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PATRIK


Quería retroceder el tiempo justo en el momento que Rochel reveló que me quería, porque le hubiera dicho lo mismo, que no había dejado de pensar en ella desde que la conocí, que anhelaba pasar cada minuto a su lado, que ha sacado la mejor versión de mí mismo, una que creí que estaba perdida. Ella me había cambiado la vida y ni siquiera lo sabía. La quería como nunca había querido a alguien. Y ahora que lo asimilada, estaba dispuesto a correr riesgos. Dejaría de enseñarle, tal como Juliette había querido, pero podría seguir viendo a Rochel con más discreción. Podríamos dar paseos en bicicleta, comer en restaurantes cerrados o pasar los fines de semana en su hogar, al menos hasta que Juliette lo olvide. Podríamos intentarlo.

Estuve pensando en todas las posibilidades durante la cena. Mamá y Leo hablaban sobre asuntos académicos, pero los ignoré.

-Cariño, no has acabado tu plato.

Miré los restos de carne y el arroz intacto. No podía pensar y comer al mismo tiempo.

-Lo guardaré para mañana.

Ambos cruzaron miradas y luego la bajaron de vuelta a sus platos. Ese gesto mi hizo recordar la ausencia de alguien en la mesa.

Era lunes y Rochel ya no estaba en casa, porque nuestras clases habían acabado. Ahora las noches eran silenciosas. Mi madre no pareció muy convencida cuando le dije la razón por la que ya no podía enseñar a Rochel, pero ella tampoco podía hacer algo al respecto. Sabía que Hanna la extrañaba. Había sido una gran compañía para mi madre, casi como la hija que nunca tuvo.

Hoy decidí lavar los trastes, porque últimamente hacía todos los deberes de Leo para mantener la mente ocupada en algo que no se relacionara a Rochel. Mamá subió a su habitación, pero mi hermano se quedó en la cocina mientras silbaba la melodía de una canción.

-¿Puedes hacer silencio, Leo?

-Oye, tranquilo. Estás irritable estos días.

Había sonado más duro de lo que pensé. No quise hablarle de esa manera, pero había tenido la necesidad de desatar mi enojo con alguien, ya que conmigo no era suficiente.

-Lo lamento, Leo.

-¿Es por Berit?

¿Cómo era que lo sabía? De todos modos, no iba a admitirlo.

-Nada que ver. Es por el trabajo.

-Te ves muy desanimado desde que dejó de venir a casa.

No estaba con ánimos de discutir con él, así que ignoré la pregunta, girando más el caño para que el sonido del agua acallara todo lo demás. Froté y froté los platos con el trapo hasta que quedaran tan limpios como para que brillaran bajo la luz. Leo continuó dando vueltas por la casa como si aún fuera un niño pequeño.

-La quieres, ¿verdad? -dijo cerca de mi oído.

-Es una buena estudiante. Le tengo aprecio.

-Sabes a lo que me refiero, torpe. -Me lanzó una toalla pequeña para poder secarme las manos-. No soy tonto, Patrik. Te ponías celoso cuando me acercaba a ella.

Mi silencio prolongado me delató.

-No sé de qué hablas.

-La salida en el parque, la noche de Navidad... -Sus ojos se desviaban en varias direcciones, tratando de unir los cabos sueltos-. Todo cobra sentida. Te gusta Berit.

De pronto sentí que necesitaba aire. Me alejé de la cocina, salí hacia el jardín y me quedé sentado sobre el suelo mirando las estrellas. El olor de las flores que mamá había plantado no era similar al que se aspiraba en casa de Rochel, pero me hacía recordar a ella. El olor a flores le pertenecía.

Escuché los pasos de Leo acercándose por detrás. Lo vi sentarse a mi lado con su cámara en manos.

-¿Por qué no se lo dices?

-Es complicado. No hay manera...

-Pero si se quieren, siempre habrá una manera.

Su cámara hizo un clic y tomó la foto del jardín. No era perfecto, pero sí estaba cuidado con mucho cariño.

-¿No piensas hablar con Berit? Estoy seguro de que ella lo haría.

La idea se estancó mi cabeza y no salió. Ahora mismo podría coger mi bicicleta y pedalear hasta quedar frente a su puerta. Me abriría, me invitaría a pasar y la abrazaría hasta que me perdonase por todas las cosas que había dicho sin haberlas sentido. Entonces, fue un impulso levantarme repentinamente.

-Vuelvo a casa en una hora. Si mamá pregunta, fui de compras.

-¿Qué? ¿Irás ahora de compras?

Lo miré con el ceño fruncido, y él, al notar mi sarcasmo, entendió.

Estuve tan apresurado que no me molesté en coger un abrigo. Era de primavera, pero el frío aún congelaba mi piel. El viento enredaba mi cabello y unas cuantas hojas se estancaron en mi ropa tras pasar por unos árboles. No me importaba mi aspecto. Solo quería verla antes de que fuera demasiado tarde.

El aire campestre parecía distinto y me embriagaba. Me adentré de nuevo por el camino de rosas, sintiéndome cada vez más cerca de ella. al llegar, me alivió ver las luces encendidas en el interior. Estaba a punto de tocar la puerta cuando noté que la ventana estaba abierta, y a través de ella pude ver a dos personas sentadas en el pequeño sofá.

Fue extraño ver a Rochel abrazada con otra persona. Era el mismo chico que la había gritado en medio de los pasillos de la escuela. No tenía idea de quién era y no recordaba que ella hubiese mencionado a otro chico que no fuera Thomas. Miles de teorías me invadieron. ¿Eran solo amigos? ¿Acaso Rochel había acudido a él luego de que le rompí el corazón? Tal vez se había dado cuenta de lo que yo más temía... de que todo este tiempo había estado confundida conmigo.

Había llegado tarde. Rochel ya estaba rodeada de los brazos de otra persona. Se veía feliz, segura en esa calidez, una que nunca podría brindarle por más que quisiera. Yo la había apartado de mi vida y ahora tenía derecho a continuar con la suya. Sin mí.

Quizá me quedé ahí parado por una eternidad, observándola. Aunque, a pesar de que ella abrazaba a aquel chico, no sentía esa conexión entre ellos. Ella no lo miraba a los ojos, incluso tenía miedo de toparlos y él no la sostenía con firmeza, ni se esmeraba en abrazarla con fuerza. Y podría pasar mi vida aferrándome a esa esperanza.

Que Rochel aún me quería.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora