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ROCHEL

Salí de la clase de química con más incógnitas que respuestas. No era mi materia favorita en lo absoluto, pero me esforzaba por sobresalir y llevarme cumplidos por parte de los maestros. Cuando ingresé a la escuela, solía hacerlo para que los de mi clase me escogiesen para los trabajos grupales y así poder hacer amigos, pero en algunas ocasiones terminaron aprovechándose de mi amabilidad y terminé haciendo varios trabajos por mi cuenta. De todas formas, nunca sería una doctora o una biofísica. Era demasiado estrés para mi pobre cabeza que solo tenía espacio para flores y colores. Yo solo quería pintar por el resto de mi vida, sobre cualquier calle, en cualquier hoja en blanco o en algún árbol. Cualquier cosa podía convertirse en arte, todo dependía de las manos que lo tocasen.

Fui hacia el portón del instituto mientras conectaba mis audífonos al mp3 que Dennis me regaló por mi cumpleaños. No debía valer mucho para la economía que sus padres poseían, pero lo apreciaba. El año en que ingresé a la escuela, él solía ver cómo me acercaba tímidamente a su oído para oír su lista de canciones que yo en mi vida había escuchado. Fueron meses en los que compartimos las mismas melodías hasta que me obsequió aquel aparato de color rosa y me enseñó a descargar mis propias canciones.

Dolía que él me diera tanto mientras que yo tenía muy poco que ofrecer. Faltaba poco más de un mes para su cumpleaños y aun no tenía ahorrado el dinero suficiente para darle un obsequio. Me sentía fatal por aquello.

Mi preocupación se vio interrumpida cuando una mano se posó sobre mi hombro. Antes de que pudiera alarmarme, vi el rostro de Patrik frente a mí, quien se veía más apuesto sin sus anteojos.

-Disculpa por el susto, señorita Berit.

-No fue nada -respondí fríamente-. Buenas tardes, ¿sucede algo?

-Es respecto a sus clases. La señora Jenell me dio una dirección, pero no logro ubicarme. ¿Está afuera de la ciudad?

Y sentí el alivio más grande de mi vida. Jenell no había contactado al maestro Bob para que me enseñase, sino a Patrik, lo cual era increíble porque ambos éramos jóvenes y empleábamos el mismo lenguaje al hablar. Sin duda con él podría expresarme mejor.

Revisé el papel que llevaba entre sus dedos con la letra enredada de mi abuela. Ella era mala dando indicaciones y vivir en medio de rosales no ayudaba mucho.

-Es difícil dar una ubicación exacta. ¿Le parece si va hacia el parque de bicicletas? Puedo esperarlo ahí.

Amaba vivir en medio del bosque, pero al mismo tiempo eso me había dificultado la vida. Tenía que salir una hora antes de la primera clase para poder llegar temprano, caminar por un suelo no pavimentado y cargar con el dolor de los callos en mis pies; pero aquello no era lo peor. Tenía que ocultarles a todos en donde vivía porque sabía que nadie estaría dispuesto a ir hasta ahí.

-De acuerdo. Ahí nos vemos, Berit.

Patrik asintió complacido y no tardó en darme las gracias para luego montar su bicicleta de color turquesa. Lo vi desaparecer por la calle con aquella actitud tan jovial y me permití sonreír por el alivio que sentí.

Quizá las clases no serían tan malas.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora