Capítulo 41

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Una semana después, Alfonso seguía acudiendo cada día al anochecer a la esquina de la

casa de Anahí y se iba en cuanto amanecía bajo una lluvia infernal que no cesaba

de caer sobre Nueva York.

—Pobrecillo, tía, mañana dile que suba a darse una duchita caliente y a desayunar algo rico...

—le propuso su amiga Lorreine, después de que Anahí le contara que una semana

después seguía impertérrito en la esquina, calándose bajo la lluvia.

—Solo me faltaba eso... —masculló enojada.

—¿En serio que no vas a perdonarle nunca? Anahí ponte en su lugar un poco, por favor,

imagina que te viene tu encargada diciéndote que se han puesto unos trajes y

que falta dinero en la caja...

—Lorreine no me busques las cosquillas porque yo siempre le habría creído a él. Lo hizo

fatal y ahora que apechugue con las consecuencias de su error.

—No conocía esa faceta tuya tan implacable y vengativa.

Anahí frunció los labios y, convencida de lo que estaba haciendo, aclaró:

—Se llama justicia, si la haces: la pagas.

—¿Te parece poco pago llevar siete noches bajo una lluvia de mil demonios?

—Por mí como si se pasa la vida entera: lo que hizo no tiene perdón. Yo al menos no

lo puedo perdonar y llámame lo que quieras, pero es lo que siento en lo más

profundo de mí.

—¿Estás segura? —preguntó Lorreine haciendo de Pepito Grillo.

Anahí se quedó callada porque si de verdad escuchaba a su corazón, la respuesta era

que seguía enamorada de Alfonso, que no podía dejar de tener sueños húmedos con

él, que no podía dejar de desear sentir su piel sobre la suya, que anhelaba sus

labios dulces, su boca salvaje, su cuerpo entero... Que no podía dejar de pensar

en él, a todas horas, sin tregua alguna, que a pesar de lo mal que se había

portado con ella, echaba de menos los paseos por el parque, las conversaciones

al calor de la chimenea, las risas, las confidencias, la complicidad y la magia

que se hacía cada vez que estaban juntos.

Le echaba tanto de menos que le dolía hasta respirar, le extrañaba tanto que tenía

que agarrar el teléfono móvil y calmarse mirando las fotos que se habían hecho

juntos, cuando todo era posible, cuando aún eran felices.

Pero ahora todo se había ido a la mierda y era lo único cierto...

—Esto se ha roto, amiga. Es como cuando se rompe un jarrón, puedes pegar los trozos

pero las hendiduras quedan ahí, afeándolo por completo. Ya nada vuelve a ser

igual...

—No digas tonterías, Anahí. Tengo yo un jarrón de mi abuela con trozos pegados que

no puede tener más encanto.

—Mi corazón no es un jarrón de la abuela, si se rompe, se rompe. No hay más.

Love Bites (AyA adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora