CAPÍTULO 8

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09 de mayo de 2022 

Las palabras de mi abuelo se remontaron de nuevo en mi cabeza: tú sabrás que buscar cuando la abras. Me pregunté de mil formas como era que mi abuelo sabía de aquella caja y por qué me lo había dicho sin que mi abuela se enterara. Ellos tenían demasiado sin visitar la casa, incluso, podría decir que las únicas veces que fueron, fue en mi cumpleaños y el día que recogimos algunas de mis cosas. Ese día, teníamos la esperanza de que mis padres se encontraran ahí, o bueno, al menos, yo la tenía.

Me acuerdo del momento en que pisé el porche de la casa. Antes de entrar, busqué por las ventanas que daban al interior algún indicio de que alguien se encontrara dentro. No había ningún rastro.

Todas las emociones que había estado arrinconando en lo profundo de mi corazón, salieron por primera vez a la luz. Por primera vez logré soltarlas, aunque estas me transmitieran un gran vacío. Un enorme vacío que me rodeaba en la oscuridad. Me sentía devastada. Incluso, me repetí las mismas preguntas del principio ¿Dónde estaban? ¿Por qué no había rastro de ellos? ¿Por qué parecía que el viento se los hubiera llevado?, si ni siquiera de eso había huella.

Pude sentir como mi corazón se encogía, tratando de escapar de la realidad. Tratando de alejar el posible miedo que se avecinaba. El temblor en mis manos aumentó. Mi respiración se descontroló. Mis ojos impedían que mis lágrimas se desbocaran por mis mejillas. Me repetí a mí misma que no podía ser vulnerable. Ellos no merecían mis lágrimas. Nadie las debía notar. Ellos se habían ido sin decirme nada. Solo me dejaron en un mar lleno de neblina, en medio de una tormenta.

—Cariño, si lo prefieres puedes quedarte aquí, nosotros buscaremos tus cosas —mencionó mi abuelo al darme un ligero apretón en el hombro, dedicándome una media sonrisa. Negué con la cabeza.

Recuerdo haber limpiado las pequeñas gotas que lograron escaparse de mis ojos. No lo pensé ni un segundo más. Mi abuela esperaba una señal de mí para que abriera la puerta de la casa, a lo que yo asentí hacia ella en el primer segundo que se giró en mi dirección.

Mis piernas me fallaron. No podía dar un paso. Solo observaba lo poco que se alcanzaba a avistar del interior de la casa: una pequeña parte de la sala y el final de esta que te llevaba al patio trasero.

Suspiré con fuerza. Me dije a mí misma que debía enfrentarlo. Conté hasta tres para empezar a caminar en dirección de la puerta. Mis pasos eran lentos, pero había sido un avance. Un gran avance. El golpeteo de mi corazón aumentaba la intensidad de mis nervios, de mis miedos y mis emociones. Todas ellas, querían escapar de mí. Necesitaban salir. Ya no podía retenerlas más.

—No hay prisa. Nosotros estaremos afuera, ¿te parece bien? —su rostro era igual al de ella. Sus ojos me recordaban a ella. Su cabello castaño era idéntico al de ella.

Asentí con una pequeña sonrisa mientras apretaba mi mano en puño. Ella me miró por unos segundos, parecía dudar de su propia pregunta. Al final terminó desviando su mirada a otro punto de la habitación hasta convencerse de que estaría bien sola.

Observé todo mi alrededor, dejándome llevar por la soledad que abundaba en el lugar. Ya no creía que podría llamarle casa a un lugar tan solo y silencioso. Pues no quedaban huellas de las noches desvelándonos mientras veíamos alguna película, los tres juntos. Y mucho menos, algún rastro del desastre que hacíamos en la cocina al intentar preparar algún postre. Ahora solo quedaba el vago recuerdo de aquellas noches.

Subí por las escaleras, sujetándome con mucha fuerza, más de la necesaria. En ella sujetaba todos mis temores. En ella soportaba los latidos que abrumaban cada paso que daba. Y una vez que llegué al último escalón..., todo se derrumbó. Era como si yo misma abriera paso a mis miedos, y dejará que estos se salieran de mí.

Sombras Del Pasado: Tras La Pista De La VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora