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PATRIK

En la siguiente clase le enseñé a Berit algunas canciones de Indila, Stromae y VIDEOCLUB. Notaba su fascinación por las melodías cada que la atrapaba golpeando las puntas de sus dedos sobre la mesa al compás de la música, pero aquel lunes de setiembre no lucía tan emocionada como lo solía estar. A veces se mostraba distraída, lo cual comencé a normalizar porque era propio de ella; pero suspirar ante cada pregunta o acariciarse los nudillos con dureza no significaba lo mismo. Estaba tensa, desmotivada, con la cabeza en algún otro lugar menos en la sesión.

Nunca había sido hábil motivando a las personas, pero podría intentarlo, tal como lo hice con mi madre hace unos días. Bastó comprarle en CD su película favorita para alegrarle la tarde. Escuchar la canción favorita de tu mejor amigo, regalarle la flor favorita a tu madre, o admirar el dibujo de un hermano, eran detalles tan mínimos que alegraban vidas.

Y aunque Berit y yo no fuéramos tan cercanos, no me agradaba verla así.

-¿Te parece si damos el resto de la clase afuera? -Me levanté sin previo aviso y guardé mis cosas en la maleta.

Berit no reaccionó hasta que me vio bajo la puerta.

-¿Por qué?

-Un poco de aire fresco no estaría mal.

Me siguió con cierta confusión y terminamos sentados sobre el sendero que se extendía frente a su hogar, el cual nos otorgaba una vista a todo el bosque. Era una visión exacta del lugar en el que deseaba vivir cuando era pequeño, pero terminé consumido por la urbanización. Agradecía tener la oportunidad de salir de la rutina con alguien tan pacífica como Berit.

La siguiente hora repasamos cómo hacer preguntas en el idioma, y la percibí un poco más relajada. Dejó de hacerse daño en los nudillos y solo se distraía acariciando las diminutas flores sobre el césped, y alguna que otra hoja. Hacía un poco de frío, pero era tolerable. Más bien, alentador.

-Desde hace semanas he estado tan encerrada en mi habitación que había olvidado lo mucho que me gustaba salir -confesó.

Comprendía aquel sentimiento. Cuando una persona estaba triste, no podía notar el cambio de aquellos pequeños detalles que antaño eran cotidianos. No era fácil para todos levantarse en las mañanas y lidiar con la lucha de vivir. Incluso hace unos meses fue difícil para mí.

Cuando estaba explicando la conjugación de algunos verbos, pegué un grito ante el roce de algo moviéndose por mi espalda. Me llevé una mano al pecho por lo inesperado que fue y Berit rio ante mi espanto. Por la suavidad, estaba seguro de que no era un bicho.

-No te asustes, es solo Kazy.

Aquella gata de pelaje oscuro con algunas manchas blancas comenzó a caminar por mi regazo, como si fuera su cómoda cama. Ronroneo un par de veces y no hice más que acariciarla por la ternura que emanó. De pequeño siempre había querido tener una mascota, pero Leo era alérgico y no se llevaba bien con los animales como yo. A Selina tampoco le agradaba el pelaje que dejaban por el piso, por lo que me privé de adoptar uno en mi departamento.

-Es muy linda.

Aquello nunca debió pasar. Me había privado de algunos deseos solo por complacer a la persona que solía querer. Con el tiempo había olvidado lo mucho que amaba a los gatos.

No me separé de Kazy durante toda la clase. Ella tampoco lo hizo de mí.

-Parece que le agradas -mencionó Berit mientras se levantaba y quitaba las hojas que se habían adherido a su ropa-. Suele arañar a cualquiera que ve.

-Me siento halagado.

Llevamos a Kazy a casa para que no se ensuciara jugando con la tierra, pero ella fue más astuta y decidió tumbar la maceta de la sala para jugar. Rochel suspiró, quizá por lo acostumbrada que estaba a sus travesuras, así que solo me acercó a ella para apartarla de la suciedad; sin embargo, decidió gruñirle como si fuera una completa desconocida. Fue peor cuando la tocó. Se puso histérica y decidió irse hacia mis pies con una postura amenazante.

-¡Kazy! ¡Ahí no!

Kazy empezó a frotar su pelaje contra la parte baja de mi pantalón y me di cuenta cuando ya había lo había manchado. Al verla, Berit empezó a corretearla por la casa con una correa de gato, quizá solo para asustarla. Parecía usarla con demasiada frecuencia. Para ser honesto, aquella gata era demasiada caprichosa para su avanzada edad.

-Lo lamento, Patrik. Te puedo pagar el lavado -dijo nerviosa al ver cómo había quedado mi pantalón.

-No te preocupes, sé cómo son los gatos.

-Quedó fatal, solo déjame... -Vio a su alrededor en busca de algo y en segundos estaba con un trapo blanco en manos-. Déjame lo quito.

-Berit, basta -dije antes de que se agachara-. ¿Sabes qué haremos? Encontraremos a Kazy y le daremos un buen baño.

-Pero... -me interrumpió.

-¿Se fue para el patio? Salgamos.

Al principio Berit insistió en que no era necesario que me quedase tiempo extra para ayudar, pero yo quería hacerlo y no fue para nada una molestia como ella repitió constantemente.

Encontramos a Kazy debajo de una caja de madera y no se vio muy contenta de vernos. Tuve que acercarme para sacarla, porque ya no parecía confiar mucho en su propia dueña, lo cual irritó a Berit de una forma graciosa. Era del tipo de personas que no sabía cómo expresar bien su enojo y se limitaba a morderse el interior de labio para contenerlo.

Mientras hervíamos el agua para su baño, Berit me comentó que su nueva maestra de francés la había felicitado por su mejora y que había hecho un nuevo amigo en la clase de arte, en la cual se veía muy a gusto. Nuestra plática se vio interrumpida de vez en cuando por las quejas de Kazy, pero no hacía menos agradable el momento. En realidad, hacía años que no me había despejado tanto, y nunca creí que sería con acciones tan simples y cotidianas, esas que últimamente solo me agobiaban.

Sin embargo, fue durante el ocaso, tomando una taza de té que Berit insistió en ofrecerme, que sentí algo de vacío. Ella se la pasaba todos los días con su propia compañía, sin sus padres, ni su abuela o alguien con quien platicar. No había nada de malo en estar solo, pero notaba que ella quería más interacción. Quizá una vida diferente. Incluso en los dibujos que retrataba llegaba a demostrarse ese vacío: espirales sin inicio o fin, flores sin raíces, cielos sin sol...

-¿Te la pasas bien aquí? -pregunté de repente, lo cual la dejó un poco confusa.

-Es mi hogar... Supongo que sí.

-¿Supones?

-Es a lo que me he acostumbrado. -Se secó las manos con un trapo y trajo otra taza consigo a la mesa-. No me malinterpretes. Amo este lugar.

Veía mucha duda en sus ojos, como si se estuviese debatiendo entre lo que amaba y lo que necesitaba.

-Pero este año me he dado cuenta de muchas cosas que antes desconocía de mí misma.

-Y claro, a veces ni uno mismo logra descifrarse nunca, pero dime, ¿qué has descubierto?

-Que me gusta salir a fiestas, que las personas me miren al caminar y también ser escuchada. Entonces, quisiera algún día...

-¿Escapar?

Esbozó una leve sonrisa, la cual fue la más genuina que la había visto mostrar.

-Vivir. Quiero vivir de verdad.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora