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PATRIK

El ciclo escolar había culminado y tenía que dar reportes de notas finales de todos los estudiantes, y así mismo preparar los exámenes de recuperación que darían los alumnos que quedaron con un bajo promedio, por lo que serían semanas muy ajetreadas. Era lamentable que no todos entendiesen los temas, porque para mí los idiomas siempre me han parecido lo más fácil del mundo, pero comprendía que no todos tuvieran las mismas capacidades y motivaciones. De todas formas, a veces me recriminaba a mí mismo. Quizá no enseñaba de la mejor manera, o quizá era muy aburrido. En realidad, nunca había reparado en mis habilidades de docencia. Aquel puesto era mi primer trabajo y no tenía mucha experiencia aún. La mayoría del tiempo me sentía un estudiante que jugaba a ser maestro.

Por suerte, Berit no había reprobado la materia. Tal vez no captaba bien los temas, pero parecía ser muy perseverante y, sobre todo, inteligente. Aunque no sacó la nota más alta, obtuvo resultados favorecedores. Su promedio pasó de un cuatro a un tres, pero necesitaba mucho por mejorar, y mis clases personalizadas la ayudarían sin duda.

Y todo aquello pensaba en camino hacia aquella casa mientras aspiraba el olor de los árboles y las rosas al que tanto me había acostumbrado. Sin darme cuenta, ese se había convertido en mi momento favorito de la semana, cuando observaba el campo y el sol me acariciaba. Podría andar por aquel lugar por años.

Estacioné mi bicicleta sobre la cerca y revisé si había traído conmigo todas las hojas del tema de hoy, solo para asegurarme. Nunca me he caracterizado por ser organizado, pero al menos debía fingir serlo tomando en cuenta que aparentemente ya era un profesional.

Toqué la puerta y Berit me abrió con el típico semblante serio y calmado en su rostro. En menos de un minuto ya estaba ubicado frente al escritorio de su habitación mientras organizaba algunos libros, pero mi mirada siempre se desviaba hacia la pared con sus dibujos. Era impresionante cuanto arte podía crear. Cada clase veía más hojas adheridas, unas sobre otras, algunas hechas con lápiz, otras con temperas y otras solo con colores.

Cuando Berit llegó con una taza de té, no pude evitar preguntarle lo que había albergado en mi cabeza desde nuestra primera clase.

-Al empezar el año escolar habrá un concurso de arte. ¿No has pensado en participar?

Ella dejó la taza en mi lado y suspiró.

-En realidad no estoy interesada. -Tomó asiento a mi lado y organizó sus lápices en orden-. Tampoco tengo tiempo.

-Pero sí mucho talento.

Reparé en el que más me había llamado la atención desde la primera vez: un dibujo un par de manos tratando de alcanzar las estrellas.

-¿Puedo?

Ella asintió con un poco de preocupación. Quizá por el miedo a que lo dañe, así que traté de ser cauteloso. Observé cada detalle: la anatomía de las manos y el cielo azul salpicado con puntos blancos, unos más brillantes que otros. No era como esas típicas pinturas que se veían en los museos de arte, pero de alguna manera transmitía mucho. Podía ver los borrones en los dedos y la pintura fuera de la línea, pero aun así era perfecto. Berit tenía que darse cuenta de su talento.

-Deberías tomar en cuenta participar. Estoy seguro de que ganarías.

Ella no me miraba al hablar, solo escuchaba; pero por sus gestos tenía la esperanza de que podría estar considerando mi idea.

Dejé el dibujo de vuelta en su lugar y me acomodé en el asiento.

-Bueno, ¿comenzamos?



Berit comprendió muy bien la clase de hoy, que hasta pude ver sus ojos brillar cada que formulaba una oración por su cuenta. Había mejorado notoriamente en las últimas semanas y no podía estar más orgulloso.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora