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ROCHEL

Aquel primer día de febrero desperté cerca de las nueve de la mañana tras haberme quedado despierta hasta tarde repasando las palabras que daría en la exhibición y terminando algunos trabajos de fin de semestre. Ya me había hecho tarde para la primera clase, así que tendría que apurarme para no perder las demás.

En la escuela me desesperó ver a los estudiantes que invadían los pasillos. Todos tan tranquilos, riéndose, charlando, pasando su mejor día, mientras yo me moría de nervios por la noche que me esperaba. No estaba del todo lista para afrontarlo.

Almorcé una ensalada de frutas y traté de no alarmarme a medida que las manijas del reloj avanzaban. Ya eran las cuatro de la tarde. Tenía que ir dentro de media hora a una tienda en el centro para recoger el traje que Jenell había alquilado para mí. Era un pantalón negro formal, una camisa blanca a botones y un saco anticuado que me aumentaba cinco años de edad.

Cuando estuve a punto de salir por las puertas de la escuela, me encontré con Patrik en el estacionamiento. Estaba quitando el candado de su bicicleta, a punto de partir. Él me miró primero y le sonreí espontáneamente. No lo había visto desde nuestra última clase y como hoy sería mi día importante, él me aseguró de que no habría problema con que canceláramos nuestra sesión.

—¡Rochel! Qué gusto verte.

Miré a ambos lados antes de acercarme hacia él. Se veía más apuesto de lo normal. Hoy no llevaba los lentes de contacto. A veces los olvidaba por su falta de organización.

—Hoy falté a mi primera clase —comenté.

—Yo llegué quince minutos tarde al trabajo. No eres la única despistada.

Le conté cómo me había ido en el día mientras nos dirigíamos a la calle. No tuve miedo de que me vieran, ni me importó que algunos estudiantes caminaran a nuestro alrededor. Solo estaba conversando con Patrik. Mi amigo.

—¿A dónde irás ahora? —me preguntó.

—A recoger la ropa que utilizaré hoy por la noche. Es un traje formal que mi abuela tuvo que alquilar en una tienda de ropa.

—Genial. Te acompaño —dijo montándose en su bicicleta. Con su mirada me indicó que subiera—. Será rápido.

—No quiero causar molestias. Puedo ir caminando.

—Si estás sola te pondrás muy nerviosa pensando en la exhibición.

Él tenía razón.

Accedí porque también me gustaba la idea de pasear con él por la ciudad. No lo hacíamos seguido, pero era de esos momentos que podría repetir por toda mi vida sin cansancio.

El viento me revoloteaba el cabello, las aves cantaban, el olor a dulce y a flores me empalagaba. No había mejor sensación que esa, disfrutar de los pequeños detalles que la naturaleza regalaba, porque no era algo que tenía que ganármelo. Lo merecía por el simple hecho de existir. De estar aquí.

—¿En qué piensas? —preguntó Patrik.

—En lo feliz que me siento —respondí sincera—. ¿Y tú?

No me respondió.

Nos quedamos en un silencio cómodo, pero me sofocaba la falta de una réplica. Él a veces daba respuestas ausentes. Te dejaba con la duda hasta que se sintiera listo para expresarse. Me gustaba al mismo tiempo que me desesperaba eso de él.

Le fui dando las indicaciones hasta llegar a una tienda que estaba escondida en un callejón de la ciudad.

—Rochel —me dijo luego de que bajara de su bicicleta. No dejaba de mirarme en ningún instante—. Yo también pensaba en lo feliz que me sentía. Contigo.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora