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PATRIK

Cuando decidí abandonar mi piso aún seguía dolido por mi ruptura con Selina, así que mi acción fue un poco irracional y me dejé llevar por los recuerdos que invadían aquel apartamento. De todas formas, en aquellas paredes desgastadas ya no quedaba nada que añorar. Nunca hubo algo en realidad.

Comencé con guardar la ropa en unas maletas, pues ya me estaba quedando sin atuendos en casa de mamá. También algunos cubiertos y platos, que no eran demasiados. Al bajar del piso amarré la pequeña caja en la parrilla acolchada de mi bicicleta y comencé el recorrido. No dejaba de cuestionarme si tomé la mejor decisión, pero en el momento era lo que me parecía más conveniente. Leo no acabaría la escuela hasta dentro de dos años y no podía dejar que él cuidara solo de mamá. No me mudaba por egoísmo, me mudaba por mi familia.

El clima estaba helado por culpa del otoño, por lo que prepararía mi especialidad: sopa de espárragos. A Leo le disgustaría mucho, pero necesitaba lograr que él comiera verduras al menos una vez por semana, pues aún se comportaba como un niño cuando aparecían vegetales en su plato.

En el camino me detuve en una tienda donde vendían frutas y verduras. Grande fue mi sorpresa al encontrar una cabellera oscura al otro lado de la vereda. Adalia me saludó con un movimiento de manos. Se le veía muy contenta haciendo el mercado, a pesar del montón de bolsas que cargaba en ambos brazos.

-Qué sorpresa encontrarte aquí, Patrik. No eres tan vago como pensaba.

-Opino lo mismo.

Hablamos un rato mientras ella me recomendaba qué ingredientes agregar a la sopa. Yo solo asentía para que pensara que era un ignorante y complacerla, pero nadie podía ganarme en la cocina, o al menos eso era lo que decía mi madre.

Luego de unos minutos terminamos paseando por la plaza central; ambos íbamos caminando, pero yo llevando mi bicicleta en manos.

-Se vienen días pesados por fin de año. El tiempo pasa volando, pero en estas épocas parece extenderse, ¿no lo crees?

Ahora no dejaba de hablar de asuntos de trabajo, y aunque no me desagradaba, prefería apartar esos temas en mis días libres. Sin embargo, Adalia comenzó a hablar sobre algo que me interesó: los talleres extracurriculares. Mis oídos estaban pendientes de cada palabra.

-Ayer conversé con la maestra de arte, ya la conoces: pelirroja, de baja estatura y mal temperamento. -Hizo una mueca de disgusto-. Me dijo que sus alumnos la decepcionaban, pero de una manera tan despectiva, como si ella no fuera su maestra. En fin, solo resaltaba el potencial de Berit... una tal Berit Becker.

Al instante Adalia se distrajo con un hombre que tocaba el piano en plena calle y pude pensar en lo que hacía dicho.

Lo primero referente a la actitud de la maestra me decepcionó, pero no pude evitar alegrarme porque aquella mujer tan estricta halagara a Rochel. No me sorprendió. Había visto con minuciosidad su trabajo y nunca en mi vida algún tipo de arte me había conmocionado tanto, ni siquiera la que solía crear mi propio padre.

-El maestro de música me dijo que están preparando una presentación para... ¿Me estás escuchando?

-Discúlpame, tengo que irme. -Dejé una moneda en el sombrero del hombre y me monté en mi bicicleta-. Nos vemos el lunes, Adalia.




Fue un impulso llegar e ir directo al garaje. También fue un impulso quitar el mantel blanco del lienzo y observar el dibujo de Rochel. Pero me sorprendió mucho verlo, y no de una buena manera. Parecía haberse caído, pues algunos trazos de pintura que antes estaban perfectamente elaborados se habían estropeado. Cuando ella vino el viernes ni siquiera me había percatado de ello.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora