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ROCHEL

Mi voz apenas debía de escucharse a través del teléfono cuando le comenté a Erika la noticia. Dejó todos sus pendientes, cogió el primer vuelo que encontró hacia Alemania, y la esperé en la estación de tren cuando la mañana llegó. Luego de dar mi examen de biología pasamos las primeras horas del día afuera viendo los preparativos para el entierro. Paseamos por la ciudad como si el recuerdo de la muerte no nos estuviera pisando los talones.

Caminar por las calles de Offenburg no se sintió lo mismo. El viento me helaba más de lo usual y había mucho silencio. Cuando Erika me veía, instintivamente trataba de esconder mi rostro por miedo a que notase alguna lágrima. Pero la verdad era que desde que vi a Jenell tapada con ese velo, no he podido hacerlo. La noche me había dejado débil y no tenía fuerzas, ni siquiera para llorar.

Durante todo el día solo fui solo un cuerpo sin estrellas, sin flores, ni risas. Pude haber sido metida bajo tierra junto a Jenell y no hubiese hecho esfuerzo alguno por salir.

Solo tres personas asistieron al funeral.

Creí que podría mantener la postura durante la ceremonia, pero cuando lancé un ramo de rosas sobre su ataúd, comencé a temblar por lo que aquello significaba. Sus flores favoritas la acompañaron hasta el final. Ella creó vida con sus manos y ahora ella se estaba yendo.

20 de julio, 2019

Ese fue el punto final.

Luego de que la cubrieron con tierra, miré al par de sepulcros que estaban a su lado. Mamá y papá. Sus tumbas estaban tan desgastadas y con flores marchitas. En unos años la de mi abuela estaría igual, y pensé en que esa era la peor forma de rememorar a una persona.

Por una hora estuve arrancando el pasto del suelo como una forma de castigo a la tierra por llevársela. Jenell pudo descansar al lado de su hija, pero yo seguía aquí, vacía y con muchos secretos que no pude revelarle por falta de tiempo. No podría asistir a mi graduación. Ya nunca vería otro dibujo mío. No volvería a probar su comida.

Erika me ayudó a levantarme del suelo cuando todo acabó. Yo la aparté sin molestarme en ser delicada.

-Berit, si quieres podemos volver el día de su cumpleaños y...

-No pienso volver a este lugar.

Elina se acercó y envolvió sus manos con las mías, como si hubiese dicho la peor grosería del mundo.

-Pequeña, no digas cosas de las que luego te arrepentirás.

-Ella ya no está aquí, al igual que mis padres. -Me zafe de su agarre para limpiar las lágrimas que habían empezado a caer como lava ardiendo-. Se han ido. Todos se han ido.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora