Capítulo 16

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Instantes después, Anahí caminaba con cuidado con una bandeja con las cosas que Alfonso le había pedido, en dirección al reservado donde este se estaba divirtiendo de lo lindo.

O eso creía...

La verdad era que Alfonso no tenía ninguna gana de encerrarse en el reservado esa
noche, con tres bellezas y un amigo que había venido de Zúrich a pesar una
noche loca.

Pero se lo había propuesto y al final había acabado por aceptar para ver si así
lograba sacarse a la señorita Puente de la cabeza.

Después de la charla que habían tenido tras la sesión de deporte, se había quedado
francamente tocado. Y es que no solo la deseaba cada día más, sino que le
parecía que era la única que podía salvarle.

¿Pero cómo? Porque era obvio que ella pasaba de él y que a lo sumo a lo que podían llegar era a ser amigos. Y no es lo que no lo valorara, al contrario, se sentía
muy orgulloso de los avances que habían hecho, pero él quería mucho más.

Lo quería todo. Y no podía ser...

Así que mejor entregarse al más puro placer por el placer y ver si así lograba
olvidar lo mucho que le dolía saber que Anahí Puente jamás iba a ser suya.

O esa era su intención, porque cuando se metió en el reservado con esas tres
mujeres, se limitó a sentarse en un sofá blanco, mientras todos disfrutaban de la fiesta sin él.

—¿Ahora solo te gusta mirar? —preguntó su amigo, mientras amasaba los pechos generosos
de una de las rubias que estaba ya desnuda.

—Estoy bien aquí... —masculló Alfonso, mientras rechazaba las caricias de las otras dos mujeres que en vano intentaban quitarle la ropa.

—¿No quieres jugar con nosotras, cielo? —le preguntó una pelirroja que solo llevaba
un tanga negro.

—Jugad vosotras...

La pelirroja obedeció, cogió un dildo anal enorme, lo embardunó de lubricante y lo
hundió en el trasero de su compañera de juegos que gemía estremecida.

Alfonso ajeno a todo, decidió pedir champán para pasar ese trago amargo y cuando sintió que acababan de traerlo, le pidió a su amigo que estaba junto a la puerta que

lo recogiera:

—Jacob, acaban de traer el champán. ¿Puedes traerlo por favor?

Jacob que acaba de hundir su miembro en el sexo mojado de la rubia, se apartó de esa
delicia por unos instantes y al abrir la puerta se encontró con que una mujer
preciosa acababa de levantarse del suelo donde había dejado la bandeja.

—¿Vienes a la fiesta? —preguntó Jacob, acercándose a ella con la intención de colocar ambas manos en los pechos de Anahí y apretarlos con fuerza.

Anahí horrorizada al ver que ese hombre desnudo con intenciones de hacer algo que ella no lo permitiría, quiso gritar, pero al momento se fijó en que el señor Herrera estaba sentado al fondo de la sala, vestido por completo y mirándola atónito.

—¡Maldita sea, señorita Puente! ¿Qué demonios haces aquí? —preguntó levantándose indignado, al tiempo que Jacob empezaba a acercarse a Anahí con la intensión de tocar sus senos.

—Solo es un poco tímida, pero está deseando jugar como todos. Mira como están sus pezones, bien pronunciados—comentó Jacob, con la mirada cargada de lascivia.

Alfonso apartó a ese hombre de un fuerte empujón, cogió a Anahí de la muñeca y así la llevó hasta otro reservado que había al fondo del pasillo, donde le recriminó
muy enojado:

—¿Qué haces en esta zona? ¿Sabes que es una falta muy grave estar aquí, señorita Puente? ¿Qué buscabas? ¿No decías que eras una monja?

—Alfonso, por favor, tiene una explicación...

—¿Qué explicación? ¿Quieres morbo? ¿Necesitas sexo?

Anahí se libró de la mano fuerte de ese hombre que estaba fuera de sus casillas y,
con los ojos llenos de lágrimas, explicó:

—Michael ha tenido que ausentarse por una causa de fuerza mayor y me ha pedido que viniera a suplirle. Me he limitado a dejar la bandeja con lo que había pedido pero justo cuando la he dejado en el suelo he trastabillado un poco, me he caído hacia un lado y en ese momento ese hombre horrible ha abierto la puerta.

Alfonso no pudo evitar mirar los pechos redondos con los pezones bien duros y Anahí se azoró tanto que se los tapó con las manos; en tanto que él, muy enojado con la situación, exigió:

—¡No quiero volverte aquí jamás! Pase lo que pase, ¿estamos?

—¿Crees que para mí es plato de gusto estar aquí? ¡Lo he hecho por mi amigo, sino en la
vida me habrías visto el pelo en un lugar tan repugnante!

—¿Estás segura? Porque tienes los pezones duros como rocas.

Tras decir esas palabras, Alfonso se arrepintió y se sintió terriblemente culpable.

—¡Vete a la mierda! —exclamó Anahí, cubriéndose los pechos con la exigua tela del vestido que llevaba.

—Perdóname, pero estoy muy nervioso con todo lo sucedido. Cuando he visto que mi amigo casi pone sus manos sobre tu piel me han entrado ganas de destrozarlo.

—Pues imagina cómo me he sentido yo cuando he visto que un tío en bolas de repente me quiere manosear los senos.

—El muy cretino debió confundirte con una de esas chicas. Arggg. No imaginas
lo mal que me siento, se va a enterar. Eso te lo garantizo.

—Déjalo. Hasta cierto punto es comprensible que se confundiera si me vio en esa zona...

—Tú eres diferente a todas.

Anahí tragó saliva y negó con la cabeza:

—Fue un error por mi parte aceptar suplir a Michael, tenía que haberle dicho que no. Pero como soy tan estúpida...

Anahí bajó la vista al suelo y Alfonso la tomó por la barbilla para obligarle a que le
mirara a los ojos:

—Tú no eres estúpida. Al contrario, eres la mujer más increíble que he conocido
jamás. Y desde luego que te pido por perdón por lo que ha sucedido esta noche.

—Te repito que he cometido un gran error. Quien juega con fuego se quema...

Anahí susurró esas palabras mirando a los ojos intensos de Alfonso y sintió de
repente un estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo.

—Tú no has jugado con fuego todavía.

Anahí pestañeó muy deprisa y, tras tragar saliva, susurró:

—¿Ah no?

Alfonso negó con la cabeza y luego esbozó una sonrisa que Anahí encontró irresistible:

—No.

—Y ahora es cuando te vas... —musitó Anahí esperando que la dejara como siempre con
la palabra en la boca.

—¿Cómo dices?

—Sí, como hoy después del entrenamiento, que te has ido tras confesar que soy casi
una monja. Ahora imagino que harás igual... Acabas de llamarme pazguata de alguna manera, así que lo que toca es que te vayas...

—Antes me fui para protegerte y ahora casi que también.

—¿Protegerme de qué?

Alfonso siempre había pensado que los hechos decían mucho más que las palabras, así que la tomó por el cuello y la besó en los labios con una contundencia que ambos se
quedaron sin respiración.

Luego se miraron y ella con las rodillas temblando como flanes escuchó como Alfonso decía:

—Estás temblando entera por un simple beso, imagina lo que podría suceder si esto
fuera a más.

Anahí que no se pensaba dejar arredrar ni por ese hombre ni por sus besos, replicó
mirándole a los ojos:

—¿Lo dices por mí o por ti? Porque yo veo que también te falta el aire... ¿No será que
el que verdaderamente tiene miedo eres tú, señor Herrera?

Love Bites (AyA adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora