CAPÍTULO 35

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Todo era calma.

No había gritos o golpes. Solo escuchaba el canto de las aves al volar sobre el aire.

Aquellos segundos permanecían en eso, escuchando los murmullos de la naturaleza. Los árboles creando una ligera brisa de aire que llegaba hasta mi rostro.

Esa sensación de frescura que te llena hasta los pulmones de tranquilidad.

En ese momento no existía el dolor. Mi sangre no estaba esparcida por todo mi alrededor. Estaba completo y me sentía bien, sin problemas.

Había veces en las que deseaba que todo el mundo se detuviera un segundo, guardaran silencio y se dieran cuenta de la paz que eso traía. Deseaba que todos esos gritos, insultos y maltratos se desvanecieran. Así fue.

Supongo que no podía conseguir lo que quería al vivir en una ciudad, una en la que todo aquello era de lo que se vivía. Eso era, en un lugar tan grande no podía haber silencio. Las personas iban y venían de su trabajo a casa. Había peligros en las calles.

Por otro lado, un pueblo se alejaba por mucho de eso. No era tan escandaloso como una ciudad, al menos por la parte de los autos y las bocinas a todo volumen en las fiestas que daban los adolescentes. Sí, no voy a negar que me encantaba todo eso, pero ya estaba cansado.

Permanecía en la ciudad. Vivía en ese lugar. Pero también lo hacía por mi familia.

Nunca olvidaré el tiempo que pasé con mi tío Billy en su cabaña. En ese sitio existía una serenidad indescriptible. Solo eras capaz de escuchar el golpeteo de los árboles con el viento que ejercían. Y por supuesto, el cantar de las aves como sonido principal.

Era perfecto.

Pero mi padre tuvo que seguir las órdenes de mi abuelo que se mantuviera en contra de Billy, diciendo que me daría un mal ejemplo y terminaría por ponerme un chip en la cabeza que me cambiaría mi manera de ser. Decía que, para entonces, estaría en contra de toda la familia.

Algo era cierto, detestaba a mi abuelo. Y es que, todos notábamos la manipulación que daba hacía mi padre. Sabíamos de sus engaños.

No era la cosa más agradable pertenecer a esa familia, pero tampoco podía dejar de serlo. Por más que lo quisiera.

Supe que mi padre estaba mal. Estuve presente cada vez que escuchaba la puerta principal abrirse y ver su rostro cubierto de sangre. Lo vi cada día antes de entrar a la bañera, mentalizándose que el dolor no existía, y que, al tocar el agua, no habría alfileres encajándose en su cuerpo.

Todos lo notábamos, pero él no quería nuestra ayuda.

Además, nunca fui tan cercano a él desde entonces. No quería tener que ver de nuevo su rostro, sabiendo que le había insistido muchas veces en alejarse de mi abuelo y que consiguiera un trabajo o empezara una nueva empresa. Nunca lo hizo...

A lo lejos, escuché un crujido entre las ramas. Giré mi rostro, buscando el animal, pero no se trataba de eso.

Observé su silueta con interés. Se veía bien, sano. Para empezar, su cuerpo no tenía rastro de alguna herida. Sus brazos estaban libres de marcas. Su rostro no tenía cicatrices. Y no solo era eso, sino que también se veía joven. Sus mejillas resaltaban con su piel olivácea.

Al acercarse a mí, entre pasos pausados, esperando una reacción negativa de mi parte, me percaté de la energía que transmitía..., tranquilidad. Él también lo sentía.

Había algo en ese lugar que te pedía quedarte por siempre. Era tan maravilloso que se volvía el lugar adecuado para vivir.

—Hola... —su voz fue suave y tersa. Su rostro desprendía luz y una sensación indescriptible, como si se tratará de un ángel.

Sombras Del Pasado: Tras La Pista De La VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora