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ROCHEL

Ayer Erika había partido lejos y últimamente ese ha sido mi único pensamiento. No pudo irse sin antes darme un sobre lleno de dinero. Le agradecí, aunque siempre me sentía incomoda recibiendo cosas materiales, especialmente por parte de ella. Sabía que yo no estaba en la mejor situación económica, pero no era para tanto, pues Jenell y yo habíamos sobrevivido por años de nuestro propio esfuerzo. De igual manera la extrañaba. Nuestras salidas, pláticas y ocurrencias. Y más que la ausencia, me dolía las expectativas que no pude cumplir.

Erika me dijo que volvería a la ciudad para acompañarme en mi graduación. Faltaba menos de seis meses para aquel evento y sabía que ella esperaba que hasta entonces, yo cambie de opinión sobre quedarme en Offenburg. Lo peor era que, tras aquella platica que tuvimos sobre mi madre, lo había considerado; pero luego me regañaba a mí misma cuando lo hacía, porque me estaba dejando llevar por mis emociones, en especial por los sueños frustrados de mamá. Me sentía una mala hija y una decepción. Con frecuencia me preguntaba si mis padres pensarían lo mismo.

Que Patrik se topara conmigo en la preparatoria tampoco fue una emoción agradable, no luego de recordar haberlo visto con Selina y Juliette en la calle. Quería mirarle fijamente a los ojos y cuestionarle sobre ellas, pero él no debía saber que yo las conocía, o que los había visto juntos. Además, ¿cuál era el problema? Él podía salir con cualquier persona o pasar el rato con alguien que no fuese yo.

Todo era tan difícil con él. Quisiera solo dejarme sentir y no repeler las emociones.

Cuando llegué a clase de arte ya estaba muy exhausta rememorando la forma en la que me dirigí a Patrik en nuestra última charla. Debió pensar que estaba triste, o peor, que estaba molesta con él.

-Ha pasado tiempo, Berit. -Thomas tomó asiento a mi lado.

Aquel nombre sonaba lejano luego de haber escuchado tantas veces a Patrik llamarme Rochel.

-Me alegra verte -respondí alegre, pues a pesar de los problemas, Thomas siempre lograba sacarme una sonrisa.

Todos los estudiantes de la clase ya habían llegado, pero la maestra seguía tomando apuntes en su libreta. Por alguna razón, no podía quitar los ojos de ella. Puso ambas manos bajo su mentón, se limpió los anteojos con un trapo húmedo y golpeó sus dedos contra el escritorio. En ese orden. Parecía estar a punto de mencionar algo, pero prolongaba el momento.

Antes de que el bullicio en el salón incrementara, Kendall se levantó con pesadez de su asiento y nos miró a todos con aquella mueca de disgusto en su rostro.

-Alumnos, tengo noticias.

Todos estaban al pendiente del movimiento de sus labios. Incluso Thomas, quién dejó de revisar su teléfono a escondidas. A él no solía importarle lo que los maestros decían.

-Todos ustedes han entregado su proyecto en lienzo y estoy muy orgullosa por su trabajo. Sin embargo... -Agarró una Tablet y movió sus dedos con lentitud sobre la pantalla-. Solo uno de ustedes tendrá la oportunidad de presentar su dibujo en la exposición de arte que se llevará a cabo en el museo de arte de la ciudad.

Todos quedaron sorprendidos, unos más que otros. Era de conocimiento general que nuestra escuela tenía buena reputación gracias a la importancia que les daban a los talleres extracurriculares como arte, música o teatro, y cada año escogían a unos cuantos alumnos para representar a la institución en el ámbito artístico, pero ¿solo un estudiante? Todos anhelaban esa oportunidad. Debería de haber más vacantes.

-Será el tuyo, Berit -susurró Thomas en mi oído.

-Eso es imposible.

-¡Silencio! -exclamó Kendall ante el murmuro de todos-. La directora estuvo de acuerdo en que hubiera solo un representante, y como desde hace más de una década, fui yo quien tomó la decisión.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora