SCP 1471 - [Un Mundo Irreconocible]

Capítulo 42 - la Caída (1)

Al despedirse Quentin de Ángelo una vez llegados a la zona residencial donde vivía, se quedó de pie en la acera hasta que perdió de vista el auto que lo trajo, previamente habiendo conversado un poco sobre cómo era su trabajo como detective forense y como usaba su clarividencia para sobresalir.

No siempre esta funcionaba, ya que tenía un bajo talento innato. Le llegaban las visiones cuando recibía información importante, como si fuera una epifanía. A veces sucedía cuando tocaba objetos o personas significativas relacionadas con la víctima o el victimario.

El único compañero de trabajo que sabía su secreto era el veterano del oficio al que ayudaba, el cual había aceptado servir de escudo si resolvían casos difíciles que no hubieran sido posibles resolver en poco tiempo si no fuera por su contribución, siendo el centro de atención en su lugar.

La dinámica entre ambos era fluida desde el inicio y cuando accidentalmente se expuso, ya que al hacerlo entraba en trance, le ayudó a ocultarlo y colaborar aún más. Era un viejo con ciertas supersticiones que a la vez no creía en ninguna divinidad.
Tenía la idea de que las habilidades paranormales se trataban de un tipo de ciencia que se rige bajo reglas abstractas de las cuales los humanos están severamente limitados para aprovecharse, solo unos pocos dotados pudiendo usar aspectos limitados de esta.

No estaba equivocado, pero tampoco había acertado en todo.

Caminando por el camino despejado, Quentin saludó en silencio a uno de sus vecinos que paleaba la nieve del camino extendiendo un brazo. El vecino le devolvió el saludo y aprovechó el momento para descansar un poco apoyándose en la pala.

Siempre fue un chico casero que prefería el interior y alejarse de la gente, pero eso no quiere decir que nunca salía de casa y evitaba relacionarse con los vecinos. Como zona residencial preferentemente para la gente no acomodada, pero que no era pobre, los bloques de edificios en continua expansión suelen estar mayormente ocupados por inmigrantes.

Era lógico que se agruparan según sus nacionalidades originales, y a veces realizaban alguna que otra fiesta de celebración de fechas significativas que tuvieran en sus culturas e invitaban a los demás para disfrutarlas. Quentin y su madre no rechazaban esas fiestas y ayudaban a prepararlas desde antes.
Eran días o noches diferentes que rompían las rutinas.

-Hogar, dulce hogar -murmuró cuando entró en su casa, la primera puerta en el primer piso.

Al entrar sintió que sus emociones se volvían contradictorias por un tiempo.

Desde que tiene uso de razón ha estado viviendo entre aquellas paredes de espacio ajustado. Le golpeó la nostalgia de los tiempos felices cuando era un inocente niño que dibujó en las paredes a su madre y a su padre, del cual prácticamente ha olvidado todo de él a esas alturas de la vida. Sabía que su madre tiene fotos de él guardadas en su habitación y hace mucho le explicó por qué quería que creciera sin que se sintiera dolido por extrañarlo desde muy chico. Ese dolor era algo que quería cargar ella sola.

La observó en silencio en la cocina organizar los alimentos que trajo del supermercado y cuando ella notó su presencia realizaron una conversación de un tema aleatorio mientras le ayudaba. Sin que se diera cuenta se quedó observándola desde atrás sumido en sus pensamientos.

Mirando detenidamente en su direccion, comenzó a notar cabellos grises que comenzaban a aparecer en su cabellera marrón recogida en un moño, la piel con la elasticidad perdida se le quedaban marcados los pliegues, algunas masitas fofas se notaban sobresaliendo de sus costados y se lo tomó como que estaba comiendo con frecuencia cosas deliciosas a espaldas suyas, y al final del trabajo conjunto tuvo que ayudarla a incorporarse luego de pasar mucho tiempo agachada porque le dolían las rodillas.