y francés era el curso en el que tenía el promedio más bajo. No era la peor de la clase, pero necesitaba apoyo. Aun así, no sabría si yo dispondría del tiempo suficiente para orientarla, mucho menos con todos los cambios que he atravesado en mi vida en los últimos días. Debería pensarlo.

-Se lo agradecería demasiado. Usted ponga el precio. -Juntó ambas manos en modo de súplica-. Dos clases por semana no estaría mal.

Me pregunté por qué sería tan importante para Berit aprender aquel idioma a la perfección, pero era un motivo que no me incumbía. Aquella mujer parecía desesperada porque aceptase su propuesta.

Pensé en que ella fue la persona que me vendió las rosas y yo había decidido desecharlas sin más. Me sentí culpable, así que no estaría mal hacerle un pequeño favor. Tal vez podría hacer un espacio en mi agenda. De todos modos, no era la primera vez que daba clases particulares y me haría bien un poco de dinero extra para apoyar a mi familia.

-Veinte euros por semana, ¿le parece bien?

No podía ofrecer un precio tan elevado a aquella mujer. Era casi un regalo.

-Muchísimas gracias.

Creí que todo estaría arreglado y podría volver a casa, pero ella entró a su tienda rápidamente y luego apareció con un ramo de lirios del valle en mano. Me los tendió, muy agradecida, y con aquel detalle regresé satisfecho, pues eran las flores favoritas de mamá.

A cierta lejanía, decidí voltear para ver el puesto. Vi como unas letras en cursiva de un hermoso color rosa resaltaban en lo más alto: Floristería Berit.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora