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PATRIK

Tal vez había ingerido unas cuantas copas de vino de más la noche anterior, pero ¿qué importaba? Sí, era consciente de que tenía papeles esparcidos por mi escritorio y que había dejado unos cuantos libros tirados sobre mi cama en mi intento de retomar la lectura, pero las palabras seguían sin cobrar sentido y se esparcían por la hoja cada vez que trataba de enfocar mi vista.

Un indefenso ramo de rosas terminó dentro de un basurero en medio de la calle Zeller por culpa de mi desgracia. Después de años de estudio, mi vida parecía haber trazado una determinada dirección, pero era de suponer que cuando se trataba de amor, la carretera se podía desquebrajar por la razón más insignificante. Te podías perder, o con suerte, encontrarte; sin embargo, en mi caso, terminé estancado en medio camino sin saber a dónde dirigirme, ni con un amor que me mostrara el norte.

Había estado muy estresado en los últimos días y mi ruptura con Selina perturbó aún más mi serenidad. Sabía que nuestra relación se estaba desgastando, pero ilusamente creí que en nuestro primer aniversario podríamos reparar todos esos sentimientos rotos. Sin embargo, lo que obtuve a cambio fue una corta y fría llamada: «Tenemos que terminar, Patrik. He elegido mi sueño», fueron algunas de sus palabras. La admiré por ello, por priorizar sus metas sobre mí, pero no podía evitar el dolor que eso me causaba, porque yo hubiese hecho lo posible por superar aquel obstáculo.

El próximo año le esperaba un viaje a un internado. Yo, en cambio, me quedaría solo y desdichado, enseñando por primera vez a tiempo completo en la escuela Grimm luego de haber estado un tiempo como practicante. No me quejaba, pues amaba cualquier trabajo que requiriera enseñar idiomas; pero quizá anhelaba más, lo cual era muy hipócrita de mi parte. Sí, yo anhelaba más, pero hacía poco para conseguirlo. No podía recriminar a nadie más que a mí mismo.

Me dirigí hacia mi pequeña habitación para despojarme de mis prendas, pero me quedé solo con el pantalón puesto y así me tumbé sobre la cama. Cuando por fin me había acomodado entre las sábanas, escuché mi teléfono sonar con aquel tono de llamada que me disgustaba. No respondí al primer tono. Tampoco al segundo. Para el tercero ya me había preocupado aquella insistencia. Nadie me solía llamar, y mucho menos a medianoche, así que alargué mi brazo hasta la mesa de noche y respondí.

-¿Leo? Estas no son horas de llamar.

Mi hermano intentaba hablar, pero su voz se entrecortada. No vocalizaba bien.

-Por favor, ve al punto. Me estás asustando -insistí.

Luego de escuchar su llanto descontrolado, me levanté de la cama y me vestí de nuevo con la misma ropa que había llevado puesta en el trabajo. Salí de la habitación alquilada y salí a la vereda para coger mi bicicleta. La calle estaba casi silenciosa, siendo perturbada solo por mi rápido pedaleo. Me sentí algo mareado en el recorrido, pero me motivé a continuar sin pausa.

Tenía que llegar a casa.

Pedaleé rápidamente entres las calles de la ciudad, guiándome por la luz y los colores de las viviendas hasta llegar a la calle que rodeaba el antiguo palacio. Agitado y con mucho sudor en la frente, me estacioné frente a la pequeña y acogedora casa donde vivía mi hermano menor junto a mi madre. Entré sin travas porque tenía una copia de las llaves de la puerta y fui directo a la habitación de Hanna, en donde la encontré recostada y cubierta por un montón de mantas. Antes de que pudiera acercarme, me topé bruscamente con Leo, quién llevaba una taza caliente de té en manos. Un poco del líquido se derramó y pude ver como mi hermano menor tartamudeó una disculpa por aquel descuido. Cuando lo miré, derramaba lágrimas por la desesperación.

-¿Qué le sucede a mamá? -pregunté impaciente.

Me contó todo lo que no pudo en la llamada. Mamá había estado enferma desde hace semanas, con severos resfriados y escalofríos. Incluso había estado bajando de peso, pero lo que terminó por hacer explotar a Leo fue que ella había vomitado en el lavabo mientras se cepillaba los dientes. Mi madre había estado tan debilitada y no me había tomado la molestia de velar por ella, porque estaba tan sumido en mis propias dolencias. Mierda. Enserio había sido tan despistado. Tendría que llamar a un doctor lo antes posible.

Me acerqué a mamá y le acaricié las manos para que se percatara de mi presencia. Vi como lentamente se alzaban sus pestañas, dejando a la vista los mismos ojos verdes que Leo y yo teníamos.

-¿Te duele algo? -le pregunté con la esperanza de aún poder escuchar su voz-. Respóndeme.

-El pecho... La cabeza... -dijo con mucho esfuerzo.

-Me quedaré a dormir esta noche y llamaré a un doctor -informé, dirigiéndome a mi hermano-. Pásame el teléfono.

No era la primera vez que mi madre se enfermaba, por lo que ya tenía en mente el número de varios doctores conocidos que atendían a domicilio. Me tardé cerca de quince minutos coordinando una cita, y lamentablemente nadie podría venir hasta la mañana. Eran casi las dos de la madrugada, así que no tendría otra opción que esperar. Entonces, con ayuda de mi hermano, le dimos de beber un poco de té de jengibre e hicimos que tomase unas píldoras para el dolor. Luego tuvimos que poner un poco de su música clásica favorita en la radio para relajarla hasta que quedase dormida.

-Gracias por venir -dijo mi hermano mientras se acomodaba en el sillón rosa de la habitación-. No pude hacerme cargo de ella esta vez.

-No te culpes, Leo. -Le revoloteé el cabello para molestarle y calmar un poco su tempestad-. Me quedaré a dormir aquí.

-¿No tienes que trabajar mañana? -preguntó aún con el semblante triste.

Lo pensé un momento.

No podía dejar a mi madre sola con mi hermano. No otra vez. Había estado demasiado ausente en sus vidas por un intento de independizarme y los había abandonado a su suerte el día que comencé con mis prácticas hacía unos meses. Leo solo tenía dieciséis años, no podía dejarle tantas responsabilidades.

-No, Leo. Mañana no.



Mi madre estaba gravemente enferma, pero no sabían por qué.

El doctor que había ido a casa nos informó que quizá debió de inhalar algún virus que le provocó una irritación en el esófago, pero su expresión no fue muy convencedora y me llevó a pensar en las peores consecuencias.

Hanna estaba demasiado debilitada, pues había estado soportando escalofríos repentinos, fatigas e intensas gripes durante semanas. Le había mentido a Leo diciéndole que era una simple gripe, lo que siempre ella solía hacer: mentirnos, afirmar que se sentía bien cuando realmente estaba marchitándose por dentro.

Evité el desayuno y fui a la farmacia más cercana para conseguir los medicamentos que el doctor me había recetado. Eran las diez de la mañana y hubiese podido asistir a la escuela en aquel instante para dictar las clases de algunas aulas, pero estaba demasiado agobiado como para pensar en mis responsabilidades como maestro. Notas, informes, prácticas. Necesitaba un respiro de todo, pero solo me habían brindado un día de descanso, en el que otro colega pudo reemplazarme a última hora.

Quizá por la tarde pasearía por el pueblo en bicicleta o me recostaría sobre algún árbol para olvidar todo. Hacía mucho que no me atrevía a perderme.

En el camino de regreso, pasé por la misma avenida en donde había esperado a Selina hace casi una semana. Era un paisaje demasiado hermoso para un momento tan lamentable. Las casas coloridas de techo puntiagudo, el asfalto de piedra y los árboles con algunas hojas casi amarillas; toda aquella belleza opacada por sus palabras.

Aún recordaba la apariencia de aquellas rosas que había comprado para ella en la floristería de una mujer anciana. Desde que las vi, me parecieron perfectas, llenas de un color rojo tan brillante que parecían estar pintadas con magia.

«Estas son especiales. No se las des a cualquiera», me había advertido seriamente. Y yo desperdicié aquella preciada oportunidad. Algún día podría pasar de nuevo para conseguir unas para mi madre.

Recordé el basurero donde las había aventado por la furia y melancolía de aquel momento. Lo vi de lejos, pero no hubo rastro del ramo. Supuse que habría desaparecido para siempre.

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jsj me gusta mucho el detalle de las rosas. Son mis flores favoritas.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora