CAPÍTULO 14

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20 de agosto de 1999, Ciudad del Norte

El odio y el rencor... son como dos armas con las que puedes atacar a otras personas, incluso este también te puede dañar de la misma forma. Termina siendo un arma de doble filo. Esa persona cae, pero tú caes con ella. Ese es el problema.

Dejarse llevar por tus pensamientos absurdamente obsesivos por una persona la cual odias. Esa que quieres ver acabado, porque su victoria te destruye. ¿Por qué no tengo eso?, ¿por qué yo no tengo todos los recursos que él tiene?, tal vez no fui demasiado rápido como él. Seguramente no conseguí a la mejor mujer. Tal vez no engendre al mejor hijo. Probablemente, yo fracasé como uno. Fracasé como hijo. ¿No, padre?

Seguramente todos esos latigazos en mi espalda eran merecidos. No hice lo que me pediste. Mi única obligación como hijo, ¿verdad?, no logré ser el alumno estrella de la universidad, como tu tanto querías. Tal vez esos golpes al graduarme fueron merecidos. Fracasé.

Tú mismo dijiste que era un bueno para nada. Inútil. Seguramente si Robert hubiera sido tu hijo las cosas serían diferentes, ¿no, padre?

Todas las malditas noches. El único momento que tenía a tu lado. Siempre se trataba de él, ¿qué tal va Robert? ¿Sacó el primer lugar? ¿Está estresado por los exámenes finales? ¿Qué hay de su novia?

¿Ya no lo recuerdas, padre?, ¿acaso te olvidaste del daño que me hacías? Porque estoy seguro de que notabas mi sufrimiento. Las lágrimas resbalando por mis mejillas al escuchar tus gritos detrás de la puerta. Me decías que era un cobarde. Decías todo el maldito tiempo que nunca obtendrías nada bueno de mí. Pero, claro, nunca pensaste en lo que yo creía. Nunca te importó si yo estaba preocupado por los exámenes. Nunca existió un, ¿cómo estás, hijo?

Y por supuesto... ¿Cómo ibas a tener tiempo si todo el día se trataba de los Wilson?

El odio que les tenías hacia ellos. Tu maldito rencor porque te traicionaron. Todo eso lo desquitabas contra mí. Decías que yo era el culpable. ¿Por qué, padre?

Solo era un niño. Al cual le enseñaste el odio. Le enseñaste a vivir de eso.

Claro que no te basto con eso. Aún lo sigues haciendo. Aún me dejas marcas tras la espalda, recordándome mi fracaso como hijo de un Félix. ¿El linaje?, ¿cuál estúpido linaje? No existe. Tú mismo te encargaste de destruirlo. Mi abuelo tenía razón al decirme que tirarías todo por la borda con tal de ver a los Wilson sin nada. ¿Es lo único que te importa?, ¿acaso desde que murió mi madre las cosas dejaron de importar?

¡Yo, sigo aquí!

Pero..., ojalá me hubiera muerto aquel día en que mi madre lo hizo. ¿Por qué me salvaste?, ¿por qué la dejaste morir a ella?

Ahora me he vuelto tu títere en este juego. Tu juego. ¿Eso es?, ¿todos estamos en tu juego, padre?...

—¡Relájate Arthur!... —su voz era insistente, firme. Sus pasos se escuchaban por toda la habitación, caminando de un lado a otro, sin poder parar, sin saber cómo ayudarme. Escuchaba su dulce voz a lo lejos. Muy lejos entre mis cavilaciones.

Mi rostro se mantenía fijo en un punto de la habitación. Aquella foto que permanecía de mis padres en su boda. Yo estaba en medio de ellos dos, cada uno me tomaba del hombro. Incluso en ese instante sentí la presión que mi padre dejaba en mi hombro derecho. Los tres mostrábamos una gran sonrisa de oreja a oreja. La familia perfecta.

Tomé nuevamente mi vaso para rellenarlo con alcohol, eso era lo único que me resultaba bien. Aquello que hacía restarles importancia a los problemas.

Sombras Del Pasado: Tras La Pista De La VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora