Capítulo 4

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Alfonso percibió el miedo en los ojos de esa chica y sintió más que nunca que tenía que
protegerla de él mismo, que tenía que preservar de algún modo su pureza, por
muy paternalista que sonara:

—¿Por qué miente, señorita Puente? Usted es una chica católica a la que mis prácticas
sexuales tienen que horrorizarla.

—¿Por qué sabe que soy católica? —preguntó abriendo mucho los ojos.

—Porque he visto la cruz que lleva metida por dentro de su camisa blanca, como también me he fijado en sus pechos redondos y altos, en su cintura estrecha, en su culo bien puesto, ¿sigo?

Alfonso no se le ocurrió mejor estrategia para echarla de allí que ser soez y
desagradable. Pero Anahí se las sabía todas:

—Me está diciendo todas estas groserías para que salga corriendo. Pero no lo voy a
hacer.

—No son groserías es la verdad. Soy un hombre muy sexual.

—Sí, pero es un hombre correcto y educado, que no creo que tenga este comportamiento
con sus empleadas.

A Alfonso le gustó la respuesta, lo que no obstaba para que siguiera pensando que
ese sitio no era para una chica como ella:

—Está bien. He jugado a Alfonso el sucio pero es para protegerla, no creo que una chica como usted deba estar un garito como este. No es su sitio, señorita Puente.

—Eso tendré que decirlo yo, ¿no cree? —objetó la señorita Puente.

—No necesita pasar por esto, no tiene necesidad de ser camarera. Tiene todas las
herramientas para volar sola.

—Eso dice mi madre, pero se equivocan. Todavía me queda mucho que aprender y lo que me queda solo puedo aprenderlo estando aquí.

—Aquí no va a durar ni una noche, señorita Puente. Una cosa es lo que hacía en Chicago, que eran tareas de dirección y gestión, y otra bajar a la pista y ponerse a servir copas.

—Ese fue mi error, no servir copas. Los negocios para que funcionen hay que
conocerlos desde abajo.

—Mire que es usted terca.

—Eso dice mi madre.

—¿Y a su madre qué le parece que entre a trabajar a un sitio como este? —preguntó
Alfonso conociendo la respuesta.

—Fatal. Piensa que usted es un crápula y eso que no sabe lo que se cuece en sus
reservados... —comentó Anahí con su sinceridad habitual.

—Haga caso a su madre, las madres nunca se equivocan. Usted no pinta nada aquí.

—Pues yo pienso que sí. Aparte de que me importa un bledo lo crápula que sea. Yo le
admiro como empresario y pienso aprenderlo todo de usted. Si me deja, claro...

Alfonso no pudo evitar echarse a reír porque esa chica era un caso, jamás había
conocido a nadie como ella y eso a él sí que le preocupaba.

—Dice que no tiene miedo a lo crápula que pueda ser porque no tiene ni idea a lo que
se expone.

—¿Qué está insinuando que es tan irresistible que voy a acabar cayendo en sus brazos como todas? Pues está muy equivocado, usted no es para nada mi tipo.

Alfonso confirmó una vez más que esa mujer era la criatura más excepcional que había conocido en su vida:

—No he conocido a ninguna mujer como usted y eso me produce una curiosidad
tremenda. Solo se lo advierto...

—Advertida quedo. Sé perfectamente que yo tampoco soy su tipo, que le gustan las mujeres con tres metros de pierna, pechos enormes y con sus mismos gustos sexuales. Así que no hace falta que siga jugando al gato que acecha al ratón indefenso.

—Me temo que es al revés, usted es la que está haciendo lo que quiere conmigo. Se
nota que juega al ajedrez...

—Y acabo de ganar un campeonato en Chicago —confesó Anahí con una sonrisa enorme.

—¿Qué hago con usted señorita Puente?

—Consúltelo con la almohada.

El señor Herrera, de repente, se vio replicando algo que le sorprendió totalmente:

—¿Y si tengo algún sueño húmedo?

—¡Venga ya, señor Herrera! Le repito que esos trucos no le van a servir para nada.

Alfonso se quedó callado, porque lo que no sabía la señorita Puente era que no estaba
jugando para nada, que esas palabras provenían de su inconsciente más
profundo, para su más absoluto espanto.
Y es que esa chica no solo le fascinaba por su temperamento, sino que a pesar de
que no era para nada del tipo de mujer con él que solía estar, también se
sentía tremendamente atraído por su físico.

—Mire... —masculló sin tener ni idea de lo que iba a decir después.

—No, mejor se lo voy a decir yo, señor Herrera. Sé que tiene una rotación de camareras altísima precisamente porque son modelos y actrices que tienen su club como trampolín para sus verdaderos objetivos. Yo no. Yo no soy como ellas. Yo no me voy a ir por un desfile en París o una película en Hollywood, ni siquiera me voy
a ir porque me retire un novio rico, porque yo quiero vivir de mi trabajo y esfuerzo. Yo no soy como ellas, señor Herrera. Yo pienso trabajar duro, concentrada y dándolo todo hasta que aprenda lo suficiente como para
materializar mis sueños. Y no tengo prisa, no sé si estoy hablando de un año o
de tres, pero no menos de eso. Apueste por mí. Le garantizo que no se va a arrepentir, mejoraré su negocio y le haré ganar mucho más dinero. Se lo juro, señor Herrera...

Alfonso resopló, se pasó la mano por la barbilla y habló levantando las cejas:

—Reconozco que es usted persuasiva. Sin duda, la han entrenado bien en la escuela de negocios.

—Esto viene de serie, mi madre dice que desde muy pequeña siempre he tenido las cosas muy claras. Y no es que fuera una niña caprichosa y consentida, pero siempre
que me empeñaba en algo: lo conseguía.

—Créame que ni lo dudo...

—Y hay cosas de las que me siento especialmente orgullosa como cuando salía a hacer colectas para el comedor social de mi barrio. Resultaba siempre todo un
éxito, aunque esté mal que lo diga.

—Peor es la falsa modestia. La detesto.

—Y yo también, señor Herrera —dijo Anahí esbozando una sonrisa que a Alfonso le pareció que no podía ser más encantadora.

—Y volviendo al tema del trabajo... Es cierto lo que dice de la rotación en la empresa y usted sabe bien el impacto que tiene. No nos podemos permitir que cada dos meses se nos vaya un miembro de la plantilla. Por eso mi jefe de Recursos Humanos ha hecho un trabajo concienzudo seleccionando al personal que necesitamos para cubrir los puestos vacantes. Sé que esta vez ha evitado
modelos, actrices y estudiantes que se agobian cuando llegan los exámenes y nos
dejan tirados. Pero usted es la única que me plantea serias dudas porque veo que esto se le va a quedar pequeño muy pronto: sus ambiciones y sus metas son mucho más amplias.

—Le repito que mi intención es quedarme por lo menos un año.

—¿Y luego qué? ¿Hacerme la competencia? Si se toman las copas en su local, no
vendrán al mío. No hace falta estudiar en una prestigiosa escuela de negocios
para entender algo que es de sentido común.

—Usted sabe bien que las cosas no funcionan así, los clientes de Gucci también compran en Prada. Y con esto no quiero que piense que soy una igualada...

Alfonso sabía que no lo era, no había más que mirar a los ojos, a esos hermosos ojos azules, para darse cuenta de que esa joven no tenía límites, de que sería capaz de todo lo que se propusiera. Y ese era el auténtico problema, y no solo en el ámbito de la competencia empresarial, sino en todos porque esa mujer tan diferente a todas, podía hacerle perder la cabeza por completo.

Por eso prefirió ser prudente y replicar:

—No, solo pienso que dice la verdad y eso me inquieta profundamente. No puedo
decirle más, lo hablaré con mi jefe de Recursos Humanos y en breve le daremos
una respuesta.

Love Bites (AyA adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora