CAPÍTULO 36

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22 de junio de 2022, Ciudad del Norte

—Fue falsa alarma —comenzó hablando mi padre, tratando de manejar la situación lo más tranquila que conseguía—. En la madrugada Samira se empezó a sentir mal, se quejaba mucho por un dolor en su vientre, ahora mismo Rose y yo estamos en la sala de espera del hospital, esperamos a que el doctor nos diga que podemos verla.

«Eres fuerte Robert, ella resistirá».

Esas palabras las repetía en mi cabeza, ignorando el pitido que ensordecía mis oídos e impedía poder comprender con exactitud a mi padre. Movía mi mano izquierda sobre una de mis piernas.

—¿En qué hospital están? —pregoné, sin poder resistir el dolor que se arrebataba en mi pecho. Lo único que pasaba por mi cabeza es que podía perderla, de nuevo. Mi padre dio un suspiro, percatándose de mi frustración. Aun así, me pasó la ubicación a mi celular.

Durante el camino solo podía maquinar opciones que dieran mejores resultados. Seguramente solo debíamos cambiar de doctor, habría alguno en mundo que sabría lo que le sucedía a Samira. El medicamento debía cambiarse, simplemente era eso. Siempre tenía que haber una solución a los problemas.

Entré al hospital con el corazón en el puño. Siendo consciente del miedo que se escabullía por mi sangre, tal vez en una mezcla de emociones que no terminaba por comprender. Temía que nos dijeran que no había solución.

—¡Robert, aquí! —avisté a aquella mujer que lucía agotada, llevaba una bata que cubría su pijama y su cabello hecho en un moño alto. Mi padre también estaba en pijama, sin embargo, él se había aplanado un tanto su cabello, evitando parecer cansado—. Hijo, no era necesario que vinieras... —demandó al enredarme en sus brazos, colocando la marca de sus labios en mi mejilla. Negué con mi cabeza, corrigiéndola.

—¿Les avisaron algo? —inquirí, balanceando mi mirada entre los dos. Ambos negaron con la cabeza, brindándome una sonrisa en sus labios.

Todos nos sentamos a la espera de un aviso, me coloqué a lado de mi padre, pues sabía que mi madre haría muchas preguntas, por lo que no estaba preparado para eso. Como era de esperarse, mi padre fue el que se llevó esa ronda de preguntas, escuchaba que le cuestionaba acerca de la conferencia que tendríamos en unas horas con la prensa, en la Ciudad del Norte.

Después de un rato, mis ojos comenzaban a pesar, era complicado mantenerlos enfocados. Hacía el esfuerzo de situar mi atención sobre algo, pero todo parecía estar calmado, incluso algunas personas habían decidido quedarse dormidos sobre la silla, siguiendo con la espera. Algunos doctores se acercaban a la sala, exclamando el nombre de algún paciente, entonces, todos pegábamos el brinco, anhelando que fuera de la persona por la que estábamos ahí. Veía ir y venir a la gente, eso de alguna forma que arrullaba, como si estuviera contando nubes o números para conciliar el sueño.

—Familiares de Samira Gómez —exclamó un doctor, buscando con la mirada a las personas. Inmediatamente, mis padres y yo nos levantamos, acercándonos al hombre, exigiendo con la mirada respuestas—. Afortunadamente, solo se trató de un desmayo, en un momento podrán pasar a verla —elevé mi rostro al techo, agradecido de saber que estaba bien—. Sin embargo, hay algunas cosas de las que necesitó hablar con ustedes. —informó, dedicándonos una mirada apenada.

Nos pidió que lo siguiéramos hasta la habitación en la que Samira se encontraba, aún dormía plácidamente. Lo sabía por el singular gesto que hacía con sus cejas, frunciéndolas ligeramente —recuerdo que siempre me reía de eso cuando la observaba dormir. Peinaba su cabello con la yema de mis dedos, trazando un camino por detrás de su oreja con sus mechones—, estaba bien.

Sombras Del Pasado: Tras La Pista De La VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora