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ROCHEL

Me encaminaba a mi clase de biología, probablemente con notorias ojeras bajo los ojos. Había dormido algo inquieta las noches anteriores por todos los pendientes que tenía por hacer. Después del incidente con Patrik en la floristería, Dagna me había vuelto a hablar con naturalidad aquella mañana antes de que nuestras clases no separaran. Para tranquilizarme, asumí que no le tomó mucha importancia a lo sucedido.

Ambas tomaríamos el almuerzo juntas al medio día. Fue eterna la espera debido a las clases que tenía a lo largo de la mañana, pero finalmente nos encontramos. Ella se ofreció a pagar las bebidas que acompañarían nuestros emparedados. Fue en medio de una conversación sobre el taller de música que mis ojos se desviaron de los de Dagna y prestaron atención al hombre que ingresaba por la puerta del patio de comidas.

Patrik llamó la atención de algunos estudiantes, no por su hermoso traje o porque llevaba puesto sus lentes aquella vez, sino por la pegatina que llevaba pegada en la frente. Parpadeé más de lo debido para ver con claridad y asegurarme de que no fuera un sueño o un juego pesado de mi imaginación.

-El maestro Patrik se ve muy alegre hoy -comentó Dagna y le dio un mordisco a su emparedado. Se aterró al ver que el papel que envolvía su almuerzo había arruinado su reciente manicura-. Oye, ¿crees que para la graduación sea necesario ir con tacones? Prefiero los botines altos.

Algunos estudiantes voltearon a ver a Patrik y hablaron entre susurros, pero en pocos minutos todos volvieron a la rutina, como si él nunca hubiese pasado entre ellos con aquella pegatina de color azul en el mentón.

Y entendí por qué lo hizo.

-Yo iría a la graduación con zapatillas. No tengo tacones -repliqué.

-Sí. Además, es mucho más cómodo.

Mientras metía unos centavos en la máquina expendedora, me miró y una sonrisa se asomó en sus labios. Hizo un leve movimiento de manos a modo de saludo y se lo devolví discretamente cuando Dagna se distrajo al peinarse el cabello.

Aquella tarde mientras regresaba a casa no dejé de pensar en lo que hizo Patrik. Reía cada vez que lo recordaba. Fue un gesto tan pequeño y absurdo que significaba tanto para alguien tan pendiente de las opiniones de los demás como yo. De alguna manera llenó una parte de mí que no sabía que estaba vacía. Sentía que volaba por la calle, que mis pies me dirigían a un lugar seguro. Caminé sobre el piso de ladrillo, tratando de no pisar alguna línea, di vueltas por los árboles como si estuvieran bailando conmigo y por algunos minutos me eché sobre la nieve que cubría el pasto de un parque.

Así de libre quería sentirme siempre.


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La última clase antes de la exposición de arte me sentí demasiado nerviosa, como si durante aquellas dos horas todos estuviesen observando cada movimiento mío. No hicimos ningún trabajo práctico. La maestra se la pasó hablando sobre el evento, en el cual tendríamos que asistir con ropa formal. También nos mostró el vídeo que se presentaría en la ceremonia, el cual mostraba a todos los alumnos del curso elaborando su dibujo. Cuando aparecieron los estudiantes de bachillerato, enfocaron a cada alumno de mi clase. Apareció un chico rubio, Juliette, una chica de cabello rojizo, luego Thomas. Todos estuvieron en silencio observando el vídeo hasta que aparecí yo, dibujando aquel barco navegando en la oscuridad.

Thomas era el que más bulla generaba con el choque de sus palmas y no dejaba de mirarme.

-Te ves bien, Berit.

Me estaban aplaudiendo a mí.

Y en ese momento, me sentí muy feliz.

Esperaba que mis padres, de alguna manera, sintieran lo mismo.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora