Capítulo 11

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Anahí se quedó con esas palabras dando vueltas por su cabeza, palabras que incluso le hicieron sentido cuando por un instante cruzó la mirada con la del señor Herrera
que estaba a escasos metros de ella.

Y a todo esto ¿cómo es que la estaba observando? ¿Sería verdad lo que le había
dicho Michael y se pasaba el día mirándola? Aunque ¿para qué iba a mentirle

Michael? ¿Qué sacaba con eso?

Claro que podía observarla por ser la nueva nada más, solo se trataba de pura
supervisión rutinaria, si bien con esta última mirada había ido un poco más lejos.

Porque había captado algo en los ojos de ese hombre que hablaba con tres
mujeres bellísimas que iba más allá de lo que puede observar en un jefe controlador y vigilante.

El señor Herrera le había mirado y en su mirada había detectado un punto de pena,
algo así como una tristeza muy profunda, de esas que nublan el alma y que le conmovió por completo.

Era como si le estuviera diciendo que le faltaba algo, tal vez lo más importante,
eso crucial que le da sentido a todo y por lo que merece realmente la pena vivir.

Así que sí, tal vez Michael tuviera razón y en el fondo el señor Herrera era como todos, solo buscaba amar y ser amado, y mientras llegaba esa persona, se divertía y de qué manera...

Porque al poco, pasó justo delante de ella, volvió a mirarla, pero esta vez con algo
parecido a la rabia y se dirigió a la zona que conducía a los famosos

reservados, con las tres modelos despampanantes, a disfrutar de una de sus
noches de lujuria y desenfreno.

Y ahí fue cuando Anahí no entendió nada, porque a cuento de qué la había mirado de
ese modo, ¿acaso no iba a divertirse? ¿Entonces por qué esa especie de ira
contenida?

No pudo reflexionar mucho más, porque su jefa le gritó por la espalda muy
antipática:

—Perdona, guapa, pero te recuerdo que se te paga por trabajar, no para que te pases la
noche mirando cómo tu jefe se lo pasa bomba.

Anahí respiró hondo para evitar que se la llevaran los diablos y le dijo en un tono
de voz que intentaba ser sereno:

—Llevo toda la noche trabajando muy duro, Linda. No tienes nada que reprocharme.

—Te he pillado mirando al señor Herrera unas cuantas veces y ya te he dicho que ese
hombre no es para ti. Ni siquiera te elegiría para tener un revolcón contigo en
uno de sus reservados. ¿No ves la clase de mujeres que le gustan? Son todas
mucho más altas que tú, más flacas que tú, más guapas que tú y con mucha más
Clase que tú. ¿Te queda claro o te tengo que hacer un dibujito?

Anahí sabía perfectamente lo que tenía que responder a esa gata herida por los celos
para ponerla en su sitio, pero decidió controlarse porque su objetivo final era
quedarse en el club Herrera hasta aprenderlo todo. Por eso, decidió hacer caso
omiso de las provocaciones de su jefa y responder:

—Me parece que a la que no le ha quedado claro que no quiero tener nada ni con el
señor Herrera ni con nadie es a ti. No estoy aquí para enamorarme, Linda, lo único
que quiero es trabajar duro y aprender al máximo. ¿Tú puedes decir lo mismo?

Linda la miró con desprecio, cogió una copa y le dio bruscamente la espalda, en tanto
que Anahí se marchó a atender a un cliente que estaba al final de la barra.

Mientras en uno de los reservados, las tres mujeres empezaban a quitarse la ropa delante de un Alfonso que no podía sacarse de la cabeza a la señorita Puente.

Y no lo entendía, ¿por qué de todas las mujeres que había en el mundo, solo ella
le estaba provocando esa estúpida obsesión que hacía que no pudiera dejar de
mirarla y de ansiar conocerla en profundidad, por dentro y por fuera, por
delante y por detrás, por arriba y por abajo?

Porque lo suyo iba más allá del deseo, también ansiaba su compañía, conocerla mucho más, adentrarse en su mente y en su corazón, como anhelaba clavarse en lo más
profundo de su cuerpo.

Pero era una empleada y tenía como norma no tener nada con la gente del trabajo. Era
una ley para él. Así que luchaba con todas sus fuerzas para quitarse esa obsesión de la mente y esa era la razón por la que, a pesar de que no tenía ninguna gana, se acababa de encerrar en el reservado con tres bellezas que estaban ya medio desnudas ante él.

Necesitaba sacarse a Anahí Puente de la cabeza como fuera, necesitaba borrar la imagen del escote que no había podido evitar contemplar, de ese medio pezón que casi se le había salido cuando estaba sirviendo una copa y que ansiaba tener en su boca.

Desesperado, se echó las manos a la cara mientras una de las modelos, una rubia con un trasero que le había vuelto loco en otras ocasiones, se puso frente a él con

los pechos al aire y una cara de vicio total.

—Alfonso, ¿estás bien? Esta noche te noto muy raro...

Alfonso se aflojó el nudo de la corbata y les pidió a las chicas que empezaran sin él.

—¿Esta noche prefieres solo mirar, chico malo? —preguntó entre risas una morena
espectacular, que se acariciaba los pechos generosos y desnudos con verdadera lascivia.

Alfonso asintió con la cabeza, para que le dejaran tranquilo y las chicas comenzaron a
darse placer entre ellas mientras él no podía dejar de pensar en Anahí Puente.

Y es que se moría por besar esa boca dulce y gruesa, por recorrer el cuello largo
con la lengua, por mordisquear esos pezones duros que apenas había logrado
atisbar y por hundirse en el interior que intuía tan estrecho, tan cálido y tan
húmedo.

Luego, después de una sesión de buen sexo, quería tumbarse a su lado, dormitar un poco y charlar hasta las tantas al calor de un fuego suave, con una copa de vino de
la mano y algo de picar.

Desnudarse por dentro y por fuera, abrirse entero de cuerpo y de alma, entregarse hasta límites desconocidos, y todo con ella y solo con ella.

Los dos y nadie más, entregándose al placer y a una intimidad que ansiaba como nada
el mundo. ¿Se estaría volviendo loco?

Porque para él era una auténtica locura estar deseando aquello con una mujer que
apenas había llegado a su vida y con la que no tenía nada en común.

Ella era una buena chica, decente y sin experiencia y él era un crápula que estaba
de vuelta de todo. ¿Tenía derecho a corromperla? Desde luego que no. Además, él era su jefe y esa relación tan asimétrica no podía traer nada bueno para
ninguno de los dos.

Pero sobre todo para ella, que era tan inocente, que solo estaba allí para aprender
y luchar por sus sueños.

No, no podía hacerle eso, pensó, tenía que protegerle de él mismo. Y con un nudo en
la garganta tremenda, pidió a Michael por el pinganillo con el que se comunicaba con todo su equipo, que le trajera champán para pasar ese trago tan amargo, mientras las tres mujeres seguían con las caricias cada vez más atrevidas.

Tanto que cuando Michael dejó el champán en la puerta entreabierta, vio cómo dos de
ellas se devoraban mutuamente los sexos, al tiempo que una tercera se masturbaba entre fuertes jadeos frente al señor Herrera que permanecía vestido y con la mirada perdida.

Acto seguido, Alfonso salió a por su champán, se sirvió una copa y el resto las chicas lo vertieron en sus vulvas que lamieron unas a otras hasta sucumbir a unos cuantos orgasmos que provocaron que quisieran más, mucho más...

—Fóllanos, Alfonso. Ahora te necesitamos a ti —le pidió la rubia.

Pero Alfonso lo que hizo fue pedirles que se vistieran y que volvieran a la sala, porque lo que lo él verdaderamente necesitaba era encerrarse en su despacho

para analizar qué narices le estaba pasando, que ya no podía disfrutar del sexo
por el sexo con tres bellezas, pues no podía sacarse de la cabeza a la señorita Puente.

Anahí, maldita Anahí, ¿por qué diantres tenía que haber llegado a su vida?

Love Bites (AyA adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora