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ROCHEL

Los trabajos de fin de semestre me estaban aniquilando tanto como la gripe. Era mi último año de Abetur y tenía que sacar notas impecables para obtener un buen promedio y tener la oportunidad de entrar a una universidad, aunque aquel no fuese mi objetivo principal. Mi plan de estudiar en Bellas Artes seguía vigente. En realidad, no me veía a mí misma ejerciendo otra profesión por el resto de mi vida. Era el arte o nada. Estudiaría aquí, en Offenburg. No me mudaría del país. Seguiría en contacto con Dagna, Dennis y quizás, solo quizás, algún día podría llegar a ser una reconocida artista, pues nunca me ha importado mucho resaltar.

Solo quería que mi trabajo llegase a las personas adecuadas. No se me ocurría otra forma de ser feliz.

Caminaba por los pasadizos con un montón de libros en manos. Durante la semana tenía que reunirme con unos compañeros para el trabajo de física, conversar con la maestra de matemática, pedirle indicaciones a...

-¡Berit! -exclamó aquella voz que tanto había extrañado-. Déjame te ayudo.

Dagna cargó con la mitad de mis libros hasta llegar a la sala de estudios. Había pedido prestados algunos de la biblioteca para un proyecto de Ciencia que debía presentar mañana.

Tendría una semana muy ajetreada. Mis deberes del día estaban apuntados en mi libreta de dibujo, pero por más que lo revisara, tenía la sensación de que me faltaba hacer algo.

-No llegues tarde hoy a la plaza, Berit. En la cafetería frente a la fuente de agua.

Dagna había sido muy insistente con que fuera puntual en nuestra salida con Dennis. Como yo no tenía teléfono, era difícil contactarme con ellos o tratar de ubicarme, pero les prometí que llegaría a las cinco de la tarde. Sería nuestra primera salida desde que comenzamos el segundo año de bachillerato.

Luego de despedirme de Dagna, había planeado en quedarme en la escuela hasta que llegara la hora de salida con mis amigos. Estuve por horas tan ensimismada en los párrafos de un texto cuando lo recordé.

Miré el reloj del salón.

4:25pm.

Traté de guardar todas mis cosas en la mochila y fui corriendo con aquella carga pesada sobre mi espalda hasta el portón de salida. ¿Cómo pude haberlo olvidado? Hoy era viernes. Viernes. Iba a salir con mis amigos y no le había avisado a Patrik que no atendería a su clase. Si no le avisaba, se quedaría esperándome por horas cuando podría usar el tiempo libre para hacer sus pendientes o simplemente descansar.

Con cada paso me hacía más débil, pero sobreviví la larga caminata de casi cinco cuadras y llegué a casa de Patrik. No había nadie afuera. Toqué y toqué la cerca con desesperación hasta que él apareció por aquella puerta y pude sentirme aliviada.

-Llegas temprano. Déjame te ayudo. -Casi se cae al cargar mi maleta que parecía estar repleta de piedras-. Nuestra clase no será tan intensa, Rochel.

-Sobre eso...

Quise decirle de inmediato que no asistiría, pero quise entrar un momento para descansar. Mi cuerpo me pesaba más de lo usual, así que solo deseaba recostarme en cualquier lugar; sin embargo, al entrar me encontré con cajas y ropa esparcidas por todas partes: el sofá, el centro de mesa, incluso había una camisa sobre el televisor.

-Lamento el desastre... -Patrik sonó avergonzado-. Acabo de dejar mi antiguo departamento y no sé qué hacer con todas estas cosas.

No tenía idea de que Patrik solía vivir solo. Y me preocupó demasiado pensar en la razón por la que decidió mudarse de nuevo con su madre. Sabía que estuvo enferma, pero no creí que sería tan grave como para decidir abandonar su antigua vida, o tal vez había otras razones que desconocía.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora