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ROCHEL


Ya eran las once de la noche cuando Hanna nos llamó para que fuéramos al comedor. El olor era cautivador, al igual que la decoración. Unos cascanueces de madera decoraban los estantes y un pequeño elfo como centro de mesa. Todos tomamos asiento mientras Leo y Patrik traían los platos de comida: asado de repollo, ensalada de patatas, salchichas, pan de frutas e incluso aguardiente de cerezas. Hanna puso un disco con canciones populares de navidad como Heilige Nacht y Stille Nacht. La noche se sentía muy diferente a las anteriores. Había personas alrededor, más aperitivos y sobre todo alegría. Nunca había visto a mi abuela tan feliz.

Me devoré todo el plato en cuestión de minutos. Todo estaba delicioso y solo quería hacer más espacio en mi estómago para dar unos bocados más, aún si eso implicase que podía explotar.

Todos se abrazaron cuando el reloj marcó las doce. Me asusté cuando los fuegos artificiales resonaron en las calles, así que tapé mis oídos. Odiaba el bullicio, nunca me había acostumbrado a ello puesto que en mi hogar nunca llegaban esos ruidos por la lejanía. Estaba a punto de esconderme en el baño cuando Patrik se me acercó por detrás y me abrazó discretamente.

-¿Te aterra mucho? -preguntó mientras acariciaba mi espalda, como si yo fuera un cachorro asustado.

-Sí. Demasiado.

No me soltó en un largo rato. Me sentí muy segura con su contacto y no quería romper el momento, pero Leo nos observaba desde su asiento y no quería que tergiversara las cosas, así que me separé de Patrik a la fuerza.

Luego fue hora de ir a la sala junto al árbol para abrir los regalos. Hanna recibió muchos obsequios. Ropa de invierno, unos zapatos cómodos y unos guantes con el dibujo de un reno. Lamenté no haber podido obsequiar algo a nadie. No tuve tiempo ni dinero suficiente como para comprar regalos de última hora, y cuando Patrik salió tampoco pude pedirle que lo acompañase porque él parecía haber tenido mucha prisa.

Para mi sorpresa, mi abuela recibió un regalo. Fue un abrigo de lana beige que encajaba bien en su cuerpo flácido. ¿Acaso Patrik salió por eso? Me sentí tan agradecida por ello, porque era como si me hubiese regalado algo a mí. Aunque en realidad, no lo hizo. Tuvo regalos para todos, excepto para mí, pero no me molestaba. Su presencia y aquella cena fueron más que suficiente.

Leo me estaba enseñando su nuevo trípode cuando Hanna le envió a descansar. Eran casi las dos de la madrugada. Con ellos el tiempo había pasado volando. Yo también debía ir a casa, pero hacía frío y tenía miedo de salir tan tarde de noche con mi abuela. Tampoco quería aprovecharme más de la generosidad de Patrik.

-¿Se quedarán a dormir? -le preguntó Hanna a mi abuela.

-En realidad... -traté de intervenir.

-Pueden quedarse -comentó Patrik desde la cocina, entusiasmado-. Tenemos una habitación para invitados. Jenell puede descansar ahí cómodamente.

-Excelente, y Berit puede quedarse en el sofá -acordó su madre.

No habría accedido si hubiese tenido otra opción.

Acompañé a Jenell a la habitación de invitados para ayudarla a cepillarse el cabello y acomodar sus mantas. Me quedé con ella conversando hasta asegurarme de que quedase dormida. A estas horas ella no solía estar despierta y no demoró en lanzar leves ronquidos; entonces, le di las buenas noches y volví a la sala, donde solo estaba Patrik, acomodado en el sofá mientras revisaba su teléfono. De pronto quise acercarme y abrazarlo, sin razón alguna.

Ya había acabado el primer semestre de mi último año, había hecho las paces con Dagna y había pasado la mejor navidad de mi vida. Ahora solo quería relajarme a su lado y oler su aroma tan adictivo.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora