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PATRIK

Manejaba entre árboles en camino hacia el parque de bicicletas que Berit me había indicado. Estaba un poco perdido. Trataba de ver alrededor, pero pocas casas se asomaban, por lo que no me quedó otra opción que esperar a que Berit apareciera tal como me lo había prometido.

Estacioné mi bicicleta y me senté en una de las bancas mientras trataba de recordar si había traído conmigo todos los libros y hojas de prácticas. Empezaríamos desde un nivel A2, porque esperaba que ya tuviera las bases necesarias. Aunque... Ella había ingresado a la escuela hace un par de años, quizá debería comenzar por lo básico...

De pronto una sombra interrumpió mis divagaciones. Me volteé de golpe y vi a Berit. Estaba parada frente a mí con el brazo extendido en forma de saludo. Yo hice lo mismo y le pregunté por su paradero. Ella vaciló y solo me pidió que la siguiera por un sendero del cual no me había percatado antes debido a los enormes árboles plantados alrededor. Empujé mi bicicleta de las manijas y caminé a su lado. Poco a poco nos encontrábamos más entrometidos entre el olor del bosque. Era una sensación fascinante, una que ni el parque con más vegetación de la ciudad podría otorgarme.

-Vivo por el bosque. Espero no piense que lo voy a secuestrar -mencionó.

Estuve tan inmerso en el paisaje que ni me tomé la molestia de pensar en ello.

Berit prefirió quedarse callada mientras yo admiraba mi alrededor. Lo llamativo no solo era la alta densidad forestal. Lo que parecía darle vida al sendero eran las rosas, cuyos pétalos brillaban bajo la luz del sol. Se podían ver en cada curva del camino, y con cada paso podía divisar más, y más. Era como estar dentro de un cuento de los hermanos Grimm.

-Ya falta poco.

De pronto nos encontramos en un terreno llano, donde una pequeña casa de madera repleta de flores a sus costados era el centro de atención. Al llegar estacioné mi bicicleta sobre la cerca que la rodeaba. Berit se acercó hacia la puerta y solo bastó un leve empujón para que se abriera. Entré después de ella y me impresionó lo rustico que era el interior. Había tazas de porcelana sobre la mesa, marcos de pinturas interesantes en las paredes, mobiliario de madera y un reloj cucú colgando en lo más alto del comedor. Como el espacio era demasiado pequeño, todo era visible a primera instancia.

-Disculpe que mi hogar sea un desastre...

-Es maravilloso -dije sin dejarla terminar-. Nunca había indagado tanto en esta ciudad. Debe ser hermoso vivir aquí.

Me miró con detenimiento, como si hubiese dicho alguna lisura, pero no me cuestionó.

-Llegué tarde a casa y no pude ordenar la cocina, pero en mi habitación tengo un gran escritorio en el que suelo estudiar.

-Puedo dar la clase en cualquier lugar. Tú solo indícame.

Berit asintió y yo la seguí hacia la puerta de la derecha. Me invitó a pasar antes que ella y me tomé la libertad de dejar mi maleta sobre el escritorio blanco. Alcé la mirada y lo primero que me llamó la atención fue la colección de dibujos pegados en su pared. Había rostros humanos, paisajes rurales, y como era de esperarse, muchas rosas. Nunca me había imaginado que hubiera una estudiante tan talentosa en la escuela, y lo que me lamentó fue que ella ocultase toda esa magia dentro de aquel pedazo bosque.

-Dibujas muy bien.

-No es nada. Son solo garabatos.

Pero no eran solo garabatos en lo absoluto.

Trajo consigo otra silla y se sentó al lado mío, con el rostro tenso mientras yo sacaba las hojas de mi mochila.

-Bien, ¿por dónde empezamos?



Estuvimos dos horas estudiando verbos en presente y en pasado, junto con algunos adjetivos escritos en hojas impresas para que los aprendiese hasta la próxima sesión. Ya eran las siete de la noche cuando ella se levantó para guiarme hacia la puerta. Yo acomodé mis cosas, no sin antes dar algún vistazo rápido entre los dibujos que no dejaban de fascinarme. Pasé mi maleta por el hombro y la fui detrás de ella. En el exterior me monté en mi bicicleta y observé un poco dudoso el camino. La noche no estaba tan oscura, pero probablemente me perdería en el recorrido. No recordaba la ruta exacta, solo las rosas...

-Disculpa, te parece si...

-Espere un momento -me interrumpió. Berit volvió a entrar a casa y salió con un pequeño farol en manos, el cual portaba en su interior una vela encendida-. Yo te guío.

Empujé mi bicicleta con las manos y empezamos el recorrido de nuevo en un cómodo silencio. Mientras más nos indagábamos, me daba cuenta de la utilidad de las rosas. No hizo falta que mencionara mi curiosidad. Berit debió haberse percatado de mi mirada posarse en cada esquina.

-Este es el único camino donde podrás verlas. Es así como llego a casa todos los días. Las rosas guían mi camino.

-¿Y nunca te has perdido?

-Solo una vez cuando era pequeña, pero con el tiempo logré acostumbrarme a su olor. También puedo verlas incluso en la oscuridad.

-Impresionante. Para mi desgracia, yo soy miope.

Ella rio por primera vez en el día y nos volvimos a quedar en silencio hasta que el parque de bicicletas se asomó, junto con algunas luces de la ciudad.

-Fue un placer enseñarle esta tarde. Tenga cuidado al volver.

-Espere.

Vi a Berit sacar algo del bolsillo de su abrigo. Luego lo extendió frente a mí, nerviosa.

-No. A fin de mes hablaré con Jenell sobre los pagos.

Ella me miró confundida, no tan convencida por mis palabras, pero había sido una decisión que había tomado con Jenell.

-¿Está seguro?

-Por supuesto. No pienses en el dinero.

Volvió a guardar los billetes y me agradeció. Yo no hice más que despedirme y retomar el camino a casa.





Esta es la primera clase de Patrik y Berit. En lo personal, eran mis escenas favoritas de redactar debido a los lazos que se van formando entre ellos de manera genuina e inocente. Así iba indangando en sus personalidades ❤.

El día que el amor se marchite Pt. IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora