CAPÍTULO 23

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06 de junio de 2022, Ciudad del Norte

Al abrir la puerta sentí como el peso de mi cuerpo se relajaba. Entrar en esas cuatro paredes, con ese distinguido olor a madera, me reconfortaba. Volver a ver aquel rostro, con esa sonrisa de oreja a oreja, me llenaba de alegría.

—¡¿Me extrañaste?!

Aventé mi mochila al suelo. Me abalancé en su dirección, rodeándole sus caderas con mis piernas. Por suerte él reaccionó a tiempo para tomarme en brazos. Entonces esa sonrisa tan carismática de él, apareció frente mis ojos, dejando la marca de sus hoyuelos. Antes de que pudiera pensar, le dejé plantado un beso sobre sus labios. Volví al suelo un segundo después mientras notaba como su rostro se coloraba.

—¿Y eso? —inquirió al tragar saliva.

Encogí mis hombros al dirigirme a por mi mochila y colocarla sobre el sillón.

—Nada, solo le daba un beso a mi chico.

Caminé hasta la cocina para tomar una manzana y luego regresar a la sala. Aquel pelinegro seguía observando mis movimientos, buscando algo extraño en mi apariencia. La razón de mis acciones.

—Te juro que la próxima vez que me manden en un tren de carga, será la última vez que me verás con vida. Esta vez lo digo enserió... Si antes fue un engaño, no creo que esta vez sea igual. —rezongué al tirarme sobre el acogedor sillón que me dejaba cerca de la chimenea.

Ladeó su cabeza al escuchar mis palabras.

—No seas tan dramática, Arlett. ¿O es que ya no recuerdas la vez que nos escapamos de tu casa y tuvimos que huir en tren de carga? —demando el pelinegro que cruzaba por la isla de la cocina en busca de un trago de licor.

Solté una pequeña risa al recordar aquel día...

Mis padres se pasaban la mayor parte del día fuera de casa, ayudando en el pueblo para la ganadería. Tampoco es que no pasáramos tiempo juntos, de hecho, los fines de semana íbamos al campo para practicar tiro y defensa personal, algo muy habitual.

Al paso de los años, justo cuando cumplí 18 años, comencé a ir por mi cuenta cada mañana antes de que saliera el sol. Fue una de esas veces que conocí a un apuesto joven de cabello oscuro, el cual le resaltaba por su piel oliva. No puedo negar que al principio lo detestaba, era muy insistente. Aún recuerdo sus palabras de cada día...

—¿Será que... en este día tan hermoso, con esta preciosa joven, por fin aceptará salir conmigo? —su voz dejaba un suspiro de tristeza, en modo de dramatización, con su mirada fija en el amanecer.

—¿Será que en algún momento dejarás de rogarme?

—Yo no le ruego a nadie... Salvo que seas tú —sus ojos se deslizaron hacía mi con esa nota de coqueteo. Rodé los ojos con cansancio por milésima vez.

La verdad no sé qué fue lo que me cautivo, aunque no puedo negar que era atractivo, tenía ese cuerpo atlético que enamoraría a cualquier chica. Tenía unos hermosos ojos claros que cuando me miraban sentía un revoloteo en mi estómago, aquel que siempre me negaba a reconocer. Cada día, cuando me dedicaba una sonrisa, miraba de reojo sus labios, tan lindos y rojizos.

De alguna manera, amaba verlo cada mañana. Poder ver el reflejo del sol sobre sus ojos brillantes, los mismos que conseguían sonrojarme. Con él, los días pasaban rápido. Y cuando menos lo imaginé, ya habían pasado casi tres años desde que lo había conocido en aquel campo. El mismo donde tuvimos nuestra primera discusión por tonterías. La primera vez que acepté que me gustaba. El lugar donde nos hicimos novios. El sitio donde fue nuestro primer beso..., donde me di cuenta de que, sin él, mis días no serían iguales.

Sombras Del Pasado: Tras La Pista De La VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora