CAPÍTULO 24

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01 de octubre de 1997, Ciudad del Norte

Me sentía parte de una montaña rusa. Mis emociones iban de arriba hacia abajo con la tensión que se escabullía a mi alrededor. Aquellos nervios que me delataban en el sudor de mis manos, mi corazón palpitando con fuerza y esa sensación de que mis piernas fallarían en cualquier instante. Así se sentía.

Así me sentía.

Pero también estaba emocionada, y quería gritarle a todo el mundo que me casaría. Porque el estar en la espera de la indicación para que entráramos, era asfixiante. No podía esperar más. Me lo imaginaba vestido con su traje negro, resaltado por su botonier, en medio de un trazo que hacía con las yemas de sus dedos, aguantando los nervios que intentaban consumirlo. Ese mismo jugueteo que dejaba por detrás de su espalda, para que nadie se percatara de ello.

Todo aquello, controlado por las miradas de aquellos acompañantes que le sonreían para intentar controlarlo.

Necesitaba ver aquello.

Necesitaba ver al hombre que sabía que me haría la mujer más feliz del mundo, aquel que me llenaría de sonrisas y besos todos los días. Ese en el que podría ver en su mirada, la razón por la que me casaría con él. Porque de alguna manera, me encantaba sentir la forma en la que nos complementábamos. Esa hermosa sensación que conseguíamos transmitirle al otro con un pequeño tacto.

Porque cuando estábamos al lado del otro, las palabras quedaban sobrando y con una mirada bastaba para entendernos.

—¿Estás lista? —me preguntó mi padre al acomodarse, la cortaba de su traje. Observé ese movimiento, percatándome del tambaleo de sus dedos. Podía notar su felicidad, pero de igual forma, notaba la pizca de conmoción que abarcaba en él.

Finalmente, asentí con la cabeza mientras alisaba mi vestido blanco que acentuaba mi silueta, mientras mi padre aprovechaba ese momento para acercarse a mi rostro y dejarme un beso sobre mi frente, deseándome lo mejor.

Cerré mis ojos al sentir el tacto, estaba feliz de poder pasar aquel momento a su lado. Que fuera mi padre quien me llevara al altar, con mi mano, rodeándole su brazo y nuestros rostros cubiertos de mil sensaciones.

Aquellas que perduraron hasta el último momento de ese día.

Esas que se quedaron en la esperada de que la puerta se abriera de una vez por todas, porque sabía que cuando la cruzara, nada podría volver atrás.

—Ha llegado el momento. —nos murmuró el hombre de traje que se encontraba en una esquina, antes de dar la indicación.

No pude ocultar la emoción que sentía mientras la puerta se desplegaba a cada lado, cuando me iba encontrando con algunas miradas de aquellos que tanto quería. Las personas que volvían el momento más memorable, esos que me acompañaron en la universidad en cada mañana o aquellos que me habían visto desde pañales y ahora presenciaban un día tan especial para mí.

Sin embargo, mi rostro ignoró todo y centré mi mirada al final del pasillo para encontrarme con su radiante sonrisa de oreja a oreja, observándome de pies a cabeza, sin despegar su vista de mi silueta. Fue aquel instante en el que unas lágrimas consiguieron escaparse por mis mejillas, justo cuando empezaron a escucharse las notas de la orquesta tocando el coro de Canon por Johann Pachelbel. La misma que me llevaba por una montaña rusa que se encargaba de subir lentamente para dejarme en lo alto.

A cada paso, intentaba mantener la sonrisa en mis labios, era muy difícil al llevar miles de sensaciones en mi interior. Aguantando las ganas de llorar, por pensar en que mi maquillaje quedaría arruinado y entonces Robert también querría llorar conmigo.

Sombras Del Pasado: Tras La Pista De La VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora